Economía

El euro y el desafío a la solidaridad de la UE

La quiebra del gigante estadounidense de la banca de inversión Lehman Brothers en septiembre de 2008 cortó la respiración del sistema financiero mundial, igual que el desplome de las Torres Gemelas tras los sangrientos atentados del 11-S en Nueva York marcó un antes y un después en el orden mundial.

En las semanas siguientes al caso Lehman, las entidades bancarias a ambos lados del Atlántico comenzaron a caer como moscas, y sólo la intervención de los Estados evitó lo que iba camino de convertirse en una masacre financiera.

Las más o menos discretas maniobras en las últimas semanas de los Gobiernos de la UE para apuntalar las finanzas públicas de Grecia y evitar su bancarrota persiguen precisamente evitar que el efecto dominó que vivió la banca a finales de 2008 se repita, pero con los Estados como víctimas. El objetivo de los líderes europeos es dejar claro a los especuladores que las capitales del Viejo Continente serán solidarias entre ellas. Y que apostar por quebrar eslabones débiles como Grecia, Portugal o España no tendrá premio porque no se romperá la cadena.

El apoyo a Atenas, encabezado por Francia y Alemania, no es únicamente por solidaridad y puro altruismo. A los alemanes les causa pavor la idea de que la crisis debilite su divisa. Y les vienen a la memoria, como si de pesadillas colectivas se tratara, las depreciaciones y la inflación galopante sufridas en el pasado.

En Francia, aunque la necesidad de sentirse arropada por una moneda indiscutiblemente fuerte no es tan marcada como en la otra orilla del Rihn, y aunque una ligera depreciación del euro es bienvenida por su industria exportadora tras los dolorosos máximos encadenados frente al dólar en los últimos años, el Gobierno tampoco está dispuesto a dejar que se resquebraje bajos sus pies la zona euro, ni a que los problemas del vecino sean fuentes de inestabilidad.

Berlín pone firme al mercado

Grecia no es el primer país de la UE que ha pasado por el trance actual. Irlanda fue el primer socio del club comunitario cuya solvencia se vio seriamente comprometida por la crisis. Según los cálculos de la Comisión Europea, el PIB irlandés se contrajo un 3% ya en 2008, y el desplome fue del 7,5% en 2009. Dublín era por tanto la primera presa fácil para los depredadores de los mercados.

Cuando hace un año el nerviosismo empezó a cundir porque ya habían identificado a Irlanda como el bocado más asequible, Alemania dio un golpe de autoridad. El socialdemócrata Peer Steinbrück, en aquel entonces ministro de Finanzas alemán, aseguró en público que Berlín no permitiría el desplome de un miembro de Eurolandia: el grupo de 16 países que comparten el euro como moneda única.

La especulación se zanjó. Y el Gobierno irlandés se embarcó en un programa agresivo de subida de impuestos y recorte del gasto público para sanear sus arcas y dejar de estar a tiro de los carroñeros.

¿Por qué desde finales del año pasado nadie ha puesto la mano en el fuego por Grecia con la claridad con la que en su día la puso el ex ministro germano? José Luis Rodríguez Zapatero aseguró en enero en Davos que la solidaridad europea estaba garantizada, y que la zona euro no se rompería. Pero estaba sentando en el Foro Económico Mundial en el banquillo de los acusados junto a Grecia; de modo que no era la voz que podía acobardar a los especuladores.

Desconfianza en Atenas

Los mensajes que en las últimas semanas destilaban la Comisión Europea y el Gobierno alemán dejaban entrever una posible ayuda europea, al admitir que el problema griego era una preocupación común. Pero el mensaje principal era una contundente invitación a que el Gobierno de Atenas fuera responsable y dejara de dar a sus socios quebraderos de cabeza.

El Gobierno griego saliente acababa de repetir el pecado original con el que el país entró en el euro: falseó sus cuentas públicas para enmascarar ante sus socios la gravedad de su déficit. Y del hartazgo de saber que el instituto oficial de estadísticas griego era poco creíble, en las capitales europeas se pasó a la cólera porque en plena tormenta económica y financiera volver a incurrir como hace una década en falta de credibilidad de las cuentas públicas era demasiado espolear el nerviosismo del mercado.

