
David Cameron (Londres, 1966) ha puesto a prueba con el referéndum la buena estrella que lo ha acompañado en los grandes lances de su carrera. Como buen arquetipo del inglés medio, el primer ministro es un amante de las apuestas, si bien, a diferencia de sus compatriotas, sus envites juegan con el destino no sólo de una de las potencias mundiales, sino del propio orden establecido en la aldea global. Siga la última hora del referéndum en directo.
Independientemente del veredicto de este jueves, Cameron pasará a la historia como el mandatario que se embarcó en un ejercicio de ruleta rusa con el proyecto comunitario. El experimento de Escocia, que en 2014 estuvo a punto de poner fin a una unión de más de 300 años, le dio alas para atreverse con el más difícil todavía: una consulta que, más que por clamor popular, como aconteció con la de la independencia, surgió para sofocar el incendio que Bruselas llevaba generando en su partido desde hace décadas.
La inesperada mayoría absoluta obtenida en las generales del pasado año, apenas ocho meses después de evitar la secesión escocesa, convenció a Cameron de que la fortuna estaba de su parte. La votación, sin embargo, ha demostrado ser una mano más arriesgada y, lejos de rebajar la temperatura interna, las disensiones han asfixiado al dirigente que decidió que cuatro décadas sin revisar la afiliación comunitaria eran demasiadas.
De ahí que el veredicto sea irrelevante para el futuro de quien ha quedado ya como la víctima principal de una campaña que ha reavivado las luchas cainitas que, en los 90, habían abocado a los tories a la oposición. Aunque hasta este jueves reiteraba que no dimitiría si perdía la batalla, el debate había dado por superada la dicotomía permanencia-salida y ya no juzgaba su legitimidad para permanecer en el Número 10 en caso de Brexit, sino si el desgaste sufrido y las divisiones internas le permitirían mantenerse como líder de una formación que coquetea con la guerra civil.
El grupo parlamentario tory se dividió al 50% y, ante la residual hegemonía del Gobierno en Westminster, resulta complicado que las heridas cicatricen con el cierre de una consulta que, inevitablemente, ha provocado el descontento de una de las dos mitades que fragmentan a los tories. Ante esta tesitura, Cameron no puede hallar mayor responsable que él mismo y su propensión a apuestas con las que se juega no sólo su supervivencia política, sino la continuidad del bloque occidental tal como es hoy. Prueba de esta tendencia es el golpe estratégico de anunciar antes de las generales que éste sería su último mandato, un arriesgado movimiento que desencadenó oficiosamente una carrera sucesoria en la que el referéndum se ha erigido el campo de batalla ideal. La envidada ha demostrado ser un fallo de cálculo del premier, que ha quedado expuesto a turbulencias y, tan sólo 13 meses después de su victoria en las generales, ha puesto su carrera en vilo.
Así, la primera legislatura con mayoría absoluta para la derecha británica en casi dos décadas quedará marcada por el referéndum. La prioridad que Cameron había otorgado a apuntalar la recuperación, con la meta del superávit en 2020, quedará desdibujada por un resultado que no sólo modifica las reglas de juego en Europa, sino que confirma a los conservadores como la verdadera gran coalición en Reino Unido.
Tras un lustro al frente de una coalición, el brillante estudiante del exclusivo colegio de Eton y de Oxford ha sufrido para gestionar una Administración monocolor que ni las encuestas, ni la historia, veían a su favor. Tan sólo había dos precedentes registrados en los que un Ejecutivo en el poder durante más de dos años experimentase un alza de su porcentaje de voto. El hito obligaba remontarse a los 50, pero Cameron pasó de los 307 escaños de hace seis años a la hegemonía.
Aquella luna de miel, aunque reciente en el tiempo, semeja lejana. El reto ahora pasa por reconstruir la marca tory, herida por su propia obsesión con la Unión Europea y por la querencia de un líder con estrella a correr contra las apuestas y, hasta ahora, a ganarlas.
Una carrera plena de desafíos
La carrera de David Cameron ha estado jalonada de desafíos, empezando por su meteórico ascenso entre los conservadores. Tan sólo necesitó cuatro años para ponerse al frente, un salto que completó tras la tercera derrota electoral consecutiva, cuando pasó de ser casi un desconocido a la gran esperanza de un partido al que intentó trasladar una imagen de modernización.
La vieja guardia ha complicado sus años en el poder, pero una mezcla de determinación y buena fortuna le permitió, en tan sólo una noche, la del 7 de mayo de 2015, pasar de una autoridad cuestionada a dominar un partido que se rendía a quien le había devuelto la mayoría absoluta.