
Morir de éxito es posible. La historia de la música, del cine, de la moda e incluso del deporte está repleta de rutilantes estrellas que se han apagado de golpe con trágicos desenlaces. Unos no asimilan la fama, otros sucumben a los excesos, y todo el dinero del mundo no es bastante para garantizar un futuro feliz...
Un momento, ¿no es esto lo que les está pasando a los mercados en estos momentos? Por raro que suene, no están a salvo de morir de éxito. En los cinco últimos años lo han tenido todo a favor.
Aprovechando los bajos tipos de interés de los que han gozado las principales potencias mundiales, con EEUU, Japón, la zona euro e Inglaterra a la cabeza, la alta cantidad de dinero que ha circulado a lo largo y ancho del mundo lo ha soportado todo. La subida de las bolsas internacionales, las fusiones y adquisiciones, el voraz apetito comprador del capital riesgo, la escalada del petróleo y de otras materias primas... Todo ello se ha apoyado en unas condiciones monetarias y crediticias excepcionalmente favorables.
A su vez, este festival ha surgido al abrigo de la mayor etapa de expansión económica en cuatro décadas. No se veía un crecimiento mundial tan alto como el del último quinquenio -superior al 4 por ciento- desde que las recetas keynesianas de la posguerra dieron sus frutos en los años 60 del pasado siglo. Sin ir más lejos, el Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de elevar sus previsiones para el crecimiento mundial del 4,9 al 5,2 por ciento para el presente ejercicio.
Una confusa realidad
Ahora bien, estas cifras son precisamente las que incrementan la confusión actual. Si la economía crece tanto, si, como sostienen los expertos, los fundamentos o pilares del crecimiento siguen sólidos, ¿dónde está el problema? ¿A qué vienen los temores actuales de las plazas financieras? A que, precisamente, se puede morir de éxito.
En la economía y en los mercados los excesos también se pagan, y este riesgo está quedando patente ahora. Se está manifestando mediante la crisis del sector de las hipotecasbasura o de alto riesgo -subprime, en inglés- en Estados Unidos, pero ésta no es más que la espoleta que ha destapado la verdadera raíz de todas las amenazas actuales: el elevado endeudamiento sobre el que se ha edificado el crecimiento mundial.
Las subprime como reflejo de excesos
Pero todo tiene un límite, y éste cada vez está más cerca de superarse, si es que no se ha pasado ya. En este sentido, las subprime, más que una causa, son el mejor ejemplo de esa realidad. Lo son porque, en sí mismas, reflejan los excesos en los que se han incurrido. En este caso, por parte de los bancos norteamericanos.
Allí, como en España, el negocio hipotecario ha nutrido la actividad bancaria en los últimos años. Conceder hipotecas no sólo se convirtió en una fuente de ingresos futuros, sino también presentes. ¿Cómo? Mediante la emisión de deuda respaldada con esas mismas hipotecas. Así, una entidad conseguía dinero en el presente mediante el lanzamiento de bonos -una operación conocida como titulización- sobre la garantía de su cartera hipotecaria.
Una vez lograda esa liquidez, la maquinaria se activaba de nuevo y el dinero conseguido se dedicaba a nuevos préstamos, bien a personas o bien a empresas. La clave, por tanto, pasaba por seguir alimentando esa maquinaria con más hipotecas que sirvieran para emitir nuevos bonos.
El problema surge cuando el mercado ya no da más de sí. Es decir, cuando los clientes no piden más préstamos para comprar casas. Esta cuestión se planteó en EEUU, y la reacción de los bancos fue clara: bajaron sus requisitos para captar nuevos clientes, incluso a sabiendas de que el riesgo de que éstos no devuelvan el préstamo es mayor. Y fue entonces cuando el negocio de las subprime se disparó. Así, entre 2000 y 2006 se cuadruplicó, y supone casi el 13 por ciento de las hipotecas existentes en EEUU .
AHM, la última víctima
Conscientes de que estas hipotecas poseían un mayor riesgo de impago y de que, por lo tanto, el mercado exigiría más intereses a los bonos que emitieran a partir de ellas, las entidades los empaquetaron junto a otros bonos surgidos de hipotecas o activos de mayor calidad -unas estructuras denominadas collateralized debt obligations (cdo's)-. Camuflados así, salieron al mercado.
Y las compraron otros bancos y otros inversores como los hedge funds -fondos de inversión libre-. Pero esta arquitectura comenzó a temblar cuando los impagos repuntaron en las subprime. Ahí empezaron las quiebras de las entidades que han prestado estas hipotecas, con la bancarrota de New Century en marzo como principal exponente.
Desde entonces, el contagio al resto del tejido financiero global ha sido continuo, como se ha reflejado en los dos hedge funds del banco estadounidense Bear Stearns que han quebrado tras haber invertido en bonos vinculados a hipotecasbasura. Esta misma semana, en Alemania se ha conocido que el banco Commerzbank y el grupo industrial IKB van a verse afectados por la crisis de las subprime. Y ayer se conoció el nombre de la última víctima, la financiera American Home Mortgage (AHM), que reconoció que no puede atender sus compromisos financieros por falta de liquidez.
Estos casos han encendido las alarmas. Sobre todo, porque amenazan con cerrar el grifo del dinero. De momento, y como muestra, Cadbury Schweppes se ha visto obligada a posponer la venta de su filial en EEUU porque las posibles compradoras no han obtenido en el mercado el dinero suficiente. Es un aviso. Uno más.