
Han pasado tres semanas desde el incendio de la Grenfell Tower de Londres y, como diría un periodista más bien holgazán, hay demasiadas preguntas sin responder entre los restos calcinados del edificio de veinticuatro plantas que se todavía se levanta en el barrio de North Kensington, al oeste de Londres. Así quedó el interior de la torre tras el incendio.
Lo cierto es que, al margen de literaturas amarillistas, sí hay dos incógnitas fundamentales que aún no se han resuelto. La verdaderamente trágica es el número total de víctimas que, según las autoridades, ascenderá por encima de las ochenta pero cuya suma real no se sabrá con seguridad hasta finales de año. La segunda y quizá más importante para el futuro es saber por qué ardió un edificio de 1974, construido en hormigón y sobre el que se había realizado una extensa rehabilitación hace poco más de un año.
El problema es que es bastante posible que este segundo interrogante tarde bastante más tiempo en resolverse, incluso cuando la investigación determine con certeza las causas de la catástrofe. Me explico: lo que sabemos con seguridad es que el siniestro comenzó en un apartamento de la octava planta (cuarta de viviendas), que los bomberos llegaron en solo seis minutos tras recibir el aviso y que apagaron el fuego dentro de dicho apartamento en pocos minutos. Sin embargo, para ese momento, el incendio ya se había extendido hacia el exterior del edificio donde comenzó a propagarse, según testigos recogidos por la prensa británica, "a un ritmo aterrador". Poco más de tres horas después, el fuego envolvía las cuatro fachadas de la torre en distintas proporciones, siendo la más afectada la cara norte, lugar desde donde nació el incendio.
Es decir, que lo que ardió fue la fachada. La nueva fachada ventilada construida con paneles sándwich de aluminio y que se había colocado en 2016. Poco importa, en realidad, que el origen inicial fuese, según los bomberos, un frigorífico que había estallado debido a un cortocircuito, una negligencia del usuario o un mal funcionamiento del aparato. Aislar el comienzo del desastre nos puede tranquilizar por nuestra necesidad de despejar riesgos, pero lo cierto es que el incendio podría haberse originado por casi cualquier otro motivo. Además, como ya dijimos antes, los bomberos consiguieron extinguir el fuego inicial en un tiempo mínimo.
¿Por qué ardió la fachada?
Entonces, ¿Por qué ardió la fachada? ¿Acaso no respetaba los códigos edificatorios en materia de seguridad anti incendios? ¿Fue culpa del material? ¿Del proyecto? ¿De la puesta en obra?
Quizá sea este el momento conveniente para explicar qué es exactamente una fachada ventilada y así poder entender dónde pudo fallar.
Digamos que una fachada ventilada es cualquier sistema de cerramiento de doble capa en el que existe una cámara de aire entre la capa interior y exterior, pero en el que dicha cámara no es estanca sino que, como su propio nombre indica, permite la circulación del aire gracias a aberturas practicadas en la hoja externa del cerramiento. Como la cámara está expuesta a la temperatura exterior, no puede funcionar como aislamiento térmico, por lo que debe colocarse una tercera capa de material aislante, normalmente adherida al paramento interior. La descripción parece farragosa pero es bastante sencilla cuando entendemos cómo era exactamente la fachada ventilada que ardió en Grenfell Tower: una capa de 15 cm. de paneles aislantes anclada a la fachada original de hormigón armado, una cámara de aire de 5 cm. y un sistema de paneles sándwich de aluminio de 3 mm. como acabado exterior.
Fue precisamente esa cámara de 5 centímetros la que actuó como chimenea facilitando la propagación de un fuego que, de otra manera, probablemente hubiese tardado mucho más tiempo en expandirse por todas las fachadas. ¿Quiere decir esto que la fachada ventilada es peligrosa? Obviamente no. Este tipo de cerramientos tiene enormes ventajas de durabilidad y puede ser suficientemente eficaz contra incendios siempre y cuando se ajuste, efectivamente, a las condiciones de seguridad. Es más, a pesar de lo que digan algunas estupideces vomitadas por ciertos tabloides acusando a que el material cumplía la normativa de la Unión Europea pero no la británica, la realidad conocida de momento es que ni los materiales ni la puesta en obra superaba el reglamento británico ni europeo ni tampoco el varios países del mundo, incluidos los Estados Unidos.
