
El ejercicio de fuerza y coacción exhibido por el Ejecutivo de Donald Trump ha dado sus frutos. Esa intención de reequilibrar la balanza comercial con la UE, deja a Bruselas con mal sabor de boca y a los Gobiernos comunitarios con la sensación de que Europa ha cedido ante Estados Unidos. El resultado final, ese arancel del 15%, deja un escenario de críticas a una Comisión Europea que no ha mostrado músculo en el diálogo, que se ha plegado a los intereses de la Casa Blanca, frente a un primer mandato del republicano en el que sí dio una respuesta más contundente. Tan solo un sector sale beneficiado, el del automóvil y, por tanto, la economía alemana.
Si ha habido una industria que ha estado en el punto de mira en toda la negociación con EEUU ha sido el de la automoción. Y lo cierto es que es la única que sale favorecida del actual acuerdo del 15%. Supone una tasa mucho más baja que ese 27,5% con el que se trabajaba de partida, después de que Trump pusiera sobre la mesa la amenaza de aplicar un 25% de gravamen.
"Permitirá a los exportadores europeos expandirse en el mercado estadounidense. Fortalecerá la cadena de suministro e impulsará la actividad de las pymes en EEUU", decía en rueda de prensa el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, al frente de las negociaciones con Washington durante estos meses. Lo hacía defendiendo que se trataba de un buen acuerdo, ante una lluvia de reproches por haber capitulado. El objetivo último, afirmaba, era evitar una guerra comercial.
Alemania, por ende, es el único Estado miembro que puede considerar que el pacto sellado le beneficia. La industria del automóvil germana se apoya en la cadena de producción del automóvil. Desde el propio coche a sus componentes constituyen un punto tractor de PIB del país y es el segundo Estado miembro con más exportaciones a EEUU, justo por detrás de Irlanda.
Con firmas como BMW, Audi o Mercedes, Berlín era el principal interesado en mantener unos aranceles bajos a los coches, aunque también el sector italiano se beneficiará de ese 15%. No obstante, la patronal alemana del automóvil, VDA, avisaba de que esta tasa "costará miles de millones anuales a la industria automotriz alemana". El canciller germano, Friedrich Merz, celebraba que se llegara finalmente a un acuerdo, aunque consideraba que el comercio entre ambos lados del Atlántico se reduciría.
Además, se abre la puerta a que los vehículos europeos sean más competitivos que los estadounidenses en su propio mercado local. Los coches comunitarios estarán sujetos a un arancel del 15%, mientras que la cadena de producción de la automoción estadounidense, dependiente de México y Canadá, deberá afrontar los aranceles adicionales que Trump ha impuesto sobre estos territorios. Los elevados gravámenes aplicados por el Ejecutivo estadounidense a los países vecinos podrían encarecer el precio de los coches norteamericanos y, al tiempo, cambiar las reglas del juego para la industria europea.
El sentimiento generalizado en el bloque comunitario es el de haber perdido la negociación, una sensación que contrasta frente una Comisión Europea que sí dio una respuesta firme a la escalada arancelaria que planteaba Trump en su primer mandato.
Esta negociación ha estado en todo momento desequilibrada. Trump ha tomado una actitud ofensiva y la Comisión Europea defensiva. La UE a penas ha podido seguir el ritmo a la oleada de aranceles anunciada por la Casa Blanca. Y las medidas que implementa llegan tarde, no compensan el golpe de Washington y se quedan desactualizadas en cuestión de días.
El historial de la negociación así lo refleja. Primero Trump anunció aranceles a las importaciones de acero y aluminio del 25% (que luego elevó al 50%), luego aplicó otro 25% a las importaciones de coches europeas y posteriormente anunció sus aranceles universales con los que tasaría en un 20%.
La UE va rezagada. Responde en abril con una ronda de aranceles por valor de 20.000 millones de euros que no llegan a aplicarse pues Trump plantea una tregua comercial que se extendería hasta este agosto. Bruselas impulsa también otra ronda de gravámenes cuyo impacto, finalmente, se ve reducido a 72.000 millones de euros y que no llega a aprobarse hasta julio, en una suerte de respuesta a la carta del republicano con la amenaza de gravámenes del 30%.
Así es que, Europa no llega a equiparar en ningún momento la amenaza que esgrime EEUU ni tampoco llega a ser lo suficientemente ágil como para ir aprobando medidas de respuesta. Su actuación es reactiva, defensiva, y se aleja de la fortaleza mostrada en el primer mandato de Trump. Al final, no hay que olvidar que Bruselas quería un acuerdo con un gravamen del 10%, como el que había conseguido Reino Unido, y debe asumir el 15% como el mejor de los escenarios.
El primer ministro francés, François Bayrou, tildaba el anuncio de "día sombrío para Europa". No era mucho más generoso el presidente galo, Emmanuel Macron, que apuntaba que el acuerdo comercial muestra que la UE "no es lo suficientemente temida" en la esfera internacional "porque no se asume como una potencia", en una clara crítica a la óptica negociadora.
Desde Bruselas se vendía la idea de que se ha evitado una guerra comercial, de que un arancel del 15% es mucho más razonable que esa elevada tasa del 30% con la que amenazaba Trump. Pero quizás aquí ha estado el error de la Comisión Europea, no ha puesto en valor la importancia del mercado europeo para Estados Unidos.
La postura desde Berlín ha girado desde un primer mensaje de aceptación del acuerdo a una perspectiva mucho más reactiva. El canciller alemán, Friedrich Merz, aseguraba que los aranceles serán una "carga considerable" para la economía germana. Pero también hay quien señala a Alemania como culpable de la situación y es que en los últimos meses ha venido presionando por un acuerdo, aunque fuera un mal acuerdo, con tal de calmar a los mercados.