
El gran desafío que afrontarán en los próximos años los mercados laborales de todo el mundo será capacitar a sus trabajadores para una transformación determinada por la tecnología y la automatización. En este escenario, a los trabajadores se les pedirán una serie de habilidades no solo adquiridas mediante formación sino a lo largo de su experiencia profesional. Pero España lleva lustros perdiendo este tren.
En el segundo trimestre del presente año, España anotó una tasa de paro entre los menores de 25 años inferior al 30%. Era la primera vez que ocurría desde 2008, aunque el espejismo duró poco: tres meses después volvía a rebasar esta cota que convierte a nuestro país en el segundo con el mayor porcentaje de paro juvenil después de Grecia.
En paralelo, también anotamos la tasa de paro 'senior' más elevada entre los 27, lo que nos sitúa a la cabeza del 'edadismo' laboral en la Unión Europa. Sin embargo, es una cifra muy inferior, de apenas del 11,8%, aunque en número absoluto de parados sea mayor.
Por ello, quizá, no se suele analizar la relación causa efecto entre ambas variables, ni lo que puede significar para el futuro del mercado laboral y la economía española.
Desde el estallido de la crisis financiera, la política para reducir el paro juvenil se ha centrado en dos frentes: reducir el abandono escolar, y compatibilizar la educación con la entrada en el mercado laboral, a través de fórmulas como la formación dual. Sin embargo, los resultados nos siguen situando a la cola de la UE. Los denominados 'ninis' se sitúan en el 29%, mientras solo tres de los que quieren trabajar mientras estudian lo han conseguido.
Aunque los datos son mejores que los anotados en los peores momentos de la Gran Recesión (cuando la tasa de paro juvenil llegó a superar el 55%) la historia que siguen mostrando es la de un fracaso. Pero si se analizan en conjunto con los de la tasa de paro de los trabajadores de mayor edad pueden crear un escenario todavía peor.
Y es que tener las tasas de paro junior y senior más elevadas implica que España es el país europeo con la carrera profesional media más reducida. Es decir, llegan más tarde y son expulsados antes del mercado laboral. Es algo que ya se vio en la crisis financiera la recuperación del empleo se concentró en la franja de edad entre 25 y 45 años.
Además de la situación económica, una de las explicaciones que se da son las peores competencias de los trabajadores, unos por falta de experiencia y otros por falta de 'adaptabilidad' al nuevo tipo de empleo.
Pero lo cierto es que esta tendencia de acortar la vida laboral, este 'sandwich' de desempleo no ha mejorado pese a la entrada en el en el mercado laboral de generaciones mejor formadas académicamente en el último cuarto de siglo. Con lo cual debe haber otro factor que lastra el desarrollo profesional de los españoles.
Menos competencias cognitivas
¿Puede ser que la clave para que este retraso se perpetúe es una secuela del desempleo y la peores condiciones en sus primeros años? Jaime Arellano-Bover, profesor asociado de la Universidad de Roma Tor Vergata e investigador asociado del Einaudi Institute for Economics and Finance (EIEF) ha dedicado varios trabajos a analizar esta cuestión. Y sus conclusiones apuntan en esta dirección.
"Los trabajadores con experiencia que se enfrentaron a peores condiciones económicas durante su transición de la educación al trabajo obtienen sistemáticamente peores resultados en las evaluaciones de las habilidades cognitivas", afirma en su estudio titulado 'El efecto de las condiciones del mercado laboral al momento de la entrada en las habilidades a largo plazo de los trabajadores'.
El análisis se basa en el caso de 19 países de la OCDE, entre ellos España. De hecho, tal y como ocurre en el informe PISA que mide los conocimientos de los estudiantes, España es uno de los países de la OCDE peores posicionado en el PIAAC, el Programa para la Evaluación de las Competencias de la Población Adulta.
El PIAAC mide competencias cognitivas en áreas comprensión lectora, capacidad de cálculo y "capacidad para resolver problemas en contextos informatizados". Los malos resultados de España siembran dudas sobre la capacidad de nuestra fuerza laboral para adaptarse a los cambios en sus trabajos.
Tras estudiar la evolución de las competencias y del desempleo, Arellano-Bover incide en que las secuelas del desempleo juvenil acompañan a los trabajadores del empleo juvenil a lo largo de toda su carrera profesional.
No solo por empezar sus carreras laborales más tarde, sino por hacerlo en peores condiciones y con salarios más bajos. La idea es que estas últimas se compensan en los años siguientes, pero muchas estadísticas, como las de los salarios muestran que esto no es así. Y la clave de que este retraso se perpetúe es la mala (o inexistente) experiencia laboral en sus primeros años.
Y es que el los impactos de las condiciones laborales al principio de la vida laboral entre los 18 y los 25 años, "son mucho más importantes que los sufridos en edades posteriores", según Arellano-Bover.
Este efecto se produce a pesar de que estos grupos de trabajadores eran más propensos a continuar con sus estudios debido a las malas condiciones económicas, como ocurrió en España tras la crisis financiera. Es decir, que aunque la educación y la formación mejoren el panorama, no bastan par resolver el problema.
El perdido tren del futuro
Dos factores matizan este impacto: la educación de los padres y el tipo de empresas en las que empezaron a trabajar. Analizando el ejemplo de Alemania, concluye que los trabajadores que empezaron a trabajar en empresas de mayor tamaño tiene mejores perspectivas profesionales.
No es difícil extrapolar los datos para España, que parte de una mucho peor posición de base con un nivel educativo medio inferior y un tejido empresarial atomizado. Y la situación puede empeorar en los próximos años.
Decir que el paro y la precariedad juvenil lastran las "habilidades cognitivas" de los trabajadores tiene un significado complejo en un momento en el que la transformación de los modelos de empleo se orienta hacia las denominadas "habilidades blandas". Es decir, a las que no pueden ser automatizadas por una máquina, un algoritmo ni una inteligencia artificial.
Son competencias ligadas al desarrollo de una experiencia profesional basada en una mayor autonomía de los trabajadores a la hora de resolver las situaciones complejas en su puesto, más allá de las respuestas mecánicas o la actividad física.
Si las deficientes primeras experiencias laborales no permitieron a los jóvenes adquirirlas, su futuro profesional se verá lastrado todavía más, arrastrándoles a tareas físicas y mecánicas. Y cuando lleguen a cierta edad, también se encontrarán en que se prescinde de ellos.
Sumándose así al efecto pernicioso que tendrá el envejecimiento de la población en la exclusión laboral y la falta de mano de obra para las próximas décadas.