
Al problema de la debilidad rusa, que perjudica al crecimiento alemán, se unen los riesgos políticos del ascenso de Syriza y del resurgir de las dudas sobre el euro.
Se complica la recta final del año para las economías europeas y es a causa de tres impactos: la inestabilidad política en Grecia, la desaceleración en Rusia y la caída del precio del petróleo, que agrava el segundo factor negativo, el ruso.
Todo ello complica el panorama para la estrategia anticrisis capitaneada por las instituciones comunitarias y Berlín, y desemboca en una elevación de la presión para que actúe Mario Draghi desde el Banco Central Europeo, pero con algo más que palabras.
Además, surgen temores en el capítulo del riesgo político, al producirse un escenario más propicio para cuestionar las políticas europeas, con el ascenso de grupos extremistas y ante un Vladimir Putin al que, según los expertos, le convendrá desviar la atención de los problemas económicos internos captando la atención internacional con el conflicto con Ucrania y las sanciones asociadas.
Atenas ha resucitado los temores del pasado y los mercados han agudizado su colmillo en los últimos días ante un posible ascenso de Syriza, formación política de extrema izquierda a la que ya se empieza a denominar el Podemos griego, mientras que las decrecientes perspectivas para la economía rusa empeoran ante el impacto de un crudo más barato en sus exportaciones, en su mayor parte de carácter energético.
Esta conjunción de impactos negativos ennegrecerá en mayor o menor medida la coyuntura europea durante las próximas semanas, y también afectará a España.
Como explica el economista jefe de Cemex, Manuel Balmaseda, nuestra economía ha mejorado, pero aún carece de capacidad de crecimiento autónomo y es muy permeable a cualquier zozobra en el Viejo Continente.
La realidad es que pese a que los peores momentos de la macrocrisis global ya se pueden dar por superados, nada está claro aún sobre la recuperación. Cualquier vaivén resucita viejos fantasmas y aflora los problemas latentes que aún padece la economía mundial en general y la europea en particular.
Los líderes de la Unión Europea aún no han logrado disipar del todo las dudas de los mercados sobre la solidez del proyecto del euro ni resolver los problemas de la abultada deuda, la consolidación fiscal y el saneamiento bancario.
De hecho, cada nuevo shock externo suscita miedos y zozobras acerca de la idoneidad de las políticas aplicadas por Bruselas para salir de la crisis, máxime cuando sobre la arena comunitaria late con fuerza la disyuntiva estímulos vs. austeridad, que enfrenta al eje Italia-Francia (Matteo Renzi y François Hollande) con Alemania (Angela Merkel).
Grecia afecta mucho más por lo que significa que por su tamaño
En este momento, la debilidad griega ha despertado de nuevo, como señala el analista Juan Ramón Caridad, el debate sobre el montante de la deuda pendiente y no sobre su coste. Atenas debe hoy más que mañana, indica Caridad. Balmaseda añade que está descontado que Atenas necesitará un rescate adicional, y que ello entrecruza peligrosamente los riesgos económicos con los políticos.
En este contexto, cualquier desliz puede desestabilizar el euro no tanto por el peso que la economía griega tiene en la del conjunto de Europa, que es trivial, como por lo que significaría un fracaso heleno para el proyecto de recuperación y salvamento dirigido desde las instituciones comunitarias y capitaneado por la canciller alemana Angela Merkel.
En este sentido se pronuncia también el profesor de Finanzas Juan Fernando Robles. Grecia carece de un peso relevante en el Producto Interio Bruto de la Unión Europea (inferior al 2 por ciento del PIB total de la eurozona), pero tiene capacidad de generar elevados riesgos políticos al arrojar dudas sobre el euro. Indica Robles que si en los momentos más álgidos de la crisis griega se sostenía que la verdadera amenaza para Europa eran los problemas en economías sistémicas como la española o la italiana, no va a ser en este momento Grecia un gran peligro para el crecimiento europeo ahora que las cosas están más tranquilas.
Ello no impide, sin embargo, que la fragilidad helena desnude lo que algunos consideran errores de cálculo de Bruselas y Berlín a la hora de dirigir el rescate griego y haga que se cuestione la adhesión férrea a las políticas comunitarias. Máxime cuando la formación política pujante en Grecia, Syriza, viene manifestando desde su aparición en escena, en la cúspide de la crisis helena, los efectos indeseables que a su juicio ha supuesto el programa de salvamento para la población y la economía griegas.
El ascenso del partido de extrema izquierda encabezado por Alexis Tsipras, además, hace temer por el fortalecimiento y la proliferación de fuerzas radicales en otros países de Europa, cuyo discurso cada vez compran más los antieuropeístas, los damnificados de la crisis y los descontentos con el esquema establecido. Desde los euroescépticos del UKIP británico hasta Podemos en España, pasando por el Movimiento 5 Estrellas del cómico italiano Beppe Grillo, la crisis nos deja un legado en forma de movimientos más o menos antisistema o extremistas en las principales economías europeas.
El profesor del IEB Miguel Ángel Bernal resume la situación helena en el hecho de que una fuerte desestabilización en Grecia sería interpretada como la prueba de que el proyecto del euro no funciona como debe. Algo en lo que coincide el analista Juan Ramón Caridad, según el cual la economía helena se convertiría en el catalizador de la ganancia de adeptos por parte del eje Renzi-Hollande, contrario a la férrea rigidez fiscal merkeliana y partidario de aplicar cuanto antes estímulos al crecimiento.
