
Era la una de la madrugada cuando notamos que todo el mundo nos miraba. En realidad no éramos nosotros el centro de la atención, sino la reina Rania de Jordania que se acercaba a nosotros. En realidad tampoco se acercaba a nosotros, sino a la barra del Piano Bar de Davos.
"No dejes de ir al Piano Bar, es donde la gente se divierte", me aconsejó hace unas semanas un compañero que había cubierto durante varios años el Foro Económico Mundial que cada mes de enero se celebra en Davos. Y el viernes, después de cenar con un grupo de periodistas españoles y mexicanos, hacia allí dirigimos nuestros pasos. Tampoco es que haya muchas alternativas. Davos es, al fin y al cabo, una localidad de unos 10.000 habitantes a 1.500 metros de altitud.
El Piano Bar está en Promenade, la calle principal de Davos en la que se alinean los hoteles, los restaurantes y las tiendas por las que del 23 al 27 de enero ha circulado una nutrida representación de la flor y nata de la élite económica y política mundial. Está en una primera planta y tiene dos salas (una con sillones y mesas y otra más oscura que invita a mover el esqueleto) decoradas con un estilo clásico centro europeo. Si no fuera por la música y el ambiente de tomarse unas copas, bien podría ser un café serio y menos bullicioso.
Su nombre se debe, supongo, a que un pianista toca y canta en directo los grandes éxitos del agrado de la gente de entre treinta y cincuenta años o más: Pink Floid, los Beatles... El viernes estaba repleto de participantes del Foro: una clientela de ganadores, o aspirantes, sanos y robustos que apenas fuma.
Rania, entre nosotros
Al pedir agua mineral, Rania y sus dos amigas o acompañantes se colocaron entre la barra y el corro de periodistas hispano-mexicanos en el que yo estaba. Los cuatro armarios roperos que guardaban sus espaldas formaron un círculo dentro del que quedamos aislados del resto del mundo Rania, sus amigas y, sin que nadie nos pidiera nuestra opinión, mis amigos y yo.
En carne y hueso, Rania también es bella, elegante, alta y delgada. Muy bella, muy alta, muy elegante. Pero también muy delgada: demasiado si no fuera porque tanta delgadez ahora nos obstinamos en que parezca normal incluso entre las mujeres que han traído al mundo más hijos que la media. Sus acompañantes, una de rasgos orientales, la otra como la reina podría bien ser de Oriente Medio, también eran bellas, elegantes, altas y muy delgadas.
Una pincelada de color en el Foro
Apenas tuvimos tiempo de darnos algún codazo cómplice y e improvisar un puñado de comentarios graciosillos. Entre que no se nos ocurrió qué decirle a la reina, supongo que habría que haber comenzado diciendo algo así como Her Majesty; que temíamos una reacción hostil y preventiva de sus guardaespaldas; y que nos parecía que lo más correcto era respetar su ocio y su espacio vital, nos dimos por recompensados por el simple hecho de que Rania en persona nos alegrara la vista después de una semana cuzándonos por los pasillos de Davos con gente físicamente menos agraciada y menos resplandenciente como, sin ir más lejos, Bill Gates.
Rania y su séquito apenas permanecieron en el bar cinco o diez minutos. De repente, salieron como entraron: dentro de un eficaz, rápido y orquestado dispositivo de seguridad. ¿No les gustó el bar? ¿No les gustó la música? ¿Los de seguridad se sintieron vulnerables? Vaya usted a saber. Rania es una de esas caras amables a las que recurre la organización del Foro para dar una pincelada de color entre tanto debate sesudo sobre economía y geopolítica. Una de esas personalidades amables que ayudan a introducir entre una audiencia que rebosa de poder e influencia temas más cálidos como la lucha contra la extrema pobreza.
Larry Summers apareció en Davos
Media hora después, más o menos a la una y media, vimos en el Piano Bar a Larry Summers, uno de los galácticos que la pasada semana destilaron sus análisis sobre la economía global en Davos. Académico de Harvard, ex economista jefe del Banco Mundial, y ex Secretario del Tesoro de Estados Unidos.
En la sala de conferencias de Davos, Summers seguramente tenga más tirón de Rania. Pero a altas horas de la noche, en el Piano Bar, no hay color. Pese a todo, le entró decidida una joven periodista del International Herald Tribune. Y le acaparó un largo rato hablando a solas con él. Una profesional las veinticuatro horas del día, otra de los numerosos aspirantes a triunfador de la clientela de la semana pasada del Piano Bar.