
En política, como en la vida, cualquier pique absurdo puede terminar por crear un abismo que aleje y confronte a las dos partes. Si hasta ahora la UE y Estados Unidos podían presumir de afinidad y de ser el mayor bloque comercial del mundo, la llegada de Donald Trump ha abierto la puerta a una dinámica basada en un pulso constante. El bloque comunitario ha cesado en su empeño diplomático y después de responder con medidas proporcionales a los aranceles de Trump, exhibe su empeño por diversificar las relaciones comerciales hacia América Latina.
Bruselas daba esta semana un paso de gigante, anunciaba aranceles a diversos productos estadounidenses como contramedida a las tarifas a las importaciones al acero y aluminio impuestas por Washington. Los bienes que la UE pretende incluir en esta lista afectarán a aquellos estados en los que el republicano aglutina un mayor respaldo electoral. Y si en este camino debe estrechar sus relaciones comerciales con otros países, pues que así sea.
"Se incluyen productos del sector agrícola como la soja, de la que tenemos, por supuesto, una importante producción en, por ejemplo, el estado de Luisiana, por ejemplo, el hogar de como presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson", explicaban la semana pasada fuentes comunitarias. "En todos estos ámbitos, también en el de la soja y los productos cárnicos, tenemos muchas alternativas. Nos encanta la soja, pero no nos importa comprarla en Brasil, en Argentina o en cualquier otro lugar".
La UE busca nuevos amigos cuando sus relaciones habituales empiezan a reflejar las fracturas abiertas por las tensiones. Las mismas fuentes explicaban que el bloque comunitario tiene acuerdos comerciales con el triple de países que Estados unos, en una relación de 20 frente a seis. En este segundo mandato, Bruselas se ha apresurado a cerrar relaciones comerciales con Mercosur, México, Suiza, ha reanudado negociaciones con Malasia, estrechado el vínculo con la India y, la pasada semana, se acercaba a Sudáfrica.
"Creo que somos bastante buenos en el juego de abrir mercados, manteniendo abierto nuestro propio mercado", concretaban fuentes comunitarias. Bruselas tiene claro que no está solo en este juego. Más allá de ampliar sus alianzas en el plano comercial también se ha acercado a los países sujetos a las amenazas arancelarias de Trump para delinear una estrategia coordinada entre aliados.
"Estamos en contacto con otros aliados. Eso incluye, y no habrá ninguna sorpresa, a Canadá, Japón, Noruega, Reino Unido o México, sólo por nombrar algunos", aclaraban fuentes de la Comisión Europea, que al tiempo descartaban que la respuesta arancelaria de Bruselas de la semana pasada se ejecute en coordinación con ningún país amigo.
Lo que eran mensajes de campaña que causaban revuelo y recelo en Europa se han convertido en amenazas reales. Trump cumplía lo prometido al anunciar aranceles a las importaciones al acero y aluminio, incluidos los de la Unión Europea, de hasta el 25%. Bruselas no tardaba en reaccionar, y si en un primer momento intento apelar al diálogo, la jefa de Ejecutivo comunitario ya expuso claramente sus condiciones: la UE impondrá "contramedidas firmes y proporcionadas".
No ha tardado en hacerlo y, emulando a la dinámica, por otro lado previsible, del primer mandato de Trump, anunció tarifas a las importaciones estadounidenses con el mismo impacto económico. Así, si la medida de Washington afectará a bienes europeos por valor de 28.000 millones de dólares, las de Bruselas tendrán un impacto de 26.000 millones de dólares.
El plan de Bruselas está diseñado para hacer daño a Trump en su propio terreno. Consta de dos partes. Una primera fase, a partir del 1 de abril, en la que se reintroducirán los aranceles que estuvieron vigentes entre 2018 y 2020. Afectarán así a las motos Harley Davidson, los vaqueros Levi's o el bourbon, además de cosméticos y productos agrícolas. En una segunda fase, pendiente de consulta con las partes implicadas y los países de la UE, se atacará a un amplio abanico de productos: desde cárnicos a bebidas alcohólicas, electrodomésticos o plásticos.
"Hemos creado una lista de productos que tienen un alto valor simbólico y que no nos cuestan mucho", indicaban fuentes comunitarias. Tan alto es este valor que la respuesta del líder estadounidense no hace sino retratar el daño infligido. Trump amenazaba con un arancel del 200% sobre el vino, champán y otras bebidas alcohólicas de Europa. Un movimiento que no hace más que dibujar una espiral de tensiones y que tiene como condición que la UE elimine el arancel al wishkey estadounidense.
La palabra represalia lleva sobrevolando el ambiente en Bruselas desde que el republicano llegó a la Casa Blanca. El primer intento de la UE fue el de conciliar y acercar posturas, una puerta que continúa abierta, pero las represalias, efectivamente, se han consumado. El republicano rompía así con el acuerdo alcanzado en 2020 entre Bruselas y la administración de Joe Biden, que permitió rebajar al 10% los aranceles al acero y aluminio del primer mandato de Trump y su respuesta desde la UE.