Economía

El inmovilismo alemán alimenta el riesgo de una tercera recesión

Angela Merkel

Berlín será víctima de obstaculizar el plan de inversión y de posponer 'sine die' la unión fiscal.

Suenan tambores de recesión en la eurozona. El deterioro de la coyuntura europea, constatado en las previsiones y análisis más recientes de organismos internacionales como el Fondo Monetario y la OCDE, está lastrado principalmente por el riesgo de deflación y el empeoramiento del clima económico alemán.

En este contexto, resulta chocante que es precisamente la estrategia inmovilista de Berlín la que obstaculiza la adopción de medidas para invertir la deriva europea. El recelo de la canciller, Angela Merkel, en dar aliento al futuro plan de inversión europeo, la demora de la unión fiscal, o los escollos que la facción alemana del BCE coloca en el camino de Mario Draghi son determinantes en este punto muerto de la estrategia para contener una recaída europea. Y Alemania es la principal perjudicada por su rigidez.

¿Existe el riesgo de una tercera recesión en la eurozona?, preguntó este corresponsal al vicepresidente del Banco Central Europeo, Vitor Constancio, el pasado mes, en Milán. Constancio descartó tal posibilidad, para añadir que el problema de la región es un escenario "de baja inflación y bajo crecimiento".

Sin embargo, aumenta el coro de voces que señalan que Europa camina hacia el borde del barranco por tercera vez en seis años. El último en sumarse ha sido el Fondo Monetario Internacional, que esta semana fijó en casi un 40 por ciento las posibilidades de que la eurozona entre en recesión. "Europa es probablemente nuestra preocupación número uno", avisó días antes el director del Consejo Nacional Económico de la Casa Blanca, Jeffrey Zlents. Aunque los responsables políticos y económicos en Europa reconocen que la recuperación es "frágil y desigual", no se comparte el mismo nivel de preocupación. El crecimiento ha perdido fuelle, pero mirando a los próximos meses "se espera que la recuperación vuelva, aunque sea modesta", declaró ayer en Washington el presidente del BCE, Mario Draghi.

Negacionismo vs. autocrítica

Frente a los negacionistas europeos del severo empeoramiento económico, otros no tienen tanto miedo a la palabra tabú. El vicepresidente saliente de la Comisión Europea, Joaquín Almunia, declaró el pasado mes que la eurozona "no está a salvo del riesgo de una tercera recesión". En una línea similar, el ministro de Economía, Luis de Guindos, reconoció este riesgo en el Ecofin de Milán.

El optimismo preveraniego ha dado paso así a un agitado otoño en el que se ven muchos nubarrones en el horizonte. Fuera de Europa, la inestabilidad procede de múltiples focos (Oriente Medio, Rusia, países emergentes, el ébola). Y dentro de la eurozona, el principal lastre es el riesgo de deflación y el empeoramiento de la situación económica en la locomotora alemana. Tras caer su economía en el segundo semestre, el pasado mes de agosto las exportaciones cayeron un 5,8 por ciento respecto al mes anterior. El FMI ya ha recortado seis décimas sus previsiones a Berlín para este año y el que viene.

Europa va camino de una tercera recaída si no toma medidas de impacto, mientras la inflación continúa por los suelos (0,3 por ciento) y la inversión ha caído un 20 por ciento en comparación con los niveles previos a la crisis. Lo único que no ha parado de crecer en estos años ha sido la deuda pública, el número de parados, las personas en riesgo de pobreza y las desigualdades entre socios europeos y dentro de los estados miembros.

¿Se corregirá el rumbo?

Las preguntas con semejante panorama son claras. ¿Alguien tiene la intención de entonar el mea culpa en Europa? ¿Se enmendará el rumbo?

En el primer caso, el discurso general, ya sea por boca del presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, o del director del Mecanismo de Estabilidad Europeo, Klaus Regling, portavoz de la ortodoxia institucional, es que las medidas aplicadas contra la Gran Recesión -austeridad a cualquier precio- fueron las acertadas, ya que las alternativas hubieran sido peores. Algunos señalan que quizá se cometieron errores al diseñar "algunas políticas", como el nuevo vicepresidente de la Comisión, Valdis Dombrovskis. Los menos, como el ministro español de Economía, Luis de Guindos, apoyan el ejercicio de autocrítica, apuntando a que el escenario de bajo crecimiento en Europa "nos tiene que hacer a todos pensar".

Pero mientras este ejercicio de introspección para reconocer errores ha sido significativo en organizaciones como el FMI o la OCDE, Europa no tiene intención de revisar su memoria del pasado y, aún más preocupante, enmendar seriamente su estrategia futura.

El plan de inversión anunciado por la nueva Comisión, llamado a ser el electro-shock para recuperar el pulso, va camino de convertirse en una reedición de fondos adjudicados, sin que ningún estado miembro, o la nueva Comisión, tenga apetito por bombear dinero fresco o usar todo el potencial de fuego de los mecanismos europeos disponibles.

Tampoco la élite europea parece dispuesta a dar el paso hacia la unión fiscal, cuya falta supone -para los expertos- el verdadero problema de fondo, y por lo tanto la cura definitiva, ya sea en forma de un presupuesto para la eurozona que amortigüe los shocks económicos, un seguro de desempleo para la región, o la emisión de deuda común.

Berlín, una vez más, frena la ambición del plan de inversión que debe estar listo en los próximos tres meses, y pospone sine die esa unión fiscal que blinde la moneda común. Con el empeoramiento de los socios comerciales exteriores de Alemania, y los crecientes retos internos de su productividad, la primera víctima de la inmovilidad alemana será, esta vez, la canciller Angela Merkel.

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