
El mundo contiene la respiración en los últimos meses con cada dato macro que publica Pekín. Tras el descalabro bursátil y la caída del comercio del gigante asiático con el resto del mundo, analistas e instituciones intentan descifrar el alcance de los daños en la economía china en un intento por trazar el camino que tomarán los mercados en los próximos meses.
Frente a las posturas más catastrofistas, que aseguran que estamos ante el inicio de una nueva recesión global, están la tibieza de organismos como el FMI, que sugiere que el frenazo chino era "previsible" y que es sólo un "bache" en el camino, y la pasividad aparente (pero en todo caso desconcertante) del gobierno en Pekín.
En la cabeza del timonel
El problema es que la política china dista mucho de ser transparente, y son legión quienes desconfían de esa tranquilidad que parece mostrar el presidente de la dictadura postcomunista, Xi Jinping.
En un sistema opaco y absolutamente autocrático, no es descabellado pensar que la obsesión por el control totalitario de las palancas económicas facilita la ocultación de los problemas reales y favorece las soluciones fáciles y a corto plazo frente a los ajustes de calado.
Pero dos analistas estadounidenses sugieren justamente lo contrario: precisamente porque el sistema está en las manos de un sólo hombre, basta con ponerse en su piel para saber hacia dónde va China.
Demolición controlada
"La agitación en la economía china está lejos de ser el resultado de una mala gestión, y parece ser en realidad la consecuencia deliberada del énfasis puesto por su líder en la política y la construcción del partido", señalan en la revista Foreign Affairs Evan Feigenbaum y Damien Ma.
Los dos analistas explican así que el contraste entre la tranquilidad que se respira en las oficinas del Partido Comunista Chino (PCC) y los nervios de los mercados financieros es consecuencia de que estos últimos no están entendido hacia dónde va Xi Jinping.
Señalan que los inversores intentan interpretar a China tomando como referencia la actuación de los predecesores de Xi que, casi de forma unánime, tenían por costumbre inyectar moneda e inversiones en la economía para mantener de forma incansable el ritmo de crecimiento de la economía.
En su lugar, Xi Jinping estaría aprovechando el descalabro chino para cumplir con su meta principal: reconstruir el PCC. Para ello querría quitar sus manos de algunas de las muchas palancas económicas que tiene la organización nominalmente comunista.
Ese sería precisamente el sentido de decisiones recientes como la liberalización de numerosos precios que hasta ahora estaban intervenidos, y la apertura de los mercados gasista y eléctrico, donde son oferta y demanda quienes fijan ahora de forma autónoma el punto de equilibrio. China va además a adecuar su sistema estadístico al estándar del FMI, con el objetivo de mejorar su transparencia internacional.
Feigenbaum y Ma reconocen que hay aún otras muchas reformas que Xi ha dejado sobre la mesa, pero no abandonan su tesis principal: el líder supremo tiene previsto dejar poco a poco al Partido sin algunas de sus más poderosas armas económicas, y quiere arrastrar a los tecnócratas al juego político que, aunque limitado al seno del PCC, existe y es la fuente última de las decisiones económicas en la segunda potencia económica mundial.
En palabras de los dos expertos del Instituto Paulson de la Universidad de Chicago, Xi habría invertido el orden del binomio chino para hacer que el sistema aterrice suavemente en el siglo XXI: "para Xi, la política está primero y la economía viene después".