
El parón económico europeo obliga a una acción coordinada de los Estados y del banco centralLos expertos avisan de los riesgos de inflación y creación de burbujas que supondrá la 'QE'.
El escenario europeo que se abre en este preciso momento sufre los embates del debate que enfrenta a los partidarios de la austeridad y a los que respaldan los estímulos de un modo cada vez más encarnizado y patente (véase la aparatosa dimisión del Gobierno francés en esta misma semana).
Sin embargo, la situación es más compleja y el hecho inédito de que la Unión Monetaria sea la única área económica desarrollada que se encuentra, tras seis años de crisis, todavía estancada, revela que la situación dista de ser tan simple. Ni la política monetaria por sí sola, con el más que previsible despliegue de un programa masivo de compra de deuda pública por parte del BCE, ni la consolidación fiscal acompañada de reformas estructurales que aún desarrollan muchos Estados miembros, valen aisladas en el nuevo escenario. La clave estriba ahora en una combinación de ambas.
Lo demostró el propio presidente de la institución con sede en Fráncfort, Mario Draghi, desde Jackson Hole (Estados Unidos), donde, ante otros banqueros centrales, no se limitó a hablar de política monetaria, sino de la conveniencia de "un plan de estímulos fiscales combinado a escala europea" y de la necesidad de que "cada país se implique en la toma de medidas para reducir el desempleo".
El consejero delegado de Profim, Víctor Alvargonzález, abunda en estas ideas y llega incluso más lejos, puesto que considera que la acción de los Estados se encuentra lejos de ser un mero complemento a lo que pueda hacer en los próximos meses el Banco Central Europeo. Muy al contrario, a su juicio, ha sido precisamente "el fracaso de la clase política europea a la hora de crear un nuevo modelo de crecimiento en Europa" lo que ha motivado la necesidad de echar mano de lo que "en todo caso debería ser el último recurso": la acción del BCE.
Bombero ante un fracaso
El hecho de que esta institución tenga que actuar de "bombero" supone, sin ambages, "un fracaso", puesto que poner en marcha un programa de quantitative easing (QE) "no supone una buena solución", en la medida en que entraña "serios riesgos", de los que ningún Estado puede desentenderse, abandonando sus propias reformas y programas de estímulo, sobre todo, por la vía de bajar impuestos.
¿De qué se deriva esa peligrosidad? Bajo el muy técnico nombre de ampliación de la base monetaria se halla una operación bien conocida consistente en comprar deuda pública, de una forma masiva, para hacer que su demanda se incremente y, con ella, se eleve su precio y se reduzca la rentabilidad que los inversores le exigen para que acceda a sus carteras.
De esta manera, la deuda emitida por el sector privado se hace más atractiva y se ensanchan las vías hacia la financiación de las empresas y las familias, al tiempo que se aligera la carga de intereses para el sector público y se le permite contar con más recursos.
Todo ventajas, en principio, es lo que ofrece esta operación que ha hecho famosa la Reserva Federal, que la aplicó hasta tres veces en los últimos años (bajo el mandato de Ben Bernanke), pero a la que también han recurrido el Banco de Inglaterra y el Banco de Japón. Precisamente, el poder invocar el ejemplo japonés debería servir para subir la guardia.
Dicho de otro modo, la QE, por sí sola, no es garantía de nada, es un instrumento cuya efectividad depende tanto de la manera en que se aplique como de cuándo se aplique. Ello explica, como recuerda Alvargonzález, el hecho de que Japón "lleve años echando mano de este tipo de política y, sin embargo, no haya conseguido levantar cabeza".
Por supuesto, también existe el riesgo de que la expansión cuantitativa tenga demasiados efectos, es decir, que acabe siendo el caldo cultivo de lo que es la pesadilla de todo banquero central, la inflación, o que fomente la especulación en los mercados financieros y la circulación de activos de alto riesgo, como las hipotecas subprime estadounidenses, que generaron la crisis actual.
