
Ha pasado una década desde que el pinchazo de la burbuja de las hipotecas basura en EEUU provocara una reacción en cadena planetaria. Probablemente, la mejor noticia para el euro es que sigue en pie. Y ello a pesar de que el cataclismo que representó el colapso del sistema bancario mundial se alargó en Europa con una doble recesión, provocó cinco rescates a socios del euro e incluso un impago (Grecia). Aunque se llegó a poner por escrito la ruptura del euro, cuando Wolfgang Schauble quiso torcer la mano a los griegos para que tragaran con el tercer rescate, ha sido finalmente la UE la que se ha dejado a uno de sus miembros.
Razones existen para ser optimistas, e incluso algunos en las instituciones ven no solo el vaso medio lleno, sino "dos terceras partes lleno", cuenta una alta fuente europea.
Las previsiones económicas que presentó la Comisión Europea la pasada semana, y que discutirá el Eurogrupo el lunes, muestran una zona euro que crece estable a pesar de los riesgos (1,7 por ciento este año y 1,8 por ciento el que viene). Todos los países del euro aumentarán su PIB durante los dos próximos años. El número de empleos creados ha permitido rebajar las cifras de paro (9,5 por ciento) hasta niveles no vistos desde que el tsunami financiero golpeó Europa. Las cuentas públicas se han saneado, con un déficit en la región que ha caído hasta los niveles previos a la crisis (1,4 por ciento). E incluso los riesgos políticos han dado un respiro tras las derrotas de los candidatos populistas en Austria, Holanda y sobre todo en Francia, donde Marine Le Pen planteó sacar a la segunda economía del euro de la moneda común.
Nuevas estructuras
Echando la vista atrás, los socios del euro han conseguido añadir algún bloque importante a la estructura de la eurozona. Crearon en un tiempo récord un fondo de rescate que derivó en el actual Mecanismo Europeo de Estabilidad. Han dado los primeros pasos para crear una unión bancaria, con un supervisor único y un mecanismo de resolución de entidades común. Y aprobaron miles de páginas en nueva legislación para mejorar la coordinación de las economías y vigilar más de cerca las cuentas nacionales.
"Si hace una década alguien me hubiera dicho que hoy tendríamos todo lo que hemos aprobado, le hubiera llamado loco", dijo una alta fuente institucional recientemente en un encuentro con inversores.
Pero en los despachos de poder en Bruselas es palpable la sensación de que se avecina un periodo muy complicado, y los cimientos continúan con agujeros. El crecimiento puede que sea estable, pero continúa sin beneficiar a todo el mundo y su potencial es muy bajo comparado con otras regiones. Europa intenta tomar ahora las riendas, más de dos décadas después a la transformación de la economía global, acelerada por la actual revolución digital. Pero las grandes firmas que están escribiendo el guión de esta nueva era son todas estadounidenses, las cuales continúan acaparando el petróleo de esta nueva revolución: los datos. Mientras, la economía europea se ha endeudado hasta las cejas (en torno al 100 por cien). Continúa teniendo un problema serio con su productividad y la inversión. Y a pesar de todo el esfuerzo realizado durante los últimos años, y los miles de millones de invertidos, el sistema bancario europeo sigue teniendo un preocupante talón de Aquiles en la banca italiana (créditos morosos, alto endeudamiento, economía estancada) que mantiene el vínculo tóxico entre deuda privada y deuda pública por un flanco que podría hacer temblar al euro como no se ha visto hasta ahora.
Los riesgos políticos han desaparecido de la primera línea, pero el malestar ciudadano por el sentimiento de haberse quedado atrás continúa, advierte el director general de Economía de la Comisión Europea, Marco Buti. Se desconoce el impacto que tendrá en el euro la salida del Reino Unido, el pulmón financiero de gran parte de las operaciones denominadas en la moneda común. Y a pesar de los pasos dados para finalmente completar la eurozona, Alemania y unos pocos siempre paran los pies antes de dar el gran salto adelante para completar la unión bancaria y para añadir una unión fiscal, con emisión de deuda conjunta incluida.
En Bruselas, en Fráncfort o en las capitales a conclusión para estos argumentos y parecidos es que existen razones para ser optimista. Al fin y al cabo el optimismo es un deber moral, como le gustaba repetir a Karl Popper. Sin embargo, la esperanza no sirve como estrategia. Y la eurozona solo ha balbuceado hasta ahora las soluciones que necesita para tratar sus grandes desafíos pendientes. Es el momento de la política.