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Techo de cristal en la Universidad

  • A menudo se atribuye la falta de candidaturas femeninas a la falta de interés de las mujeres
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La expresión "techo de cristal" se ha consolidado, junto con la de "suelo resbaladizo" para definir la inestable y limitada carrera profesional femenina, lo que alcanza especialmente a la ocupación de puestos de responsabilidad y mando. La Universidad española no es ajena a este fenómeno generalizado, aunque, obviamente, cuenta con rasgos propios, derivados de la idiosincrasia de la misma, y de la peculiar forma de desarrollo profesional que la caracteriza. Es igualmente sabido que la universidad no se ha desprendido aún de viejos tics, propios de todo círculo de poder patriarcal, aunque este se tiña de ciencia y conocimiento, como la preterición de la meritocracia (sí, aunque suene extraño) cuando el candidato en lid es una mujer, a quien se le sigue exigiendo una prueba reforzada de su valor académico-científico que al candidato hombre se le tiende a presumir. Pero es que, después de leyes emblemáticas como la Ley Orgánica de Igualdad (3/2007), los parámetros de medición de los méritos continúan siendo profundamente sesgados, y se siguen sin incorporar criterios de racionalidad en la medición de los méritos como la proporcionalidad en la exigencia de la dedicación en periodos de incapacidad temporal o de suspensión de la actividad académica por motivos razonables, o el mero examen cuantitativo de los méritos sin profundizar en su calidad. Aunque se estén realizando meritorios intentos en las universidades a través de sus planes de igualdad, muchos en revisión actualmente.

Y es que, en términos globales, falta esta sistemática que adecúe la medición de las exigencias de productividad académica a circunstancias personales que justificadamente hagan razonables ciertas interrupciones. O la ausencia de actividades presenciales o de estancias fuera del centro académico de referencia que, como todo el mundo sabe en la Academia, a menudo no tienen correspondencia real con una verdadera participación, con aportaciones solventes y relevantes, en la vida académica de la institución universitaria de destino. Todo ello frente a una sobrevaloración de las mismas como criterio relevante para continuar "a la siguiente casilla" del juego "ascienda en la academia".

Lo que es cierto, en cualquier caso, es que el ascenso de las mujeres, que constituyen, especialmente en carreras fuertemente feminizadas (como las Ciencias de la Salud o la Pedagogía o Ciencias de la Educación), el sólido grueso de la base, están gobernadas por una cúpula que se resiste a seguir siendo exclusiva o mayoritariamente masculina, y esto ocurre en la mayoría de los cargos de gobierno, así como, naturalmente, los propios de los Rectorados de las universidades. A menudo se atribuye la falta de candidaturas femeninas a la falta de interés de las mujeres por aspirar a tales cargos. Otra falacia más de los patrones patriarcales que nos dominan. Si se percibe estos puestos por las características que suelen estar en el imaginario colectivo (patriarcal) para definir a todos los puestos de mando y responsabilidad, es decir, presentismo, inexistencia de límites a la jornada, convocatoria de reuniones extemporáneas y sin límite horario, y, sobre todo, un supuestamente imperceptible y constante cuestionamiento de la figura femenina en puestos de responsabilidad, que obliga inconscientemente a muchas mujeres a adoptar roles masculinos de supervivencia, entonces puede explicarse la huida de potenciales candidatas de optar a tales responsabilidades. No olvidemos que las académicas tienen una mayor tendencia a hacer aflorar sus debilidades frente al perfil hipotéticamente asociado a tales cargos, con los que los hombres tienden a identificarse plenamente.

Elaborado por Pilar Rivas, Directora de la Unidad de Igualdad

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