
No es fácil ver a un ministro enfadado en público, pero creo que detrás de aquel "¡Quien crea eso no tiene ni idea de economía!" que Cristóbal Montoro lanzó en un almuerzo reciente latía, como mínimo, una irritación imposible de disimular. El PIB registra un crecimiento del 0,4%.
No le sentó bien al titular de Hacienda la observación de un asistente sobre lo mucho que queda para que los buenos datos que reflejan las más variadas estadísticas impliquen mejoras claras para el común de los ciudadanos.
Con la fatiga propia de quien se ve obligado a explicar la mayor perogrullada, Montoro argumentó que, a estas alturas, debería ser evidente para todo el mundo que la economía es como una carretera de un solo sentido, que siempre discurre de la estación 'micro' hacia la 'macro'. Es decir, las buenas estadísticas sólo son el colofón a miles de pequeños éxitos individuales de personas y empresas.
Sólo le faltó decir: "El superávit corriente somos todos" y, a juzgar por la contundencia con la que se expresaba, nada parece más ilógico que el hecho de que no haya barra libre en los bares cada vez que se anuncia que el país tiene capacidad de financiación o que, como ayer publicó el Banco de España, "la recuperación se prolonga".
Quizá el calor del momento llevó a Montoro a reclamar mucho más de lo que la tan digna como humilde ciencia económica puede ofrecer. Ese saber, con la ayuda de la estadística misma, toma de la realidad una mínima parte que es aquélla que se está quieta el tiempo suficiente como para poder medirla. El resto lo ignora y queda una porción tan pequeña, fría y reseca que no puede despertar ningún entusiasmo o esperanza real.
Es sólo un consejo, ahora que al PP le escuece el costalazo electoral y va a revisar toda su estrategia de comunicación: aléjense de la tentación de inundarnos de estadísticas y ahórrennos el tostón de largas peroratas atestadas de cifras sobre lo bien que va todo. Es tiempo de hablar con acciones. En otras palabras: echen el resto en la reforma fiscal.