
Recientemente, asistía a un evento sobre empleabilidad, en el que salieron a colación muchas ideas muy interesantes. Entre ellas, la sobre-cualificación de muchos profesionales para los puestos de trabajo que ocupan, la importancia de adaptarse en la formación a las necesidades que marca el mercado y las empresas, o el nivel del profesorado para hacer frente a estos retos. Sin embargo, no se mencionó en ningún caso el aspecto relacionado con los valores. Y creo que es de importancia extrema en el entorno de la educación, pues la universidad debe ser algo más que un simple generador, no ya de títulos e incluso de conocimiento, sino también de ciudadanos ejemplares.
Me gustaría empezar matizando que, en muchos casos, cuando se habla de sobre-cualificación, creo que no estamos utilizando correctamente el vocabulario, y la estamos confundiendo con la sobre-titulación. Hablando con un buen amigo que había estudiado ingeniería aeronáutica, aludía a un comentario de la directora general de Formación Profesional y Enseñanzas en Régimen Especial de la Comunidad de Madrid, que aseguraba que muchos alumnos que se apuntan a cursos de formación profesional han estudiado previamente una carrera superior en la universidad. Algo que a mí me costaba entender, pues supuestamente, el recorrido debería ser al revés: empezar por formación profesional y continuar con el estudio de una carrera superior.
Mi amigo me comentaba que no le extrañaba en absoluto, pues en la carrera superior no tocas el equipo ni de lejos, y además el nivel de actualización del equipamiento es totalmente obsoleto. Algo me decía de que no había tocado un motor contemporáneo en toda la carrera, y yo entonces recordé cuando estudié mi primera carrera, Físicas en la especialidad de Cálculo Automático. Y efectivamente, no toqué un ordenador ni de lejos, sólo nos permitían ver como el profesor corría algún programa o programaba algo sencillo en un ordenador tremendamente antiguo. Esto me dio que pensar el asunto de la sobre-cualificación, y a lo mejor podemos concluir en una sobre-cualificación teórica, pero una sobre-titulación real.
Entonces, si queremos que exista un encaje entre lo que se estudia en la universidad y las necesidades de las empresas, lo primero es olvidarse de ese, en mi opinión, desastroso concepto que insiste en que el alumno es el cliente. No, rotundamente no. El alumno es un producto en bruto que los profesores deben tallar cuidadosamente para convertirlo en una oferta atractiva para el auténtico cliente, que no es otro que las instituciones y las empresas, y consecuentemente, la sociedad.
Para ello, precisamos varias actuaciones diferentes a las prácticas habituales. La primera es que debe haber una comunicación fluida entre la universidad y la empresa, y debe ser ésta, como cliente, la que le pase a la Universidad los requerimientos, como se plantea en la metodología TQM. Además de apoyarla económicamente, hacerlo con equipamiento actual e incluso con profesores asociados, algunos de sus directivos y mandos intermedios e incluso simples empleados que puedan transmitir la realidad del mercado y del trabajo. Que puedan aportar la practicidad y la actualización como complemento a los fundamentos teóricos, fundamentales, que aportan los profesores titulares y catedráticos. De esta manera, las empresas pueden garantizarse el talento que puedan necesitar en el corto, medio y largo plazo.
Algo habitual que escuchamos en las empresas son los lamentos de los departamentos de Recursos Humanos, que cuando tienen que reclutar personal o talento de acuerdo a las necesidades que les plantean los directores de negocio, no los encuentran. Claro, porque no los hay, y los primeros culpables son las propias empresas, que quieren recoger sin sembrar.
También hay que escuchar al mercado para descubrir las tendencias que nos dicten las materias en las que hay que preparar a los alumnos, los futuros profesionales, y consecuentemente, adaptar los programas a esas necesidades futuras. Para ello, hay que exigir a los profesores titulares y a los catedráticos que entren en un proceso de actualización continua.
Tomemos como referencia a la Singularity University, que cambia sus programas cada tres meses aproximadamente, pero cuyos docentes, en un porcentaje relevante, no son profesionales de la docencia, sino empresarios de la zona de Silicon Valley, que por razones obvias tienen que estar absolutamente actualizados, al ser ésta una necesidad de su actividad.
