
Romper con la UE minaría la plaza de Londres, ahora a salvo de las estrictas leyes comunitariasPolos inversores como Fráncfort o París ven con buenos ojos atraer el monopolio británico
La industria financiera observa con abierta incomodidad la cuenta atrás para el referéndum sobre la continuidad de Reino Unido en la Unión Europea. Si la banca es un sector tradicionalmente alérgico a la incertidumbre, la inestabilidad inevitablemente aparejada a un compás de espera, junto a las consecuencias de una ruptura con Bruselas, han impuesto el estado de excepción en una City que podría ver eliminado hasta un 20 por ciento del valor de las instituciones que la conforman si el 23 de junio la ciudadanía sentencia la primera escisión de la historia del proyecto comunitario.
El apoyo oficial del Gobierno de David Cameron a la permanencia británica no ha sofocado el nerviosismo en un colectivo ya inquieto ante el impacto de la volatilidad reciente sobre sus hojas de balance. Desde el 1 de enero, la industria a escala europea ha perdido casi un cuarto de su valor de mercado como consecuencia de la combinación letal de la ralentización en China, la caída sin retorno del precio de los hidrocarburos, la escalada de deuda de los países emergentes y el empeoramiento de las tensiones geopolíticas a escala internacional.
El Brexit, sin embargo, representa la amenaza individual más preocupante y su sombra ya se ha dejado notar en la actividad diaria. La acelerada depreciación de la libra, tras la consecución del acuerdo para reformar el estatus británico, ha evidenciado las profundas connotaciones del debate sobre los mercados financieros. Esta evolución inmediata, sin embargo, palidece ante las consecuencias para un sector especialmente pro-UE que se ha visto beneficiado no sólo de la privilegiada posición de Londres en un mercado de 500 millones de personas, sino que ha disfrutado de cómo el Ejecutivo británico de turno ha dado siempre la batalla en Bruselas por proteger a la City de las estrictas regulaciones comunitarias.
Corazón de las eurofinanzas
La apertura que tradicionalmente ha caracterizado la política gubernamental, independientemente del color político, representa uno de los grandes catalizadores que han convertido a Londres en uno de los corazones financieros de referencia. Pero no es el único: la ventajosa presencia en el mercado común, en otras palabras, la posibilidad de operar sin barreras y con pasaporte comunitario constituye un imán para los gigantes del sector: según un estudio del Centre for European Reform, el comercio con el resto de países miembros ha aumentado un 55 por ciento desde que Reino Unido es parte de la UE.
En consecuencia, la mera duda sobre la continuidad acarrea efectos negativos, como la divisa se ha encargado de recordar esta semana, puesto que desincentiva la inversión hasta que el panorama quede clarificado. Si éste significa romper, la primera consecuencia se dejaría notar en la pérdida de valor de la banca británica, que caería en hasta un 20 por ciento, de acuerdo con la firma independiente Autonomous.
TheCityUK, el grupo de presión de los servicios financieros británicos, ha reconocido ya que la pertenencia a una UE reformada y mantener el acceso al mercado único son ?vitales y el resultado preferido por la mayoría? de sus miembros.
Algunos han comenzado a mover ficha. La carta de apoyo de los empresarios orquestada esta semana por Downing Street contaba entre sus 200 firmas con las de dos destacados ejecutivos de Goldman Sachs, un movimiento que a nadie le ha pasado desapercibido. Si ya es poco habitual que dirigentes de este nivel apoyen públicamente iniciativas apadrinadas por el Ejecutivo, resulta más extraordinario todavía que un gigante de Wall Street comprometa una importante donación a una campaña de corte político. Ambos supuestos, sin embargo, han tenido lugar en los últimos días y Goldman Sachs figura ya entre los contribuyentes a Stronger in Europe, el frente que defiende la continuidad.
Su intervención muestra la inquietud de las grandes corporaciones ante el riesgo del Brexit y las consecuencias que su materialización implicaría para operar en la UE. Polos de atracción como Frácfort o París verían con buenos ojos reemplazar el monopolio de Londres, pero para las divisiones de negocio que tuviesen que trasladarse al continente, el proceso sería costoso y para la continuidad de la City como centro financiero, letal.
Los servicios financieros contribuyen con 180.000 millones de libras anuales a la producción británica y su aportación fiscal supera los 66.000 millones. La estimación oficial cifra su peso en la economía en el 12 por ciento, pero incluyendo otras actividades relacionadas, el total podría ascender al 18 por ciento. Su proyección global es innegable: el 41 por ciento de las operaciones del mercado de divisas tienen lugar en la capital británica, pero este liderazgo podría colisionar con un desenlace identificado por actores clave como Alemania, o Estados Unidos, como tendiente al aislamiento.
No en vano, en virtud del sistema vigente, desde su base de operaciones en la City las grandes firmas se benefician de un sistema que les permite desempeñar su actividad en cualquier plaza del Área Económica Europea, que además de a los Veintiocho, incluye a Noruega o Suiza. Lo único que necesitan es su pasaporte británico y si bien la Brexit no implicaría su fin inminente, nadie puede garantizar que Londres logrará su mantenimiento, sobre todo, porque uno de los principios defendidos por quienes apoyan la salida es el de dejar de contribuir a las arcas comunitarias y sin dotación económica, Bruselas siempre ha mantenido que el pasaporte comunitario no es posible.
Además, la City tiene difícil elaborar planes de contingencia, puesto que cualquier negociación para acomodar a Reino Unido sólo comenzaría una vez saldado el plebiscito. De acuerdo con los tratados en vigor, este proceso llevaría hasta dos años, por lo que la banca apenas puede especular con cuál sería el nuevo encaje británico en un mercado común al que no está dispuesto a renunciar. El problema es que, de triunfar la Brexit el 23 de junio, la decisión no dependería ya de la voluntad de Londres.
En este sentido, la clave sería el tipo de salida: si una amistosa, que permitiría replicar el modelo de Noruega y permanecer en el Área Económica Europea; o una complicada, en la que renunciase al derecho al pasaporte británico como llave para operar en el continente. De acuerdo con un estudio encargado por Neil Woodford, esta pérdida podría reducir las exportaciones de servicios financieros a la UE en 10.000 millones de libras, es decir, a la mitad. Los 20.000 millones que actualmente remite al continente en la materia suponen el 1,1 por ciento del PIB comunitario.
Los datos no sorprenden, puesto que, según el BIS (Banco Internacional de Acuerdos), la City es testigo del intercambio de más de un billón de dólares valorados en euros, lo que supone cerca de la mitad del total, por lo que cualquier conclusión que no implicase el acceso integral al mercado único dejaría en entredicho este poder hegemónico.
La capacidad de anticipación de la City es, por tanto, limitada y, aunque bancos, aseguradoras y fondos de inversión han comenzado una carrera contra el tiempo para elaborar planes de contingencia, la información que manejan no sólo es incompleta, sino que podría acabar resultando errónea. Por todo, junto a la previsión, el sector ha decidido embarcarse en una acometida sin precedentes para intentar garantizar que el próximo 2 de junio, Reino Unido cierra definitivamente el debate de la UE para una generación.