
La evolución vivida por la FP durante los últimos años supone un reflejo de los cambios experimentados en ese mismo tiempo por la sociedad española. Avanzamos hacia una sociedad digitalizada, en la que la formación se extiende a lo largo de toda la vida laboral y donde las competencias y ocupaciones de carácter científico y técnico tienen una mayor proyección laboral.
A todos esos retos ha ido respondiendo la Formación Profesional, adaptando la educación ofrecida y complementándola con una visión empresarial de un modo más rápido del que ninguna otra modalidad educativa podría imaginar. Sin embargo, del mismo modo que la FP supone un reflejo de las bondades o evoluciones sociales, también actúa como un espejo de las rémoras que seguimos arrastrando socialmente, entre las que destaca sobremanera la brecha de género.
Cuando se habla de segregación de género en el mercado laboral, se distinguen dos tipos: la vertical y la horizontal. Por un lado, la brecha vertical se refiere a que las mujeres profesionales suelen ocupar una posición inferior en la jerarquía ocupacional y salarial (a pesar de tener la misma cualificación y experiencia), lo cual les dificulta el acceso a puestos con poder decisorio y les distancia del estatus y prestigio de sus compañeros varones en el mercado laboral. Por otro lado, la segregación horizontal se refiere a la distribución desigual de hombres y mujeres respecto a distintas ocupaciones y sectores económicos, tales como el agrario, industrial, construcción, transporte y logística, servicios… Todo ello tiene como resultado que las mujeres se concentran en unas ocupaciones, normalmente en servicios y de carácter asistencial, sujetas a estereotipos de género, y con una menor proyección profesional y salarial en el mercado laboral.
A pesar de que ambas brechas se están reduciendo en las últimas décadas, todavía queda un largo camino por recorrer, especialmente en la horizontal porque ésta supone una segregación no solo ocupacional, sino educativa y cultural, teniendo unas raíces muy profundas y con múltiples ramificaciones. Estas raíces incluyen tanto a las limitaciones individuales (autoimpuestas, influenciadas por la cultura y los mensajes que las niñas reciben), a las familiares (al influir en los valores, la opción educativa, etc.) y al sistema educativo (programas curriculares, actitudes de profesores, consejeros y compañeros de estudio, la orientación vocacional, etc.).
En este sentido, el sistema educativo juega un rol de suma importancia. Es necesario fomentar una distribución más equilibrada entre los y las jóvenes entre las familias profesionales en la que cursar los estudios de FP para lograr un futuro más equitativo, dado que la segregación en la FP es una de las causas principales para la diferencia salarial y de proyección profesional entre hombres y mujeres. En general, los programas de FP donde predominan los chicos suelen tener mejor salida profesional que aquellos cursados por las chicas. Además, la gran infra representación de género en determinados programas de FP son una enorme barrera para que los y las jóvenes opten por estudios en función a sus preferencias, y quienes lo hacen sean una minoría en dichos programas. De acuerdo a las últimas cifras disponibles, en el curso 2017-2018 las jóvenes matriculadas en FP grado medio y superior suponían un poco más del 45% del total; sin embargo, apenas están presentes en familias profesionales vinculadas con el sector industrial, agrario-pesquero y de transporte. Así la presencia de las mujeres en familias profesionales de carácter industrial, con alta empleabilidad, son bajas, destacando "electricidad y electrónica" (3,9%); "fabricación mecánica" (6,4%); "instalación y mantenimiento" (7,7%); "energía y agua" (8%); etc. En el sector agrario la presencia de la mujer crece tímidamente; sin embargo, sin superar el umbral del 20% en la familia de actividades agrarias (17%). En el sector de transporte la presencia es testimonial, al alcanzar solo el 3% del total de los estudiantes.
Sin embargo, la matriculación de las mujeres supone más del 80% en familias profesionales vinculadas principalmente con los servicios y cuidados tales como "imagen personal" (92%), "servicios socioculturales y a la comunidad" (86,5%); textil, confección y piel (83,5%); y "sanidad" (74%).
Uno de los vectores de esta situación es el distanciamiento de las jóvenes respecto a materias de conocimiento relacionadas con la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (también, denominado STEM). Las jóvenes constituyen sólo el 19% de las matriculadas en ciclos de FP con carácter STEM. El distanciamiento de las futuras profesionales de las competencias científicas y tecnológicas (digitalización, nuevas tecnologías, etc.) es de calado, ya que la digitalización, la inteligencia artificial, el Big Data, etc. son claves para las empresas más avanzadas, competitivas y sostenibles. En este sentido, destaca la escasa presencia de las mujeres (9,6%) en la familia profesional "informática y comunicaciones", la cual cuenta con una alta empleabilidad en todos los sectores en estos tiempos.
El quid de la cuestión no es el por qué las jóvenes deben estar presentes de forma equilibrada en las FP sino cómo lo promovemos. Desde el ámbito educativo esto conlleva el seguir repensando los planes curriculares desde la educación primaria, así como desarrollar y consolidar sistemas de orientación educativa y profesional desde etapas tempranas, formar al profesorado en clave de género, y fomentar instrumentos y herramientas que faciliten este reto social.
Elaborado por Mónica Moso, responsable del centro de conocimiento e innovación de la Fundación Bankia