En la actualidad, podemos considerar a la Singularity University como un complemento de la formación tradicional, pues se da por sentado que los alumnos que son admitidos ya cuentan con una base de conocimiento que ha sido provisto por las universidades tradicionales. Además, hay que considerar que el objetivo de esta universidad se centra en crear emprendedores dentro del área de las Tecnologías de la Información, la Robótica, La Inteligencia Artificial, etc.
Sin llegar al extremo de lo que podríamos denominar especialización extrema de la formación superior, sí podemos aprender de ella algo. En concreto, la dinámica de sus programas para transmitir a los alumnos aprendizajes acordes con el momento y las tendencias, así como la colaboración entre universidad y empresas, mezclando docentes full time con docentes ocasionales que van cambiando según va cambiando el entorno, pues algunos de los que cuentan hoy la última experiencia, quedan obsoletos para el siguiente programa o en un par de ellos.
Recopilando las experiencias de éxito existentes en las escuelas técnicas alemanas que trabajan en estrecha relación con las empresas y la Singularity University, que establece una dinámica en sus programas y docentes acorde a las necesidades del entorno, podríamos adaptar la formación tradicional a un tipo de formación más acorde a los tiempos. Porque el siglo XX ya pasó y no va a volver, y las buenas prácticas del pasado no son necesariamente las buenas prácticas del presente y menos del futuro. Es más, suelen ser malas prácticas en el presente y de cara al futuro.
En definitiva, como recomendaciones fundamentales podríamos establecer varios puntos:
1. Entender la formación universitaria como la auténtica preparación de los futuros profesionales y directivos. Por lo tanto, las universidades han de escuchar a las empresas sobre sus necesidades, y éstas tienen que proveerles la información correcta, a fin de generar conjuntamente profesionales con los conocimientos, las habilidades y los valores que la empresa necesita. Así, las universidades deben ser el primer punto de encuentro de los futuros líderes.
2. Los programas de las universidades y lo que transmiten los docentes a los alumnos debe estar acorde con lo que el mercado precisa, según la información provista por las empresas.
3. Los docentes deben estar actualizados en prácticas y conocimientos, por lo tanto no pueden mantener el mismo programa durante años, salvo en el caso de los conocimientos básicos, y este es un esfuerzo que requiere medios y estímulo.
4. Las universidades deben contar con los medios necesarios para estimular y facilitar a los docentes esa adaptación dinámica, tanto en cuanto a recursos como en cuanto a compensación.
5. Los recursos y medios deben ser provistos por la Administración Pública, complementada por aportaciones de las empresas en medios, equipamiento y dinero. Ya que son éstas las que se van a beneficiar de la formación, y lo mismo que compran o alquilan unas oficinas, tienen que invertir en la formación.
6. Los docentes deberían contar con una base de conocimiento práctico adquirido por trabajo en la empresa previo a su dedicación como docente, y todo docente debería tener la obligación de trabajar de forma habitual, aunque a tiempo parcial o en proyectos, en empresas, de tal forma que nunca se desvinculen de la realidad empresarial y del mercado.
7. Cuando la dinámica del cambio no puede ser absorbida a tiempo por los docentes, las empresas deben proveer, al menos con carácter temporal, profesores que puedan cubrir las áreas necesarias de conocimiento.
8. Los gobiernos tienen que entender que estamos en la Era del Conocimiento, y si les importa el bienestar de sus ciudadanos y el desarrollo de su país, deben tomarse en serio la formación, con pactos de Estado que den un recorrido y una estabilidad, y que facilite la creación de profesionales brillantes y con futuro.
9. La oferta educativa debe concentrarse, pues es imposible con una oferta formativa demasiado amplia mantener un nivel adecuado de profesores y de alumnos.
10. La formación de profesionales y directivos de éxito debe ser un objetivo compartido por gobiernos, universidades y empresas, y cada uno debe aportar su parte.
Concluyendo, el pasado es pasado, y las buenas prácticas de entonces suelen ser prácticas desaconsejables en el presente, salvo las fundamentales y los valores que se mantienen. Más aún de cara al futuro y en un mundo cambiante a enorme velocidad y en constante aceleración. Se precisa una docencia dinámica, y no podemos realizarla con docentes estáticos y con cada institución mirando para otro lado.
Elaborado por Félix Cuesta, profesor, Doctor en Economía y asesor de empresas