Economía

El "paraíso socialista" de Europa se llena de multimillonarios: los nuevos Rockefeller destapan las vergüenzas del modelo sueco

  • La riqueza acumulada de los multimillonarios suecos supera ya el 30% del PIB
  • Las herencias se imponen frente a la creación de riqueza que genera prosperidad
  • Suecia ha estado gobernada durante décadas por gobiernos socialdemócratas

Suecia es uno de los países de Europa con un Estado de Bienestar más potente. Aunque su modelo se ha debilitado en los últimos años, el gasto público sobre PIB, las coberturas para los más desfavorecidos, las ayudas a la natalidad y unos impuestos relativamente altos siguen estando presentes en el que ha sido considerado como el 'paraíso socialdemócrata' de Europa durante décadas. Lo cierto es que en los rankings globales, Suecia continúa brillando como modelo de bienestar social. Un país con servicios públicos universales, escuelas y sanidad gratuitas, amplias licencias parentales y un gasto público que ronda el 50% del PIB, uno de los más altos de Europa. Sin embargo, bajo esa superficie de estabilidad y progreso social, se está gestando una paradoja que podría alterar el equilibrio político y económico del país. Según el análisis anual de Ruchir Sharma, presidente de Rockefeller International, Suecia está experimentando una peligrosa concentración de riqueza en manos de una élite reducida, en niveles que superan incluso a los de Estados Unidos durante su Edad Dorada.

Sharma, que lleva años observando la evolución de las grandes fortunas mundiales a través de la lista Forbes, identifica cada año a los países donde la riqueza de los multimillonarios crece de forma desproporcionada en relación con el tamaño de la economía. En 2024, todas las alarmas se han encendido en Suecia. Aunque el país sigue siendo percibido como un bastión socialdemócrata (aunque la menor tolerancia a la inmigración está cambiando este paradigma), la riqueza de sus multimillonarios ha escalado hasta el 31% del PIB, el mayor nivel registrado entre las 20 economías principales que analiza Sharma, y con el mayor aumento anual.

Este auge no solo es cuantitativo, sino también cualitativo. Suecia cuenta hoy con 45 multimillonarios (personas con más de 1.000 millones de dólares), 1,5 veces más per cápita que EEUU, y siete de ellos superan el umbral de riqueza relativa que John D. Rockefeller alcanzó en su apogeo en 1910, cuando su fortuna representaba un 1,5% del PIB estadounidense. En otras palabras, los nuevos Rockefeller del siglo XXI ya no están en Manhattan, sino en Estocolmo y Gotemburgo.

El problema, según Sharma, no es solo el tamaño de las fortunas, sino su procedencia. En una economía sana, la élite empresarial debería estar formada en su mayoría por emprendedores que generan "riqueza productiva", es decir, aquella derivada de sectores innovadores como la tecnología o la industria manufacturera. Sin embargo, en Suecia los "multimillonarios buenos" se están viendo superados por los "malos" en una proporción de dos a uno. Estos multimillonarios 'malos', según Sharma son los que han construido su riqueza a través de las herencias o de sectores poco productivos (construcción o commodities) o que son conocidos por alguna trama corrupta o de relaciones con el poder. No es que el inmobiliario, las materias primas sean intrínsecamente malos. Pero contribuyen menos a la productividad y tienen menos tirón que industrias como los automóviles, la tecnología o la farmacéutica, asegura Sharma. Solo tres de los 45 magnates suecos provienen del sector tecnológico, y apenas un 12% de su riqueza puede considerarse productiva, la tercera proporción más baja entre los países desarrollados analizados.

Este desequilibrio no siempre fue así. Durante la posguerra, Suecia apostó por un modelo de Estado de bienestar expansivo, con altos impuestos a las rentas, el patrimonio y las herencias. Pero en los años 90, tras varias crisis financieras y una preocupante fuga de capitales y talento, el país emprendió una reforma fiscal profunda. Mantuvo los pilares del bienestar (educación y sanidad universales, subsidios por desempleo, pensiones generosas), pero eliminó impuestos al patrimonio, redujo los gravámenes corporativos y suprimió casi por completo el impuesto de sucesiones.

Las herencias ganan peso

Esa liberalización fiscal ha tenido consecuencias. Hoy, casi el 70% de la riqueza de los multimillonarios suecos proviene de la herencia, un nivel comparable al de Francia y Alemania. Y aunque el país ha cultivado una imagen de equidad y meritocracia, en la práctica se están consolidando dinastías económicas cuya fortuna y poder se perpetúan generación tras generación.

El sistema fiscal sueco actual presenta contradicciones notables. Mientras grava fuertemente los salarios, los ingresos del capital (como dividendos o plusvalías) están sujetos a tipos mucho más bajos e incluso regresivos. Además, los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria son anecdóticos: la tasa anual para propietarios está limitada a menos de 1.000 dólares, lo que favorece desproporcionadamente a quienes poseen grandes activos, explica este experto en su columna en el Financial Times.

Política monetaria y precio de los activos

A esto se suma una política monetaria laxa. El Riksbank ha mantenido tipos de interés por debajo de la media europea durante años, lo que ha favorecido la subida de los precios de los activos financieros e inmobiliarios. Los más ricos han aprovechado estos tipos bajos para endeudarse barato, invertir y multiplicar su fortuna, mientras que el acceso a la vivienda para los jóvenes se ha hecho cada vez más difícil.

Paradójicamente, esta concentración de riqueza no ha generado aún una reacción social significativa. En los últimos años, la crispación política se ha dirigido sobre todo hacia la inmigración y la inseguridad ciudadana, no hacia los grandes patrimonios. Muchos de los magnates suecos han cultivado una imagen de filantropía discreta, donando fondos a la investigación, la cultura o la cooperación internacional, lo que ha mitigado el resentimiento popular.

Pero Sharma advierte que esta calma puede ser solo aparente. En su experiencia, los países que presentan desequilibrios extremos en los indicadores de riqueza acaban sufriendo estallidos sociales o giros políticos inesperados. Ocurrió en la India tras el auge de los "malos multimillonarios", en Chile en 2019 con las protestas contra la desigualdad, o en Francia con las marchas contra los ricos en 2023. En todos los casos, las señales estaban ahí antes del estallido.

Suecia es especial

Suecia, recuerda Sharma, es un país de extremos. El economista sueco Johan Norberg ha descrito a su patria como una sociedad que tiende a ignorar los problemas mientras se agravan, hasta que se hacen insoportables y la opinión pública cambia de dirección bruscamente. Esta dinámica, unida a los desequilibrios actuales, convierte a Suecia en terreno fértil para una futura revuelta contra las élites económicas.

El reto, concluye Sharma, no es demonizar la riqueza, sino promover un ecosistema equilibrado donde los emprendedores innovadores prosperen sin que el capital heredado se convierta en un mecanismo de perpetuación de privilegios. Suecia necesita recuperar ese equilibrio antes de que el resentimiento social destruya el modelo que tanto ha costado construir.

Porque por muy generoso que sea el Estado de bienestar sueco, si la percepción de injusticia crece, ninguna prestación pública bastará para contener el descontento. Y el país que un día fue ejemplo de equidad podría convertirse en el próximo epicentro de una revuelta contra el capitalismo.

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