En el anterior artículo de esta serie nos fijamos en el fenómeno contemporáneo de los rascacielos que llenan su fachada de vegetación intensiva. Escudados en la supuesta ecosostenibilidad de la decisión, la cosa se ha convertido en una especie de moda que pretende cambiar la imagen tradicional del edificio en altura; donde antes había hieráticos paños de acero y vidrio, ahora aparecerán docenas de árboles cual selva amazónica colocada a cien metros de altura.
Ya solo este cambio es significativo porque nuestra percepción de la realidad es semiótica, es decir, que se conforma mediante símbolos. Así, si conseguimos que el rascacielos pierda parte de su símbolo de estatus económico gracias a una envolvente material más amable, la percepción de la ciudad también será más amable, y lo será para todos sus habitantes.
Sin embargo, y como ya tratamos, el hecho de que un edificio esté cubierto de plantas no lo convierte automáticamente en una construcción responsable con el medio ambiente. Sí, es cierto que la masa vegetal produce oxígeno y ayuda a absorber CO2, cosa que no sucedería con una fachada convencional; pero de poco sirve esa apuesta si, para mantener la temperatura interior de los espacios que alberga el edificio, se requieren sistemas que producen un enorme gasto energético, con sus correspondientes emisiones. Es más, si para subir los árboles hasta esos cien metros de altura, acabamos añadiendo sobrecargas a la estructura y tiempo de trabajo de maquinaria, al final el pan nos sale por unas tortas.
Construcción ecoeficiente
En definitiva, que un edificio conceptualmente "verde" no tiene por qué ser físicamente verde. Entonces, ¿cómo es la construcción verdaderamente ecoeficiente? ¿Cuáles son sus parámetros y que pinta tienen los edificios que se construyen bajo esos parámetros?
Pues si quieren saberlo, les recomiendo encarecidamente que no visiten la página de la Wikipedia dedicada a la "bioconstrucción". No es que yo sea muy amigo de menospreciar el trabajo de otras personas (salvo que se trate de los edificios más feos de España) pero es que se van a encontrar con majaradas del siguiente calibre: "(...) procesos constructivos a favor de las arquitecturas de tierra que evocan la presencia de los cuatro elementos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego, en los procesos de la vida en justa proporción (...)" o "la tierra, y su forma simbólica asociada, el círculo, han resuelto históricamente el fundamento de la arquitectura habitacional", o "la bioconstrucción trata de evitar el exceso de elementos rectilíneos y las esquinas y rincones angulares, así como los materiales excesivamente rígidos o tensionados. Las luces se salvan con arcos y bóvedas".
No, a ver, eso no es arquitectura ecológica ni sostenible ni respetuosa con el medioambiente; eso es la casa de los hobbits en 'El señor de los anillos' si Frodo Bolsón le hubiese añadido abundantes productos psicotrópicos a las pipas de tabaco que se fuma.
La arquitectura sostenible es, como cualquier producto o sistema sostenible, la que minimiza el gasto energético y, por tanto, las emisiones derivadas del mismo. Además, esta situación debe darse en todos los procesos que generan la obra; desde los propios materiales y su transporte hasta los trabajos de construcción y, sobre todo, el mantenimiento energético del edificio. En este sentido el objetivo de cero emisiones sigue siendo algo prácticamente imposible, al menos hasta que no se estandaricen y se modifiquen los procesos subsidiarios para cumplirlo. Es decir, que mientras las excavadoras que extraen los materiales, los camiones que los llevan a la obra y las grúas que los colocan en su lugar correspondiente sigan teniendo unos estupendos motores diesel, las emisiones contaminantes nunca van a desaparecer por completo.
Reducción del consumo energético
Ahora bien, donde si hemos avanzado (ya aún podemos avanzar más) es en la reducción del consumo energético dentro del edificio. Es lo que se denomina "arquitectura pasiva", la que confía la mayor parte de su rendimiento energético y de agua a sistemas considerados en el propio diseño e incluidos en la propia construcción y que requieran un mínimo de aporte durante la vida útil del edificio. O sea, se trata de optimizar el soleamiento, los aislamientos térmicos o los dispositivos de aprovechamiento y reciclado de agua, entre otros factores.
Uno de los mecanismos más interesantes en la arquitectura pasiva es el sello "Passivhaus". Se trata de un estándar desarrollado por los ingenieros Wolfgang Feist y Bo Adamson que solo concede su distinción a los edificios cuyo consumo energético se reduzca al mínimo (habitualmente menos del 10% de lo que consumiría una construcción convencional).
El método para conseguir este formidable rendimiento energético se basa, en efecto, en la minimización de las pérdidas: aumento y mejora del aislamiento, tanto en fachada como en vidrio, eliminación de los puentes térmicos o implantación de sistemas de ahorro y reciclaje de agua. Además, se deben considerar las orientaciones de los espacios vivideros en función de la climatología del lugar donde se construye para que los dispositivos de ahorro térmico estén optimizados. Esto es, por ejemplo, que no se trata únicamente de poner más capas de aislante sino de elegir correctamente cuántas capas son necesarias y dónde ponerlas.
Implantar estos métodos es, lógicamente, algo más caro que la albañilería convencional, lo cual explica que solo haya unas 15.000 casas con el sello Passivhaus en el mundo, de las cuales apenas 140 se levantan en España. Sin embargo, aunque el coste de construcción sea superior, el ahorro económico en mantenimiento compensa con creces. Piensen que una vivienda convencional que gastase mil euros anuales en calefacción y aire acondicionado pasaría a gastar solo cien. Multipliquen esos novecientos euros por la vida media de un edificio, que vienen a ser 50 años, y verán que las cuentas son impecables.
Obviamente, el empleo de materiales de extracción más rápida, más ecológica o más cercana al edificio ayudan a que la obra sea más barata y también más responsable con el medio ambiente pero, desde luego, no es en absoluto necesario recurrir a formas circulares supuestamente tradicionales ni a ninguna comunión con la madre Tierra. O sea, que los edificios realmente verdes pueden ser de cualquier forma y albergar cualquier espacio. Sí podrían tener fachadas y cubiertas vegetales, si bien los cultivos extensivos de crasas o musgos son bastante más ecosostenibles, por su menor peso y consumo de agua, que las plantaciones arbóreas. Pero un edificio ecológico también podría no tener ningún elemento vegetal.

Edificio con el sello Passivhaus en Pamplona.
El mejor ejemplo de lo que acabamos de mencionar es el edificio de viviendas en el barrio pamplonés de Soto de Lezkairu que ha construido el estudio VArquitectos, y que es el primer edificio de viviendas con el sello Passivhaus de nuestro país. Arquitectura contemporánea de primer orden. Eso sí, con vidrios triples; con acabados que son, a la vez, aislante térmico; con optimización del intercambio de temperatura de tal manera que, por ejemplo, los forjados de las terrazas no estén en contacto con el interior; y con un análisis los elementos, tanto de forma individualizada como en el diseño global del edificio, para que todo el conjunto se comporte de la manera más eficiente posible. Y sin invocaciones al Capitán Planeta.