
Tras más de un año y medio de pandemia mundial, nuevos hábitos y aprendizajes se han instaurado en nuestro día a día. Asimismo, algunas cuestiones como la calidad del aire, han tomado una mayor relevancia en la situación socio sanitaria actual, y de forma concreta en relación a los edificios y espacios cerrados, como son los colegios.
El pasado curso escolar comenzó con rigurosos protocolos, así como con grandes dudas e inquietudes. El tiempo nos ha demostrado los buenos resultados de muchas de estas medidas, pero también han puesto sobre la mesa aún con más fuerza un tema clave como son las posibles mejoras en los edificios escolares para garantizar un aire limpio. En este sentido, conscientes de la relevancia de la calidad del aire, autoridades locales y muchos centros educativos aprovecharon los meses de verano para evaluar el estado del aire en las clases y asegurar el bienestar de profesorado y alumnado.
No en vano, antes del comienzo de la pandemia, según recoge el informe de la ONG Health and Environment Alliance (HEAL) titulado "Aire sano, infancia más sana" el sistema educativo de algunos territorios de nuestro país, como la Comunidad de Madrid, ya se enfrentaban al reto de mejorar la calidad del aire en el interior de las aulas. El estudio incluye los datos recogidos en 12 colegios de Madrid, en el que sobresalen las altas concentraciones de CO2 y NO2 en las aulas, donde estudian más de 5.000 alumnos y alumnas, suponiendo un riesgo para su salud por diversas razones.
En primer lugar, la mala calidad del aire puede afectar a la salud de los estudiantes provocando problemas respiratorios, fatiga, irritación y dolores de cabeza. Así mismo, una mala ventilación conlleva un aumento de las alergias, muy comunes en las escuelas. También hay constancia de que la exposición a los gases de los autobuses escolares y de otros vehículos exacerba estas alergias y el asma (en España se estima que hay un 12% de la población infantil que la sufre). Además, la capacidad de aprendizaje y de atención en las aulas también puede verse afectada, aumentando incluso el absentismo escolar.
Por otro lado, durante la pandemia, muchas escuelas se vieron obligadas a implementar una enseñanza en remoto debido al desconocimiento que había sobre la COVID-19. Muchos centros encontraron problemas para proveer espacios bien ventilados que fueran seguros para el alumnado y el profesorado, o se encontraron en aulas con ventilación cruzada, pero con unas temperaturas más bajas de lo recomendado durante los fríos meses de invierno. Esto conllevó, además, a que la interacción entre compañeros se viera reducida y que muchos perdieran el desarrollo social que garantiza la presencialidad.
Una lección para todo el mundo
La pandemia provocada por la COVID-19 ha contribuido a pisar el acelerador en la toma de decisiones para mejorar la calidad del aire en las escuelas de España. Como parte de ello, el Gobierno elaboró un protocolo COVID para las escuelas del Ministerio de Educación, acordado con Sanidad y las propias autonomías, en el que se recogían las medidas de cara a los próximos cursos escolares.
Entre los puntos acordados, la principal prevención fue la de ventilar al menos durante diez o quince minutos al inicio y al final de la jornada durante el mayor tiempo posible. Tal y como asegura en una nota del ministerio la investigadora María Cruz Minguillón, del IDAEA-CSIC, "la ventilación es la renovación de aire, es decir, sustitución del aire interior potencialmente contaminado con aire exterior libre de virus. Y la purificación del aire consiste en la eliminación de las partículas en suspensión, susceptibles de contener virus".
La COVID-19 aumentó la preocupación por la mala calidad del aire en las escuelas y cómo esta afecta a la propagación de enfermedades. Por ese motivo, el RITE (Reglamento de las Instalaciones Térmicas en los Edificios), aconseja que, en circunstancias concretas, la renovación del aire interior se garantice a partir de medios mecánicos, evitando así causas de fuerza mayor que compliquen la ventilación. Entre estos consejos, se incluye también la instalación de filtros del aire exterior y de sistemas de aprovechamiento de la energía para el control del consumo energético en los edificios.
A nivel mundial también se están llevando a cabo estudios sobre esto, entre los que destaca el de la Universidad de Harvard. Este ha identificado que para que un colegio sea considerado un edificio sano debe cumplir con 9 requisitos, entre los que destaca la calidad de aire, además de la ventilación, temperatura, humedad, polvo y plagas, seguridad, calidad de agua, ruido, luz y vistas. Esto es importante no sólo para los estudiantes, sino también para millones de profesores, administradores, voluntarios y padres que pasan tiempo en las escuelas y alrededores.
La pandemia ha contribuido a que la calidad del aire sea cada vez más un tema en la agenda pública. Garantizar un aire en buenas condiciones es fundamental para asegurarnos que niños y adultos se mueven en tornos sanos no perjudiciales para la salud. Sin embargo, no se trata únicamente de un tema que involucre a escuelas, sino que, también, el objetivo debe pasar por concienciar y asegurar que el aire es el adecuado en cualquier espacio cerrado: oficinas, centros comerciales, etc.
La experiencia de la COVID-19 durante los últimos meses supone que nos enfrentemos a un escenario que ya conocemos y al que podemos hacer frente con prácticas que han servido para salvaguardar el bienestar de los ciudadanos durante el año pasado. El cuidado del aire es, sin duda, una de las piezas más importantes que se deben vigilar y respetar ahora y en el futuro, tanto para prevenir la propagación de enfermedades contagiosas como para garantizar las mejores condiciones posibles de los centros de enseñanza.
Elaborado por Doug Wright, presidente y CEO, Honeywell Building Technologies y Rachel Hodgdon, presidenta y CEO, International WELL Building Institute