
Álvaro Ramos cree en el poder transformador de las buenas inversiones, y también en que una persona, si recibe los recursos adecuados en el momento oportuno, puede multiplicar su impacto mucho más allá de lo esperado. Esa convicción, que le ha acompañado a lo largo de su trayectoria profesional, es la que hoy aplica al frente de Acoes, una organización hondureña dedicada a erradicar la pobreza a través de la educación y el desarrollo integral de niños y jóvenes en situación de vulnerabilidad. Actualmente, Acoes acompaña y forma a más de 11.700 niños y jóvenes en Honduras.
Con una sólida experiencia en el ámbito de la inversión y la gestión de activos, Ramos ha trasladado al terreno social una lógica de desarrollo que no renuncia a la eficiencia ni al impacto medible. Su enfoque no responde a una visión asistencialista, sino a una mentalidad que podría definirse como private equity aplicado al desarrollo humano: identificar talento, formar, acompañar y permitir que los propios beneficiarios se conviertan en agentes de cambio. "No hay mejor inversión que una buena persona", resume.
Acoes opera con más de 800 voluntarios —en su mayoría jóvenes que pasaron por sus programas— que sostienen escuelas, comedores y centros de formación en distintas regiones de Honduras. Lejos de ser una solución puntual, el modelo está diseñado para ser autosostenible. Un modelo donde el compromiso nace del propósito, no del salario.
"La clave es escuchar a los que están con los pobres. El Estado no puede y hay que apoyarlo, pero también hay que apoyarnos a nosotros, que hacemos labor de Estado", afirma.
Invertir en desarrollo social
Pero la propuesta de Ramos no se limita al ámbito local. Defiende que apoyar modelos eficaces de cooperación tiene un impacto directo en países como España. Con un cambio demográfico en marcha y una proporción creciente de población nacida fuera, invertir en el desarrollo de comunidades de origen no es solo una cuestión ética, sino estratégica. El codirector de Acoes lo resume así: "El control migratorio debería ser 10-15 años antes, no al pasar el pasaporte, ya que la mayoría de los futuros habitantes en España habrán nacido fuera, y si se quiere que haya menos problemas en España y que esta sea más productiva, interesa ir a la raíz donde están los futuros ciudadanos".
La mayoría de los recursos destinados a combatir la pobreza se apoyan en la idea de que los Estados locales deben resolver por sí solos estos problemas. Sin embargo, en países como Honduras, estas administraciones no cuentan con la capacidad suficiente para hacerlo. No se trata de "estados fallidos", sino de Estados que aún están en proceso de construcción. En este contexto, las grandes instituciones internacionales juegan un papel complementario crucial, no solo ayudando a los Estados sino también fortaleciendo a quienes actúan como un verdadero brazo de estos.
A su juicio, esta visión exige que la cooperación internacional se reinterprete como política nacional de futuro. Y que el sector empresarial se implique de forma más activa. "Al mundo de la empresa le interesa crear nuevos clientes, y lo que nosotros hacemos es darles nuevos clientes a las empresas. La gente del mundo de la empresa tiene que tomar más el liderazgo del desarrollo de estos países, ya que le conviene".
Una visión estratégica
Formar a futuros inmigrantes con valores, ética de trabajo y una filosofía que se integre con la cultura nacional resulta esencial para evitar tensiones y promover un crecimiento inclusivo.
El sector empresarial tiene, en este sentido, una responsabilidad y una oportunidad única. Ramos subraya que las empresas deberían liderar el desarrollo social, creando nuevos clientes y mercados. España era un país con escasas inversiones y logró transformarse en una potencia económica gracias a un impulso público decidido. "España hace 40-50 años era un país in-invertible, nadie invertía en España, pero hubo una inversión motivada por lo público que convirtió a España en una máquina de generar riqueza", recuerda.
Esa misma lógica, asegura, puede aplicarse hoy a regiones que parecen alejadas o poco relevantes para la economía global, pero que serán clave dentro de unos años. Ahora, el reto es extender ese modelo a través de la colaboración público-privada y no dejar el desarrollo social exclusivamente en manos del tercer sector tradicional.
El cambio de mentalidad es urgente, y aunque las empresas no puedan "arreglar" países enteros, sí pueden contribuir con su esfuerzo y recursos a generar un impacto real y duradero. Según Ramos, actuar con esta perspectiva no es solo una cuestión de principios, sino también un ejercicio pragmático que beneficia a todos: a las comunidades, a las empresas y al conjunto de la economía global.
Lo que Ramos propone no es ingenuidad, es estrategia. Y como toda buena estrategia, requiere paciencia, liderazgo… y saber dónde sembrar.