
No es ningún secreto que el acuerdo sellado entre Bruselas y Washington a finales de julio en Escocia, ese arancel máximo del 15%, ha generado reacciones bastante negativas entre los Gobiernos europeos. Pero más allá de que la tasa sea en sí misma más alta de lo que en un inicio se pretendía, Europa se ha comprometido, además, a realizar una inversión en Estados Unidos de más de 1,3 millonesA de euros en energía, defensa, semiconductores e inteligencia artificial. Una decisión que podría comprometer y poner en riesgo el objetivo que se ha marcado la UE para este mandato para impulsar su competitividad industrial y su soberanía, especialmente en sectores tan clave como el de defensa, el energético o de inteligencia artificial.
En realidad, los compromisos pactados entre Bruselas y Washington arrojan dudas. Dudas sobre la capacidad de la UE de defender los intereses de sus Estados miembro. Dudas sobre la integridad de la UE para mantenerse fiel a sus compromisos y objetivos frente a una amenaza externa. Dudas sobre la coherencia de la UE para cumplir y alinearse con los objetivos que se han pactado y comprometido para el mandato.
Porque lo que marcaba la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como líneas maestras para su segundo mandato, que arrancaba a finales del año pasado, era un plan de acción para impulsar la competitividad de la UE. La bautizada como Brújula de Competitividad, se configura como una hoja de ruta con raíces en la necesidad de traer la producción de nuevo a suelo comunitario y hacerlo en sectores clave, entre ellos los microchips o la inteligencia artificial, que serán esenciales para el futuro desarrollo industrial de las potencias mundiales.
El exprimer ministro italiano, Mario Draghi, señalaba en su informe la necesidad de que Europa construyera su propia infraestructura de inteligencia artificial, que impulsara su política industrial y que finalizara la integración del mercado único. Bruselas analizaba los motivos por los que las empresas europeas no tenían acceso a capital o una estructura de mercado abierta para escalar sus negocios. Y lo hacía con la vista puesta en impulsar la próxima ola tecnológica con firmas europeas en suelo europeo. El hecho de que el compromiso sellado con el presidente estadounidense, Donald Trump, incluya compromisos de inversión en inteligencia artificial y microchips pone todo ello en tela de juicio.
Durante la presentación del acuerdo, Von der Leyen subrayó que la UE es y seguirá siendo un importante comprador de chips de inteligencia artificial estadounidenses. "Los chips de inteligencia artificial estadounidenses contribuirán a impulsar nuestras gigafábricas de inteligencia artificial y ayudarán a Estados Unidos a mantener su ventaja tecnológica", señalaba la jefa del Ejecutivo comunitario.
Es así que la UE se comprometía a adquirir 40.000 millones de euros en semiconductores de inteligencia artificial, lo que en sí mismo generará dependencias externas de un país tercero cuya fiabilidad es claramente dudosa. Lo mismo ocurre en el plano energético. El compromiso de adquirir 750.000 millones de dólares en gas natural licuado, petróleo y material nuclear no solo deja entrever que Bruselas cambia la dependencia de Moscú por la dependencia de Washington. Pese a la lección aprendida recientemente, la UE opta por cerrar los ojos ante los riesgos que entraña confiar la seguridad energética a un socio que no da más que signos de incertidumbre.
Además, este compromiso en el ámbito energético supone, en cierta manera, una claudicación de sus propios objetivos, propósitos y valores, los del Pacto Verde europeo. La crisis energética derivada de la guerra de Ucrania enseñaba al bloque comunitario que había que impulsar la soberanía energética y, para ello, desplegaba todo un plan de acción con el que dar alas a las tecnologías limpias y dejar atrás los combustibles fósiles. El acuerdo con Trump, pese a que se extienda solo durante tres años, compromete tal ambición. Lo hace como mínimo en el horizonte temporal, más allá de dar continuidad al propio consumo de combustibles fósiles.
Los 600.000 millones de euros de inversión restantes vendrán del sector privado pero se incluirá, en este paquete, la inversión en defensa. Bruselas se ha comprometido con Trump a que los Estados miembro continuarán comprando equipo militar, sin especificar la cuantía. La estrategia para impulsar la industria de Defensa en este segundo mandato de Von der Leyen no viene de la nada. De nuevo, la UE pretendía impulsar su soberanía estratégica en este sector en un momento en el que el panorama geopolítico se vuelve más incierto y los riesgos en el flanco Este se vuelven más prominentes.
La UE era consciente de su dependencia de EEUU en Defensa. De hecho, es su principal proveedor. Y por ello se ha desplegado una estrategia para que defensa no solo entre a formar parte del próximo presupuesto comunitario, sino que se impulse el gasto de los Estados miembro y se consolide una industria europea de defensa. El primer plan pretende movilizar 800.000 millones de euros en inversiones para el sector en suelo comunitario. Es un reclamo antiguo de Francia, que hablaba de defender la soberanía estratégica europea en el ámbito militar. Y el compromiso sellado en Escocia, de nuevo, vuelve a poner en riesgo y en duda todo lo que se ha venido trabajando estos meses desde Bruselas.
La Comisión Europea defiende lo volátil del compromiso. Que, a diferencia de Japón, no se trata de compras públicas, sino que son compras que harán las empresas privadas. Es una estimación de lo que se podría llegar a invertir, avisa Bruselas, no un compromiso de que se alcanzará la cifra. Pero Washington discrepa. Trump ya ha amenazado a la UE con aranceles del 35% si no cumple los compromisos de inversión. Poco le importa que la declaración conjunta, aún en negociación, no sea legalmente vinculante o que tal volumen de inversión no puedan ser garantizado porque depende de la empresa privada, como defiende el Ejecutivo comunitario.
La UE trataba de tomar nota de las lecciones aprendidas. Una de la pandemia, en un intento por volver a evitar roturas de la cadena de suministro como la de los microchips, que paralizaba la producción del sector de la automoción de la UE. Otra por la crisis energética, que dejó el poder en Moscú para poder chantajear Europa con el suministro energético. Por eso la estrategia para impulsar la competitividad industrial europea era tan importante. Romper con dependencias excesivas, volver a traer el impulso económico de la producción a suelo comunitario, buscar otros socios comerciales más fiables. Y todo ello como parte de la nueva visión de Europa que se intentaba configurar como parte del nuevo mandato de Von der Leyen y que ahora se difumina.