Por ejemplo, el panel sándwich empleado solo estaba recomendado por el fabricante para edificios de menos de 10 metros de altura. Al parecer, la diferencia de precio entre el panel que se colocó y la versión con núcleo retardante al fuego era de tan solo 2 libras por metro cuadrado (unos 2.27 euros), lo que provocó una natural indignación. Con todo, esta versión retardante tampoco era la recomendada por la marca para edificios de más de 30 metros de altura, como era el caso de la Grenfell Tower, sino un modelo más avanzado y sensiblemente más caro.
Sin embargo, aunque los paneles sándwich contribuyeron al incendio, fue esencialmente el aislante térmico de PIR (poli-isocianurato), el que ardió a gran velocidad, desprendiendo además, gases de monóxido de carbono y ácido cianhídrico en su combustión. La cosa hubiese sido mucho más leve si el PIR se hubiese colocado en obra según las especificaciones técnicas. Es decir, con cortafuegos horizontales por cada planta y verticales cada 10 metros que impidiesen la propagación del incendio.
¿Quién tiene la culpa?
Pues, como casi siempre que se produce una tragedia de esta magnitud, es difícil aislar la responsabilidad en un solo agente sino que todo responde a una serie de negligencias concatenadas unidas a una componente de mala suerte imposible de evitar (en este caso, la explosión del frigorífico). Es perfectamente legítimo que todos los responsables de esas negligencias, arquitectos, contratistas e inspectores de edificación, den cuenta de su actuación, pero cabe preguntarse si aun cumpliendo a rajatabla la normativa, el edificio hubiese sido inmune al fuego. La respuesta es nuevamente muy compleja porque, de momento, las normativas internacionales no pueden predecir el comportamiento de un incendio de forma teórica, así que confían en una serie de simulaciones físicas a escala real que permitan validar los materiales y sistemas constructivos. Es más, las propias marcas, como es el caso del fabricante del aislante térmico de la Grenfell Tower, indican que cualquier cambio respecto a las condiciones en las que se realizó la prueba "deberá ser considerada por el diseñador del edificio".
Una fachada ventilada que cumpla a rajatabla los códigos edificatorios no será inmune al fuego pero, muy probablemente, tampoco provocará un incendio de consecuencias tan terribles como el de la torre Grenfell. Ahora bien, si lo que se busca es riesgo cero, a lo mejor no era necesario gastarse más dinero, por mucho que ninguna cantidad compense la pérdida de una vida humana. Tal vez habría que preguntarse si esa nueva fachada era realmente necesaria.
Como dijimos al principio del artículo, la Grenfell Tower era un edificio de 1974 construido con hormigón armado, tanto en su estructura como en su cerramiento. Una obra del brutalismo británico, denostado durante mucho tiempo. Según el proyecto que se presentó a las autoridades en 2012, el objetivo de la rehabilitación era sustituir el anticuado sistema de calefacción así como las ventanas exteriores, aumentar la eficiencia térmica del edificio y mejorar su apariencia.
¿Mejorar su apariencia?
Por un lado, el resultado estético de los paneles sándwich de aluminio era, como poco, dudoso. Y por el otro, las mejoras en el rendimiento térmico se podían haber llevado a cabo desde la cara interior del edificio, manteniendo la fachada original. Sí, es cierto que los antiguos paneles prefabricados de hormigón armado no eran los más bonitos del mundo y que la fachada de la torre tampoco era de una belleza sin parangón. Pero era digna. Tenía la dignidad del material con el que estaba construida. La dignidad del hormigón visto. Un material crudo, austero, seguramente áspero. Y también completamente ignífugo.