
La llegada de Unai Emery al Arsenal no fue la única noticia anunciada por el equipo londinense la pasada semana. La entidad, después de su cambio en los banquillos, informaba de una nueva publicidad en su camiseta, la de Visit Rwanda, marca turística de Ruanda. Un acuerdo que muestra en la manga de los gunners a un país que se debate entre el boom económico y el deterioro creciente de su salud democrática.
El asunto tiene su vertiente espinosa: al fin y al cabo, el Arsenal va a lucir en su zamarra, además de promocionar su turismo, a un país gobernado por Paul Kagame tras el genocidio de 1994 y cuestionado por las ONG's por la progresivas señales que incitan a pensar rasgos más propios de una dictadura que de un régimen parlamentario. Horas después de la oficialización del acuerdo, la antigua cabecera de The Guardian en Sudáfrica, Mail and Guardian, lo expresaba en su web. Como en su momento pasó con los patrocinios de Fly Emirates y Qatar Airways a equipos tan poderosos como Real Madrid y Barcelona, un debate sale a la superficie: ¿es ético asociarse con países a los que se atribuye violaciones a los derechos humanos? Es más, ¿por qué estos equipos traspasan lo que se considera una barrera teóricamente infranqueable?
La primera pregunta la responde el lector. Respecto a la segunda, el motivo económico es el único que surge en el horizonte. Las estimaciones del beneficio del acuerdo para el Arsenal lo cifran entre los nueve y los once millones de euros para los tres años de vigencia que tendrá. A cambio, el club lo mostrará en la manga de su camiseta, alojará campus deportivos en Ruanda y reflejará las bondades del país para el turismo. En la práctica, el club gunner pasa a ser un intermediario turístico (algo con un precedente al otro lado de la ciudad, en Stamford Bridge, donde el Chelsea protagonizó una alianza con Barbados en 2011)
Para ello, crea una nueva figura, la de patrocinador turístico. Lo explicaba el director comercial del club, Vinai Venkatesham: "Buscamos trabajar con Visit Rwanda para seguir estableciendo al país como un destino turístico líder". No ha sido casual que, a lo largo del anuncio, se hayan alabado las virtudes de Ruanda como lugar vacacional, vendiendo su naturaleza, su fauna y, también, la facilidad para crear sociedades (¿un guiño a empresas del sector?) en su suelo.
De la mano del turismo, o mejor dicho, gracias en buena parte a él, Ruanda se está convirtiendo en unos de los países emergentes (según los cálculos del Fondo Monetario Internacional en abril, es la quinta economía mundial que más crece, con un 7,2%). Un crecimiento también bajo la influencia de la apuesta del país por las TIC, que llegó en su momento a plantearse como objetivo ser el Singapur de África.
Las sombras sobre Paul Kagame
Ante el cielo despejado de la macroeconomía, aparecen bastantes nubarrones en lo referente a lo democrático. Las sospechas de una posible dictadura en el país, encarnada en Paul Kagame, no han parado de crecer. La figura del presidente ruandés lleva décadas plagada de sombras, desde que en el 2000 llegase al poder, seis años después de un genocidio sobre la etnia tutsi y los hutus moderados que tuvo como punto de partida el asesinato de, por aquel entonces, el dirigente del país: Juvenal Habyarimana.
De hecho, el asesinato del presidente se ha querido vincular en ocasiones al entorno de Kagame, lo que generó en 2006 una crisis diplomática entre Ruanda y Francia que impulsó las investigaciones sobre la autoría del magnicidio. El enfrentamiento sigue vigente, y desde el país africano se insiste en culpar a varios generales del ejército galo como cabecillas de la operación.
Sea como fuere, y dejando a un lado la neblina que cubre este oscuro hecho histórico, lo cierto es que en la actualidad Kagame ha ido acumulando un poder absoluto y no recogido en la Constitución del país...hasta que su mismo partido, el Frente Patriótico Ruandés, la cambió. Así, ha regateado la restricción de dos mandatos de siete años para disfrutar de un tercero y, después (plegándose a una movilización popular iniciada por su propia formación contra el fin de su etapa como máximo dirigente), comenzar un nuevo ciclo electoral de dos mandatos de cinco años cada uno. Las cuentas le mantienen en el poder hasta 2034, ya que fue en 2003 cuando ganó sus primeras elecciones.
Los comicios de 2017, en los que ganó con un 98% de los votos, han disparado al límite las dudas de buena parte de la comunidad internacional. Los observadores han reivindicado las sospechas acerca de un resultado fraudulento y han denunciado el proceso previo de criba de opositores, que fue desde la imposición de dificultades económicas y burocráticas para la certificación de las candidaturas hasta la decisión arbitraria de una comisión electoral que debe, desde 2013, elegir qué partidos pueden presentarse y cuáles no.
No hubo parón en las críticas tras las elecciones. Tampoco contribuyó a ello Kagame, que fue acusado por HRW (Human Rights Watch) de detener y amenazar a diferentes opositores, creando así un clima en el que hay "intención de tolerar las críticas o aceptar un rol para los partidos opositores".
Un ambiente de rechazo institucional a la disidencia de pensamiento que, con el aliño de posibles arreglos electorales, se sostiene en parte gracias al miedo generalizado a un nuevo enfrentamiento armado o un genocidio. El recuerdo de 1994 sigue muy presente en el ideario ruandés. En ese sentido, Kagame ha intentado desde el comienzo de su alargado mandato eliminar las diferencias entre hutus y tutsis en un intento de pacificar el territorio y llamar a la unidad.
Meses después, las sospechas de una eliminación progresiva de derechos constitucionales sigue siendo firme. El país continúa con esta dualidad que aúna una relativa prosperidad y un recorte en las libertades políticas, y el acuerdo con el Arsenal es un símbolo más, de momento el último, dentro de una tendencia de varios años.