
El nuevo año 2016 ha comenzado de la misma forma que acabó el 2015, con grandes dosis de volatilidad. A ello contribuye, sin duda, la publicación de datos de coyuntura macroeconómica que enfrían las expectativas de crecimiento del PIB, empleo o sector exterior en todo el mundo. De esta situación tampoco se libra China, donde en los últimos meses el índice de coyuntura manufacturera PMI realizado por Markit en colaboración con Caixin, registra lecturas cada vez más negativas hasta situarse en el 48,2 actual.
Este comportamiento de la producción industrial responde al cambio de estructura económica que está realizando China. El sector secundario está perdiendo peso para dejar paso al sector terciario, con el objeto de que éste sea el motor del crecimiento económico chino en los próximos años. En este sentido, la caída de los distintos componentes del PMI -especialmente la producción industrial y las nuevas órdenes de bienes de equipo- responde a esta lógica, tal como veremos a su vez en el PMI de servicios dentro de unos días.
A pesar de que esta conducta sea coherente con el cambio estructural chino, genera diversas consecuencias negativas para los mercados financieros, especialmente en el corto plazo. Este efecto es aún más intenso en el mercado chino por las características peculiares que le definen y que pocas veces se tienen en cuenta.
La Bolsa de valores en China se caracteriza por ser un mercado estrecho -representa apenas el 20% de todo el mercado de financiación interno-, controlado por una veintena de grandes brokers y con unas reglas de funcionamiento ciertamente rígidas donde las acciones de una misma compañía cotizan hasta con tres clases distintas.
Dada esta composición, la Bolsa china es ciertamente vulnerable ante reacciones negativas en cadena como la de ayer. Por si fuera poco, dos factores han jugado a favor de este movimiento: por un lado, más de la mitad de las compañías que cotizan en el índice principal de la Bolsa de Shanghái pertenecen al sector secundario (minería e industria) y, por otro lado, la primera semana de enero registra los volúmenes de negociación más bajos del primer trimestre de cada año en mercados como el europeo o el americano. De esta forma, el efecto ha sido mucho más intenso que si hubiera ocurrido en cualquiera otra semana del año descontando el verano.
La probabilidad de que vuelvan a suceder episodios como el de ayer es alta en este 2016. Como medida preventiva, el Gobierno chino ha puesto en marcha un nuevo sistema que intenta controlar la volatilidad mediante la suspensión de negociación en la Bolsa cuando los índices superan los 5 puntos porcentuales de caída y el cierre hasta el día siguiente si estas caídas son superiores al 7%. Precisamente, ayer fue el primer día de funcionamiento de este protocolo y días después de que se suspendieran las actividades de negociación de renminbi (yuan) por parte de los bancos extranjeros.
Sin duda, el objetivo del Gobierno chino es intentar amortiguar el movimiento de los mercados para conseguir su objetivo de que más empresas salgan a cotizar, además de la convergencia entre los tipos de cambio onshore (dentro de China) y offshore (fuera del mercado nacional) que supone en la práctica la liberalización de la balanza de capital. Sin embargo, el método (cerrar la Bolsa con caídas superiores al 7%) no parece que sea el más adecuado ya que introduce incertidumbre innecesaria, dando la apariencia de que las cosas van peor de cómo realmente van.
En definitiva, se trata de un sistema de control de la volatilidad que probablemente se corrija en las próximas fechas. Las autoridades chinas se darán cuenta de que las consecuencias del cambio de modelo productivo no se solucionan a golpe de clausura de la Bolsa cada día que ocurra algo similar a lo de ayer. La madurez de un mercado bursátil como el chino depende en muchas ocasiones de ensayos de "prueba y error", mientras el resto del mundo intenta encajar un escenario de crecimiento timorato y baja inflación.