Atenas prometió a ejecutar un doloroso programa de saneamiento de sus Presupuestos. Y el socialista español Joaquín Almunia, hasta esta semana comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, asumió el papel de profesor riguroso que pide más esfuerzos a los alumnos perezosos.

Aunque Grecia obtuvo a finales de enero una demanda cinco veces superior a la oferta en una emisión de deuda pública, los mercados no terminaron de tranquilizarse y el coste de financiación de la misma siguió encareciéndose. Las noticias de que el Gobierno griego buscaba financiación en Francia y Alemania fueron desmentidas. Pero la credibilidad de los desmentidos fue menor que la de los rumores.

En las capitales europeas se abría camino la necesidad de tener lista una operación de salvamento por si acaso. Oficialmente, los responsables comunitarios recordaban que el Tratado de la UE prohíbe financiar a un Estado de la zona euro para evitar su bancarrota. Igual que antes de la caída de Lehman Brothers puntualizaban que sería un problema moral acudir con el dinero del contribuyente al rescate de un banco que por su mala gestión estuviera al borde de la quiebra. Pero en otoño de 2008 les faltó tiempo para inyectar fondos públicos en entidades bancarias como el belga-holandés Fortis.

La solidaridad tiene precio

Oficiosamente comenzó a correr como la pólvora por los pasillos de Bruselas que aunque estuviera formalmente prohibido que la UE como tal rescatara a un país de la zona euro, existían vías para hacerlo. Pero que nadie se compadecería de Atenas si su Gobierno no demostraba antes que era por fin un socio creíble, y que era inquebrantable su voluntad de erradicar los agujeros negros de su Presupuesto.

El objetivo era volver a colocar su déficit público por debajo del 3% de su PIB en 2013, déficit que según las previsiones de la Comisión Europea iba camino del 12,8% en 2011 si no se tomaban medidas. Grecia tuvo que presentar a finales de enero un plan que el Ejecutivo comunitario avaló, y puso bajo vigilancia casi diaria por si no daba resultado.

Para que Atenas pusiera toda la carne en el asador, por las esferas comunitarias circulaba otro aviso a navegantes: si los Estados de la UE finalmente se veían obligados a ayudar a Grecia a financiar su deuda y su déficit, sería con condiciones tan duras como las que impondría el Fondo Monetario Internacional. Estas señales seguían siendo oficiosas para evitar que nadie en Grecia diera por garantizada la ayuda y las reformas emprendidas fueran olvidadas.

La cumbre crea expectativas

En esa combinación de firmeza y posible generosidad solidaria estábamos cuando los gurús, los mercados, foros como el de Davos, y comisarios europeos como Joaquín Almunia comenzaron a meter a países como España y Portugal en el mismo saco que a Grecia por compartir problemas como una perdida constante de competitividad. El miedo a un contagio se disparó, a la par que el nerviosismo en los mercados aumentó y se encareció la financiación para estos tres países, pero también para otros como Francia o Bélgica.

Y llegó esta semana, en la que estaba prevista con mucha anterioridad celebrar en Bruselas una cumbre de jefes de Estado o de Gobierno de los 27 países de la UE. El objetivo único era abrir un debate sobre la estrategia de reformas económicas vía las que Europa intentaría retomar el crecimiento y la generación de empleo con el horizonte puesto en el año 2020.

A la cumbre se autoinvitaron la lucha contra el cambio climático y la ayuda a Haití. A la par que crecieron las expectativas de que una reunión a tan alto nivel no podía pasar de puntillas sobre un tema tan candente como una posible cadena de quiebras de Estados y la ruptura del euro. Y se filtraron informaciones sobre negociaciones en la sombra para apoyar a Grecia. Si hoy de la cumbre no sale un plan claro, al menos se espera una declaración firme de que Grecia no renunciará a sus reformas, y sus socios no la dejarán sola.

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