
Cada una de las crisis mundiales encadenadas a lo largo de los últimos años, se ha interpretado como una sucesión de clavos en el ataúd del modelo de economía internacional que ha imperado en el último cuarto de siglo. ¿Estamos ya en ese escenario? ¿Y qué consecuencias tendría para España?
Sin acabar de superar las secuelas de una pandemia que provocó una histórica escasez de materias primas, la economía mundial afronta las consecuencias del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania. Una guerra que no solo está disparando los precios de la energía y, con ellos, la inflación, sino que cuestiona el equilibrio entre los grandes bloques de países 'desarrollados' y 'emergentes'.
Pero en el momento actual, aún es difícil estimar el impacto directo que una ruptura de las vías del comercio mundial tendría en términos de empleo en nuestro empleo.
Los estudios en el último año se han centrado la carencia y el encarecimiento de las importaciones de materias primas, desde los semiconductores al petróleo y el gas, que está teniendo un efecto claro en conjunto de los sectores de actividad.
Pero no se debe olvidar que la Unión Europea también vende a terceros países. Y estas exportaciones generan millones de puestos de trabajo que sufrirían aún más directamente, si cabe, el golpe de un paso atrás en la globalización forzado por el nuevo escenario geopolítico.
Un informe de Eurostat con datos recabado por el proyecto de investigación FIGARO trata de arrojar luz sobre el coste que podría tener y pone sobre la mesa una cifra concreta: el 14,5% de los empleos en la Unión depende directamente de la globalización que propicia las exportaciones más allá de sus fronteras
En España, el porcentaje es algo menor pero también significativo: supone el 11,7% del empleo. 2,3 millones de trabajadores que verían en peligro sus empleos si este flujo comercial se interrumpe.
Para contextualizar lo que supondría, basta recordar que en el momento más duro de las crisis sanitarias y los confinamientos en España registró una caída de 1,3 millones de ocupados, el 6% de los que había a principios de 2020. Es decir, un colapso del comercio global podría destruir el doble de empleos solo entre los sectores exportadores.
La rentabilidad de la globalización
Ello a pesar de que no parece que nuestro mercado laboral esté entre los que más se beneficia las exportaciones a terceros países. La tasa de empleos que es la cuarta más baja entre los 27, después de Croacia, Rumanía y Portugal, y la menor de entre las grandes economías europeas, aunque solo queda tres décimas por debajo de Francia.
Entre 2010 y 2020, según los datos de Eurostat, estos empleos solo habían crecido un 18% en España. Un rendimiento muy inferior al de Italia (donde se incrementó un 40,7%), Francia (35,5%) o Alemania (31,9%).
España depende de la UE
Pero más allá del impacto directo de nuestras ventas a países extracomunitarios, el informe también analiza el beneficio cruzado de la globalización en términos de empleo.
Y revela que España se beneficia más de las exportaciones que hacen el resto de países de la UE que de las que hace nuestro país. Así, mientras las exportaciones a terceros países de la UE generan de manera indirecta 2,8 millones de empleos en nuestro país, las de España suman 2,01 millones al conjunto de los 27.
Es el tercer superávit más alto después del Polonia y Rumanía. Por el contrario, Alemania, el mayor exportador europeo registra un 'déficit' de 100.000 trabajadores.
Profundizando en esta cuestión, el estudio también estima cuánto del empleo creado por la globalización en cada país debe a nuestra industria y cuanto al de sus vecinos. Y los datos son claros: ocho de cada diez empleos creados por estos flujos en España deriva de exportaciones de empresas de otros países.
El restante es doméstico: el 43,1% corresponde directamente a nuestras ventas y el 36,1 a sus proveedores, también nacionales.
Efecto contagio
Una de las cuestiones más relevantes a la hora de preparar a la economía para una crisis de la globalización que frente las exportaciones es entender cómo se reparte su impacto.
Si la dependencia del empleo exportador está más concentrada en unos pocos sectores, no frenará la destrucción de empleo, pero las reformas y medidas para revertirla tendrán un foco más claro. Un ejemplo reconversión industrial como la que vivió España en los 80 y 90.
Pero si el impacto está más repartido, la solución se complica, ya que la capilaridad del impacto no se limita solo a las empresas y sus proveedores, sino que puede contagiarse al resto de la economía. Algo así ocurrió en la crisis financiera, que en España anticipó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.
En España, según Eurostat, el sector más dependiente so las manufacturas, que suponen un 24,8% del empleo creado por las exportaciones, seguido del comercio, con un 21,2%. De esta forma, ambos suman el 46%, menos de la mitad de todo el empleo en riesgo.
Aunque este perfile es similar ale la mayoría de países europeos, en otros está mucho más concentrado. Así, en República Checa llega al 64%, mientras en Italia llega al 59,1% y en Alemania al 55%.
Por el contrario, la capilaridad del impacto, y el posible efecto contagio, en Francia (42%) es mayor que en España.