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Cuando el profesorado encarna la universidad

  • Al profesorado universitario no le basta con cumplir con sus tareas docentes
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Necesitamos excelentes profesores, las mejores profesoras posibles. Grosso modo: profesionales que acumulen muchos y actualizados conocimientos, que estén a la última en nuevas tecnologías y en novedosas corrientes psicopedagógicas, claro está: hay que motivar a los estudiantes con una pedagogía cautivadora. Y por supuesto, también requerimos un profesorado que demuestre altura ética. Ahora bien, ¿es solo así el profesorado que hoy necesitamos?, ¿tendremos suficiente con que disponga de conocimientos de calado y pericia pedagógica, y con que se adecúe a la ética profesional? Algo nos dice que no, siendo ese algo la propia experiencia. Hemos tenido profesores que no solo han pasado por nuestras vidas, sino que se han quedado en ellas, profesoras que hicieron cosas imposibles de borrar de nuestras mentes y almas. Ese profesorado nos demuestra que la universidad puede llegar a ser algo más que un lugar de paso; nos revela que la universidad puede ser una maravillosa aventura, un auténtico acontecimiento de influencia educativa y personal.

Al profesorado universitario no le basta con cumplir con sus tareas docentes, adaptarse a las nuevas realidades y acomodarse a las necesidades de sus estudiantes. Todo eso es condición sine qua non, sin duda, pero no es todo, ni tan siquiera es lo fundamental. Pensemos por un momento en ese selecto grupo de profesores y profesoras que no olvidamos. ¡Esas personas nos enamoraron! Sí, demostraron la abismal diferencia que hay entre hacer cosas para los estudiantes y hacer algo con ellos. La intuición nos dice que el profesorado que cala es parecido a un enamorador. El magnífico filósofo y teólogo español Manuel García Morente lo llamaba don Juan.

Sospechamos que esos enamoradores son los que convierten dos horas de clase en escasos cinco minutos; que no solo no provocan sueño, sino que lo quitan; que se dirigen a los estudiantes por su nombre; que incluso se detienen a charlar con ellos si conviene, sin molestar, con elegancia; que explican un tema con la misma ilusión con la que un niño abre un regalo, y tantos otros rasgos del mismo estilo. Ciertamente, hay profesores que encarnan la universidad, esa ancestral comunidad de buscadores incansables de verdades, bienes y cosas bellas; hay profesoras que cada día que llegan a la universidad al encuentro de sus estudiantes se plantean lo mismo que se preguntaba el filósofo Georges Gusdorf: ¿Qué vengo a hacer aquí? ¿Y ellos, todos y cada uno, qué vienen a hacer a su vez? ¿Qué es lo que espero de ellos? ¿Qué esperan ellos de mí?

¿Qué estará sucediendo hoy, cuando el profesorado enamorador no es el perfil común de nuestras universidades, cuando lo habitual es que los estudiantes no se sientan cautivados por casi nadie? Quizá deberíamos hincarle el diente a este asunto antes de que la formación universitaria pierda su razón de ser y se convierta en cualquier otra cosa aunque la sigamos llamando así.

Elaborado por Francisco Esteban, Vicerrector de Comunicación de la Universidad de Barcelona

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