Construcción Inmobiliario

Los mejores edificios de España (I): El Ayuntamiento de Benidorm

Ayuntamiento de Benidorm. Fotografía cortesía de AIC EQUIP

Ya estamos en agosto, ese mes en el que los españoles consideramos que la capacidad nominal del maletero de nuestro coche es como las fotos de la recetas de cocina: solo una sugerencia de presentación. Siempre puede caber una maleta más, un neceser más, una tostadora más, la pecera, la iguana, la rama de olivo de la iguana, el acuario de la iguana y toda la colección de rebequitas porque por las noches refresca.

Aunque el destino de nuestro vehículo convertido en transporte de mercancías pesadas sea el lugar más abarrotado de veraneantes, más abarrotado de discotecas y más abarrotado de restaurantes especializados en plato combinado de calamares rebozados, huevos fritos, filetes de cinta de lomo, lechuga y tomate. En definitiva, el enclave más sofocante del litoral español. O sea, Benidorm.

Ay, Benidorm. Un conglomerado lleno de rascacielos con vistas a los veraneantes, a las discotecas, a otros rascacielos y un poco también al Mediterráneo levantino. El municipio de la provincia de Alicante se ha convertido en epítome del ordeñado turístico, de la fealdad urbana y de todas esas cosas que ya dije en mi anterior artículo y que podría seguir copiando para rellenar palabras, pero que no voy a hacer porque, ¡sorpresa!, dónde menos te lo esperas aparece un mirlo blanco. Y es que resulta que en medio de Benidorm se alza uno de los edificios más notables de la arquitectura española reciente: su Ayuntamiento.

Benidorm no es tan feo

A ver, en realidad Benidorm no es una ciudad tan fea. Su casco antiguo es un peine de estrecho trazado medieval con callejuelas y fachadas multicolores de apenas dos o tres alturas; y desde el Balcón del Mediterráneo tenemos una estupenda vista de las dos playas, del mar y de la Illa de Benidorm, lugar que merece bien la pena una visita, a ser posible con gafas y esnórquel, para bucear entre serviolas, pulpos y morenas. El problema de Benidorm llegó con el desarrollismo de los años 60 y 70, cuyas ansias explotadoras colonizaron de rascacielos el litoral, transformando el pueblito pesquero que era hasta ese momento en la 'Nueva York del Mediterráneo'.

Fotografía cortesía de AIC EQUIP

Por eso es tan interesante el nuevo edificio del Ayuntamiento que se levanta entre el casco histórico y la ciudad nueva. En primer lugar porque podríamos decir que no se levanta, sino que "se tumba". Proyectada por el arquitecto municipal José Luis Camarasa junto al estudio valenciano AIC EQUIP encabezado por Juan Añón, Rafael Martínez, Gemma Martí y Ramón Calvo, la obra consiste esencialmente en un prisma rectangular de casi 100 metros de longitud apoyado horizontalmente sobre dos núcleos que sirven de recepción, acceso y envolvente de los cuatro soportes únicos que sujetan el edificio.

Así, el nuevo Ayuntamiento ofrece la silueta de un puente espeso con dos voladizos de 11 y 22 metros a cada lado y una luz central de casi 65 metros. De hecho, al poco de su inauguración en 2003, se le consideró como el edificio más largo apoyado en menos soportes. Además, supuso un reto logístico y organizativo, puesto que la construcción se llevó a cabo sobre un aparcamiento subterráneo preexistente que permaneció abierto y en funcionamiento durante los doce años que duró la obra. Obra que, por cierto, no estuvo exenta de polémicas por los sobrecostes presupuestarios, la posible idoneidad del lugar y el momento, e incluso por lo audaz del diseño exterior e interior.

Proeza estructural

Sin embargo, el edificio es mucho más que la mera proeza estructural o la controversia casi obligatoria que se produce en proyectos de este calado. Pese a lo masivo de su porte -tiene más de 14.000 metros cuadrados sumando las superficies del puente y los módulos inferiores-, las fachadas generan una imagen parpadeante que transforma a la pieza en un invasor amable. Todo el puente se recubre con lamas de vidrio que, incluso con el doble filtro, permite apreciar a la perfección la monumental cercha que lo sujeta. De esta manera, la envolvente juega en una graduación de escalas, entre la honradez de la estructura a la vista y la delicadeza mínima, casi microscópica, del símbolo. Porque, además, los elementos de vidrio no son transparentes ni traslúcidos ni opales; están serigrafiados con los nombres y los apellidos de las 60.000 personas que vivían en Benidorm en la fecha en la que fueron fabricados.

Esto puede parecer una tontería superficial, una boutade pergeñada de cara a la galería (y quizá lo sea), pero tiene una especial importancia cuando se trata de la sede del consistorio municipal. Es un gesto casi de amistad vecinal unido a otros más abstractos, como los pequeños espacios de recepción abiertos al viejo cauce de L'aigüera, lugares tranquilos que miran a los taludes de piedra, lejos, muy lejos de la dictadura de los balcones y las vistas, tan propia de las ciudades costeras.

Fotografía cortesía de AIC EQUIP

Esa operación conceptual es precisamente lo más interesante y, en el fondo, lo más bello del edificio. Es una transgresión formal e intelectual del estereotipo. No ofrece vistas porque no exige vistas. En medio de la gran plaza pública que conecta el pasado y el presente, el ayuntamiento de Benidorm ha decidido darle la espalda al pasado y al presente formal de Benidorm. Es un rascacielos horizontal, un estribanubes como los que diseñaba El Lissitzky en la Unión Soviética de los años 20.

Y a lo mejor hay algo de similitud propositiva en ambos proyectos, porque si el arquitecto ruso planteaba sus edificios horizontales elevados en respuesta a los rascacielos norteamericanos, es bonito pensar que el nuevo edificio del ayuntamiento de Benidorm es la solución natural a un modelo urbanístico agotado y, en el caso de la costa levantina, al borde de la parodia.

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