Economía

Nueva tarifa bancaria: la guerra entre Obama y Wall Street se encarniza

El presidente estadounidense, Barack Obama. Foto: Archivo

A menos de un par de días de cumplir su primer año en la Casa Blanca, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, sigue hincando el dedo en la llaga del sector bancario, algo que llama la atención si se tiene en cuenta que Estados Unidos está considerado como la cuna del capitalismo. La tasa de Obama no reducirá el riesgo de la banca.

El mandatario está decidido a intentar enmendar sus batacazos de popularidad -la última encuesta realizada por la cadena CBS sólo le otorga un 46% de aprobación-, aunque ello suponga echar un pulso a uno de los pulmones de la economía estadounidense.

Financiar el TARP

Con un tono serio y algo arisco, Obama anunció ayer la creación de un nuevo impuesto sobre los gigantes bancarios que tiene como intención recuperar el coste de aquel plan de rescate financiero, más conocido como TARP, aprobado a finales de 2008 por la Administración Bush.

Este salvavidas, financiado con dinero de los contribuyentes, puso a disposición de sector financiero cerca de 700.000 millones de dólares, aunque realmente quienes consiguieron salir a flote gracias al pellizco fueron las automovilísticas General Motors y Chrysler, las hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae y la aseguradora American International Group.

Por supuesto que instituciones bancarias como Citigroup o Bank of America, así como sus coetáneos JP Morgan, Goldman Sachs o Morgan Stanley recibieron de buena gana unos fondos que hicieron que la crisis no derivase en una versión aumentada y corregida de la Gran Depresión. Aún así, buena parte de estas entidades ha devuelto el dinero prestado y pagado los costosos warrants que les mantenían esposados al Gobierno federal.

Ahora, la Administración Obama está decidida a seguir castigando a los bancos para que paguen el coste del TARP, que según cifró el mandatario asciende hasta los 117.000 millones de dólares. Lo que no señaló el presidente es que buena parte de esta cantidad está fomentada por el fallo en el programa de refinanciación de hipotecas, los rescates al sector automovilístico y, muy especialmente, por AIG.

"Impuesto injusto"

"La política ha comenzado a comerse a la economía", asegura Scott Talbot, el principal lobbysta de la Financial Services Roundtable, una agrupación que representa a distintos inquilinos de Wall Street. "Este es un impuesto injusto a compañías que ya han devuelto el dinero o que, incluso, nunca recibieron ayudas", añade. No hay que olvidar, le pese a quien le pese, que los bancos sujetos a esta nueva tasa han saldado sus cuentas.

En la revista New Yorker, James Surowiecki mostraba su escepticismo con esta decisión. Al fín y al cabo, imponer un nuevo impuesto sobre el sistema financiero cuando todavía no se ha cantado victoria sobre la crisis podría acabar desatando una nueva tormenta. El problema con esta decisión populista es que no hace más que retrasar una muy necesitada reforma financiera que incluya una forma ordenada de desmenuzar gigantes bancarios, supervisar ciertos productors financieros e imponer cierto orden en Wall Street.

Resulta curioso que la Administración quiera ahora llevarse ahora el dinero que obligó a los bancos a recaudar como capital necesario para afrontar la tormenta.

Decisión arriesgada

Parece que con esta decisión Obama sólo busca dejar de lado su cara afable y se ha dispuesto seguir los pasos de Reagan, Carter o el propio Clinton. Con mano dura intenta sacar pecho con una decisión que podría volverse en su contra.

Tony Fratto, funcionario durante la administración Bush, explicó que "este nuevo impuesto acabará por trasladarse a los consumidores, reducirá el acceso a los préstamos y pondrá a los bancos estadounidenses en desventaja con sus competidores europeos". Por su parte, la Cámara de Comercio de EEUU, la patronal más grande del país, señaló que esta medida "podría costarle al gobierno más de lo que pretende recaudar".

Desde la Casa Blanca, los peones del presidente no dejaban lugar a dudas al afirmar que los bancos incorporarán dicho impuesto sobre las bonificaciones y no pasarán la carga a los propios clientes.

Los bonus, la granada de mano de los bancos

Aunque la tarifa de Obama sea una peligrosa arma de doble filo, tampoco hay que pasar por alto que los principales bancos también han sabido buscar camorra con el gobierno. Goldman Sachs o JP Morgan se disponen a presentar resultados de lo más suculentos, una guinda que vendrá acompañada del espinoso reparto de bonus.

