Desarrollo sostenible

El despilfarro y la mercantilización alimentaria, las claves del hambre

  • La basura es el destino de un tercio de la producción mundial de alimentos
  • El consumidor final es el responsable de la mayor parte del desperdicio
  • 10 empresas controlan el comercio mundial de productos alimentarios
Imagen: Getty

El mayor consumidor de alimentos del mundo es insaciable. Con lo que se traga, no se llenan estómagos, ni se crían niños sanos, ni se da de comer al ganado. Ni tan siquiera se abonan los campos. Porque el mayor consumidor de comida del mundo es la basura, lisa y llanamente. Un tercio de todos los productos alimenticios que se producen en el mundo se va por el sumidero del despilfarro. Mientras, según cifras de la ONU, 815 millones de hambrientos, casi uno de cada nueve habitantes del planeta, esperan algo que llevarse a la boca.

Un colectivo, el de los que padecen subalimentación, que ha aumentado en los últimos tiempos respecto a los 777 millones de 2015. Los conflictos armados y los desastres naturales han jugado su papel, pero el incremento en el número de hambrientos también va en consonancia con el desperdicio de comida: 1.300 millones de toneladas cada año que sólo engordan a los gusanos. Y no hay que irse a otro hemisferio para encontrar a los responsables: son los consumidores occidentales, opulentos y sobrealimentados (la mitad de la población española padece sobrepeso) quienes tiran la mayor parte de la comida que se puede aprovechar.

El problema del desperdicio alimentario se produce tanto en el primer mundo como en los países en desarrollo, pero con una diferencia: "en los países en desarrollo el grueso de las pérdidas de alimentos se produce en los primeros eslabones de la cadena alimentaria, por carecer de buenas infraestructuras de almacenamiento y conservación" -explica a elEconomista.es José María Medina, director de Prosalus y coordinador de la campaña Derecho a la Alimentación Urgente- "Sin embargo, en los países ricos la mayor parte se pierde al final de la cadena, en la etapa de consumo".

La sentencia: el consumidor final es culpable de despilfarro

Los datos le avalan: según la Comisión Europea (CE), La UE contribuye a la lacra desechando 89 millones de toneladas de comida en buen estado, es decir, 179 kilos per cápita. Y son los hogares los que más derrochan: el 42% del total; frente al 39% de la fase de fabricación. Los restaurantes son culpables de un 14% y los distribuidores de un 5%. No podemos escudarnos, por tanto, en los manejos de las grandes empresas o en una deficiente gestión política. En palabras de Ángel Crespo, director general de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL), "deberíamos empezar por nosotros mismos para romper con la cadena del despilfarro".

Y cuáles son los motivos concretos por los que en los países desarrollados se desecha tanta comida perfectamente consumible? "Bien porque no cumplen las medidas, no tienen la presencia adecuada, han superado sus fechas de consumo preferente o de caducidad o simplemente porque no son del gusto de los posibles consumidores", responde Crespo a elEconomista.es.

Medina opina que los consumidores no somos conscientes de que, cuando desperdiciamos comida, estamos contribuyendo a un grave problema global. El gesto de desechar un yogur caducado por falta de planificación, o tirar al contenedor las sobras sin tocar de una cena familiar, tiene consecuencias que van mucho más allá del despilfarro absurdo de nutrientes. También puede quitarles a los más débiles lo poco que tienen: "contribuye a agravar el problema global del hambre, ya que puede contribuir a la subida de precios de los alimentos, lo cual tiene un impacto negativo en las poblaciones más vulnerables". Por otro lado, Crespo subraya que el despilfarro "no solo derrocha los alimentos que se tiran, sino también el agua y la energía que se ha utilizado en su producción y transporte".

La problemática de los precios fue especialmente sangrante en el período 2008-2012, cuando hubo tanta volatilidad que el asunto de la seguridad alimentaria llegó al G20. ¿El motivo? La generación de burbujas especulativas en el mercado de los alimentos. Éstas crecieron como resultado de la liberalización del comercio mundial, que supeditó los precios internos de muchos países a la oferta y demanda internacionales.

Productos básicos como el trigo, de los que depende la vida de poblaciones enteras, se convirtieron en mercancía de inversión. "Algunas empresas agroalimentarias multiplicaron sus beneficios hasta por cinco en medio de la crisis mundial que llevó a sobrepasar la cifra de 1.000 millones de hambrientos", apunta Medina.