En este contexto, de posible japonización por mucho que se esmere el BCE,los expertos consultados por elEconomista entienden que ya llega el momento para que la maquinaria europea, liderada por la canciller Ángela Merkel comience a abrir la mano y facilite a los Estados la adopción de medidas en materia de política fiscal. Ello al margen de que recomienden una acción contundente del BCE, en forma de compra masiva de deuda.
Hora de cambiar de tercio
El profesor de Banca y Finanzas Juan Fernando Robles se manifiesta en este sentido al entender que "es hora de cambiar de tercio y rediseñar la política anticrisis porque el escenario europeo ha variado". "Los Estados tienen que tener un papel en el estímulo fiscal", añade Robles, quien sugiere que se podría relajar en el tiempo la consolidación fiscal, sin caer en la indisciplina.
Realmente es necesario en esta coyuntura, prosigue, bajar impuestos, y propiciar algún acicate a la actividad vía inversión pública. El resto de medidas puestas en marcha precisan ahora de este complemento para afrontar la lucha por una recuperación más sólida.
A ello se añade el hecho de que Europa nunca ha dejado de ser plural desde el punto de vista económico y, quizá, en el nuevos escenario de 2014, con seis años de crisis a sus espaldas, lo es más que nunca. Lo pone de manifiesto Robles, para quien la austeridad no debe considerarse una especie de café para todos.
Desde luego, el experto entiende que países como Francia están muy lejos de poder permitirse una relajación en política fiscal; con todo, otros socios de la Unión Monetaria "que ya hayan logrado volver al crecimiento" se encuentran en una situación diferente, que hace que la austeridad no sea la única regla".
Dicho en otras palabras, para ese tipo de países pueden abrirse márgenes de actuación en parcelas, "completamente olvidadas durante cinco años, como "inversión pública en infraestructuras (la red de carretera, en particularen España, es lamentable), planes hidrológicos, o renovar el material que se necesite (militar por ejemplo)".
Además, los analistas barajan que, sin descartar una QE propiamente dicha, Draghi tenga en mente otras medidas para despertar a la economía europea que pueda servir de plataforma, a los diferentes Gobiernos europeos, para canalizar una recuperación que no pase por gastar y endeudarse en mayor medida.
El banquero central ya sacó parte de la artillería pesada en junio, cuando puso en marcha las operaciones de financiación a plazo más largo con objetivo específico (Tltro, dicho en corto y en inglés).
Aquí no cabe hablar de compra de deuda que hace el banco central, sino de créditos, de préstamos que concede a los bancos a cambio de que los destinen a financiar al sector privado.
"Cabe la posibilidad de que la Tltro original, que asciende a 400.000 millones, se vea incrementada a 850.000 millones o incluso llegue al billón", de acuerdo con el director del Máster de Finanzas FIA, Juan Ramón Caridad.
Con todo, la verdadera prioridad, sin descuidar la circulación del crédito, "debería ser devaluar el euro en la medida en que lo necesita el fomento de las exportaciones", de acuerdo con José Ignacio Conde-Ruiz, el subdirector de la Federación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea).
Las dificultades, no obstante, estriban en que el euro es todavía una moneda muy referenciada al billete verde; en otras palabras, el problema no es tanto la fortaleza de la divisa europea como la debilidad del dólar y esta última moneda a lo que realmente obedece es a la política de la Reserva Federal, que, precisamente con sus QE, la mantiene en niveles bajos.
Reformas antes que tipos
¿Cabría actuar por tanto, de nuevo, sobre unos tipos de interés que en la zona del euro ya están históricamente reducidos? Para el profesor del Instituto de Estudios Bursátiles, Miguel Ángel Bernal, "apenas se puede hacer algo más", a la baja, con las tasas ya en el 0,15 por ciento.
Bernal cree que el BCE, por tanto, tendrá que recurrir a otras armas, al tiempo que los Estados deberán también jugar sus propias cartas. Desde este punto de vista, Bernal es claro: "Lo primero es que, al menos, en España, no ha habido políticas de austeridad en sí. Ha habido recortes (copagos) y subida de impuestos, es decir, un mayor esfuerzo de los ciudadanos. La mejor medida es bajar impuestos. El IVA dejarlo como está y bajar el IRPF y el Impuesto de Sociedades, que grava a las empresas.