En este contexto, los ojos del mercado mirarían cada vez con más intensidad al presidente del BCE, Mario Draghi, reclamando que ponga fecha para su famoso pero inaplicado haré todo lo necesario para salvar el euro. Algo que se vería retroalimentado, explica Caridad, por el hecho de que son los bancos los principales tenedores de deuda griega y cualquier impacto en ésta resucitaría la inquietud sobre los niveles de solvencia financiera y la interrelación perniciosa bonos soberanos-balances bancarios que se quiso desactivar desde que la crisis de deuda europea dio sus más graves coletazos.
La gran duda de Europa y los mercados es cuándo activará Draghi el prometido programa de compra de bonos que, a semejanza del QE (quantitative easing o flexibilización cuantitativa) estadounidense inyectaría dinero en la economía europea para completar al fin el trinomio de la batalla anticrisis. Una terna formada por la inversión concretada en el Plan Juncker, de 300.000 millones de euros, la política fiscal, y las diversas acciones en materia monetaria.
El petróleo bajo perjudica a economías sensibles y alienta la deflación
En este contexto, al Banco Central Europeo le acechan muchos más riesgos. Si bien la caída del precio del petróleo tiene múltiples efectos beneficiosos para el crecimiento, derivados de lo que podríamos denominar deflación buena -rebaja de la factura energética, elevación del poder adquisitivo, reducción de costes y drenaje de recursos a otros márgenes- también hay que contemplar que en una economía de bajo crecimiento alienta el fantasma de la deflación mala, la que genera atonía, la que pospone decisiones de compra, la que japoniza la economía. Y el mandato del Banco de Fráncfort es velar por tener una inflación lo más cercana posible al entorno del 2 por ciento. De nuevo, la pelota se lanza al tejado de Draghi, de un presidente que encabeza un Consejo en el que el peso de Alemania bate al de todos los demás miembros. De hecho, ya se contempla que Draghi actuará, si finalmente activa la prometida compra de bonos, por mayoría pero no por unanimidad.
Si el objetivo principal del BCE es tener inflación, indica el analista y profesor Juan Ramón Caridad, está claro que la caída del precio de la energía no ayuda.
No obstante, Bernal tranquiliza respecto del impacto concreto en España de la caída del precio del crudo. Brinda una menor factura energética, drena poder adquisitivo enfatizando el efecto de la reforma fiscal sobre el bolsillo de los ciudadanos. Algo que puede propiciar que la economía española arañe algunas décimas más de crecimiento sobre la previsión oficial de un avance del 2 por ciento en 2015. Bernal aventura que el PIB español podría crecer un 2,4 por ciento el año próximo gracias al tirón de la demanda interna. Eso sí, el menor precio del oro negro afecta a economías que lastrarían nuestras inversiones en países como México, Brasil y Venezuela, condicionadas en este último caso aún más por la situación política y el enfriamiento de nuestras relaciones.
El bajo precio del petróleo -que puede mantenerse durante un año, según expertos- no sólo afecta por el riesto de que la dicotomía deflación buena/deflación mala se decante por la segunda. También tiene un efecto negativo importante en economías muy sensibles al crudo. Es decir, países productores y exportadores, como son, en Europa, Noruega y Reino Unido. Y si hay un país especialmente sensible a la evolución del crudo ése es Rusia.
Rusia supone el mayor riesgo, afecta a la economía y a la política
El profesor Miguel Ángel Bernal da las claves del problema ruso en el contexto actual y de su impacto, superior al del problema heleno según los analistas consultados por elEconomista. "Grecia ocasiona ruido a los europeos, pero Rusia nos debilita", indica Bernal. Tiene impacto directo en el crecimiento. El 63 por ciento de las exportaciones de Rusia son energéticas, y con el menor precio del crudo caerán los ingresos cuando la economía que se contrae. Ello perjudica notablemente a Alemania,socio comercial clave, que a su vez debilita a toda la UE, de nuevo frágil y demandando una acción del BCE para relanzar el crecimiento y un cambio de estrategia que inclina la balanza del lado de Renzi y los que demandan estímulos. Además, Alemania sufrirá también por la merma de sus exportaciones a China y Japón, explica el economista jefe de Cemex, Manuel Balmaseda. Algo que dificultará que uno de los motores de Europa mantenga el ritmo, indica.
Aún sigue latente el conflicto ruso-ucraniano y las sanciones a él aparejadas justo cuando Moscú encara el peor de los mundos, el de la recesión. Los analistas creen que Putin temerá por una reedición del llamado efecto vodka, a finales de la década de los 90, cuando la merma de los precios internacionales del petróleo y el gas, entre otros, debilitaron fuertemente el rublo precipitando fuertes caídas bursátiles.
Ante un escenario ya descontado por los analistas de recesión en Rusia, es de temer que a los riesgos políticos procedentes de Grecia y del debate más encarnizado en el seno de la UE se unan problemas en el Kremlin. No en vano, indica Bernal, los grandes giros en la política rusa han sido alentados por movimientos del petróleo, como en el caso del fin de la Perestroika.