La comunidad internacional reaccionó, adoptando medidas para que los mercados financieros de alimentos fueran más transparentes, lo que ha frenado la especulación financiera. Sin embargo, advierte Medina, "no estamos a salvo en el futuro de volver a vivir períodos de fuerte volatilidad y especulación en los mercados de alimentos".

Sin desviar la responsabilidad del consumidor final, hay que señalar también el papel de las multinacionales en la cadena viciada que provoca que casi 900 millones de personas se acuesten con hambre mientras se produce un 60% más de lo necesario para cubrir la demanda mundial.

Los grandes gigantes del sector

En su informe anual Tras la marca, la ONG Intermón Oxfam evalúa la actuación de las 10 compañías que controlan la producción y la comercialización de alimentos a nivel global: Associated British Foods (ABF), Coca-Cola, Danone, General Mills, Kellogg, Mars, Mondelez International (la antigua Kraft Foods), Nestlé, PepsiCo y Unilever. La organización otorga una calificación a cada una de estas empresas, calculada en base a parámetros como el impacto en el medio ambiente, el respeto y la ayuda a las comunidades agrarias y, naturalmente, el desarrollo de un sistema de producción y distribución de alimentos sostenible que favorezca la reducción del hambre y la pobreza.

Aunque los resultados han mejorado en los últimos años, Oxfam señala importantes carencias en el proceder de este exclusivo grupo: según señala el estudio, Las empresas no son "suficientemente transparentes" en relación a sus cadenas de suministro agrícola, lo cual dificulta comprobar la veracidad de sus declaraciones en cuanto a su "sostenibilidad" y la "responsabilidad social".

Además, "ninguna de las 10 Grandes dispone de políticas adecuadas para proteger a las comunidades locales del acaparamiento de tierras y de agua a lo largo de sus cadenas de suministro", denuncia el estudio, que además subraya que "muy pocas de estas empresas han tomado alguna medida para abordar la explotación de las pequeñas agricultoras y de las trabajadoras agrícolas en sus cadenas de suministro".

Con estas acusaciones, Oxfam le 'busca las cosquillas' a un verdadero coloso: las 10 grandes del sector de la Alimentación generan en conjunto unos ingresos de más de 1.100 millones de dólares al día y dan trabajo a millones de personas, de manera directa e indirecta, en el cultivo, procesamiento, distribución y venta de sus productos. La industria que controlan está valorada en siete billones de dólares, con lo que tiene un peso mayor incluso que el sector de la energía, y representa aproximadamente un 10% de la Economía mundial. Estos datos dan buena cuenta de la magnitud de su influencia.

La hoja de ruta hacia 2030

Frente a los que defienden el papel de las grandes multinacionales de la agroindustria como las únicas que tienen capacidad para alimentar a una humanidad creciente, Medina aporta cifras que dicen lo contrario: "la agricultura de tipo industrial, utilizando el 75% de los recursos productivos y generando una importante contaminación, sólo alimenta a un 30% de la población mundial, mientras que la agricultura campesina, con un enfoque más agroecológico, utilizando un 25% de los recursos productivos aporta alimentación a un 70%. ¿Qué tipo de agricultura es más eficiente y más beneficiosa para la sociedad y para el medioambiente?".

Naciones Unidas se ha propuesto acabar con el hambre, fijándose como fecha límite el año 2030. Esta ambiciosa meta está aún lejos de conseguirse, máxime cuando los progresos realizados penden de un hilo. La FAO calcula que aproximadamente la mitad de las personas que sufren de hambre en el mundo están en las comunidades de pequeños agricultores, quienes viven de lo que logran obtener de las tierras marginales, propensas a ser afectadas por las sequías o las inundaciones. Las guerras también son un importante factor de inestabilidad que, año tras año, hace oscilar el péndulo de la desnutrición.

Estos factores están más allá del control del consumidor final, quien sin embargo tiene en sus manos la más importante pieza que le falta al engranaje. Según el director de Prosalus, "lo principal es la toma de conciencia de los actores de la cadena, sobre todo en la parte final del consumo. No se lograra eliminar por completo el despilfarro, pero si puede reducirse". Por un lado, 1.300 millones de toneladas de comida en perfecto estado convertidas en basura. Por otro, 815 millones de hambrientos. Las cuentas salen.

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