Desde el sector bancario ya vienen defendiendo desde hace tiempo sus colosales compensaciones como el cebo para evitar la estampida de sus ejecutivos, que según indican son sus mejores activos. Por mucho escarnio que provoque es cierto que quizás los bonus no deberían desaparecer pero con la sombra de la recesión todavía coleando no es muy acertado volver a los niveles colosales de 2007.

En Goldman, durante los tres primeros trimestres de 2009, ya se acumulaban 16.900 millones de dólares en incentivos, mientras que Bank of America ya dejaba caer que algunos de los ejecutivos de "Madre Merrill" se llevarían suculentos pellizcos similares a tiempos anteriores a la crisis. Con estos ataques preliminares, el sector bancario ha pinchado al presidente estadounidense hasta hacerle reaccionar. Quizás con un poco más de discreción, o cabeza, Obama hubiera pagado su desplome en popularidad con otros.

Para Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, la solución es sencilla. Los bancos deberían haber reservado el dinero de los bonuses para ampliar sus reservas de capital, como ya ocurrió en los 80 para cuando varias entidades tuvieron que hacer frente a la crisis de deuda latinoamericana. Esta opción es algo drástica, dadas las circunstancias, pero es cierto que el sector financiero si debería haber tomado decisiones mucho más inteligentes. Quizás reforzar parte de su capital en lugar de dejarlo marchar todo por la puerta, aunque los bonuses se paguen en acciones o stock options a largo plazo, no es una idea tan descabellada.

Hoja de ruta: sin plan, no hay resultados

Por mucho que cueste reconocerlo, este enfrentamiento tiene poco sentido y los que tienen todas las papeletas para salir escaldados son, una vez más, los contribuyentes. Obama depende de los bancos y éstos de la buena sintonía política en Washington. Con más impuestos, el acceso al crédito se debilita y, por tanto, la financiación de la pequeña y mediana empresa norteamericana, el centro neurálgico de la economía del país, se resiente.

Con una tasa de paro estancada en el 10% y plan de estímulo que no termina de arrancar, Obama no debe jugar con fuego, especialmente en un momento en que las subidas de impuestos son el punto caliente de otro frente abierto: la reforma sanitaria. Mientras que el PIB norteamericano parece recuperar la senda del crecimiento, el mercado laboral seguirá en crisis durante algún tiempo.

El propio director gerente del Fondo Monetario Internacional, el galo Dominique Strauss Kahn, quien apoya el nuevo impuesto bancario, no dudó ayer en reconocer la crisis del mercado laboral que afecta a buena parte del planeta seguirá vigente durante los próximos meses.

Moraleja: si se limita aún más el acceso a préstamos tanto a las pymes como a los consumidores, la política económica del demócrata saltaría por los aires y, quizás, ya no haya colchón sobre el que aterrizar.

La administración Obama tiene mucha ropa todavía por planchar. El panel del Congreso que supervisa su gestión, liderado por Elizabeth Warren, profesora de Derecho en Harvard, apuntó ayer que el Tesoro debe trazar un plan para decidir qué hacer con los miles de millones en activos financieros en posesión del gobierno una vez que se de por finalizado el programa, el próximo 3 de octubre. Sin un plan de salida viable, no habrá impuesto ni tarifa que consiga amortizar el rescate.

A día 31 de diciembre de 2009, los mayores activos del TARP en posesión del gobierno federal eran 58.000 millones de dólares en acciones preferentes emitidas por varios bancos, 25.000 millones de dólares de acciones comunes en Citigroup, 46.980 millones de dólares en AIG y 61.000 millones de dólares invertidos en GM y Chrysler.

Para el panel de supervisión, los principios que tiene el Tesoro para deshacerse de los activos tóxicos que posee que justificarían casi cualquier decisión.

Bajo estas circunstancias, donde ningún pilar ha terminado de fraguar la descalficicada osamenta del sistema financiero norteamericano, cualquier decisión poco meditada puede resultar nefasta. Ni Obama ni los bancos podrán declararse vencedores de esta particular guerra, especialmente si lo que realmente quieren es volver a ver una economía floreciente que vuelva a situar a EEUU como líder económico del planeta.

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