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Por la filosofía: libertad y escucha

  • Se habla de la necesidad de que la Filosofía continúe de pleno derecho en nuestro sistema educativo
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Al escribir el prólogo a su Ciencia de la lógica en 1812, Hegel se quejaba de una pérdida de terreno del pensamiento puro frente al principio de la experiencia, tanto en los saberes como en la vida práctica y la educación, y declaraba asistir al "asombroso espectáculo de un pueblo culto sin metafísica. Si esto pensaba en su época, podemos imaginarnos qué pensaría de nuestros días, en los que el pensamiento ha tenido que ir cediendo el terreno, ya no a las ciencias experimentales, sino a la técnica aplicada y a los dictados algorítmicos del flujo imparable de datos.

En los últimos tiempos se habla de la necesidad de que la Filosofía continúe de pleno derecho en nuestro sistema educativo. Es cierto que un pueblo y una persona que abandona el hábito del pensamiento crítico y de la pregunta filosófica posee algo de existencia descabezada o desorientada-. Y no es menos cierto que cada persona, cada generación, cada época, lo quiera o no de manera explícita, ha de enfrentarse a las grandes cuestiones de la filosofía: qué hacemos aquí; qué sentido tiene nuestra vida; cómo nos relacionamos con el entorno y como sociedad; si podemos hablar de libertad en nuestras acciones y decisiones, o qué ocurre con la muerte.

Queramos o no, hay una filosofía implícita en cada uno de nosotros ante estas y otras cuestiones. Hay también una necesidad de reformular las preguntas ante los problemas que plantea la creciente complejidad del mundo y los acontecimientos históricos. Es sin duda preferible fomentar un cultivo profundo de la filosofía para que esa filosofía implícita no se manifieste como convicción incuestionada e inadvertida.

Cuando se cultiva la filosofía conseguimos hacer vivas y a la vez flexibles nuestras convicciones, nos abrimos con menor dificultad a las opiniones e ideas del otro, a los acontecimientos inesperados que truncan nuestros planes, y reconvertimos la adversidad en desafío para nuestro pensamiento. Pensar es un modo de escucha y de entrega a lo que acontece, sin barreras ni defensas, es un acto de valentía, como reza el lema de Horacio: sapere aude, que Kant reivindicó como lema de la Ilustración. Una valentía que no es sino consecuencia de ese acto de amor al saber que dio nombre a la filosofía.

Pero esa valentía del pensar, de atreverse a cuestionar y de abrir nuestra mirada a diversas alternativas ante lo dado, requiere de un sistema educativo y de una política que asuma el valor del saber no instrumental, de la pregunta abierta que se halla en el origen y sentido de todas las técnicas. La filosofía no nos traerá un nuevo invento tecnológico, pero nos invitará a preguntarnos por qué ese nuevo invento ha sido creado, y no otro.

Pensemos en el actual desarrollo ingente de las telecomunicaciones, por ejemplo. Sin duda ante él se hace urgente pensar y repensar la comunicación, y si ese desarrollo tecnológico cumple los iniciales deseos de comunicarnos, o nos lleva a nuevas formas de aislamiento e incomunicación. La filosofía en este sentido no pretende erigirse como ningún cofre de respuestas, sino como el ágora abierta al diálogo y a la pregunta que sea capaz de albergar todas nuestras inquietudes, por inconfesables o fuera de lugar que puedan parecer; pues quien se abre al pensamiento, asume con ello uno de los actos más íntimos de su libertad y también de escucha y encuentro con lo que le rodea.

Elaborado por Ricardo Pinilla Burgos, profesor de Filosofía de la Universidad Pontificia Comillas

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