
Lo que más le gusta a un turista cuando visita las islas es transitar por zonas históricas o recintos arqueológicos. Y en cierto modo es lógico: en Canarias, además de playas, al igual que en Egipto se pueden ver momias, misteriosas pinturas o espacios mágicos declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por la relación especial que mantenía la sociedad prehispánica con los astros. En la Canarias prehispánica los antiguos isleños tenían conocimientos médicos y quirúrgicos además de emplear hierbas medicinales para múltiples dolencias. El rey de los antiguos canarios, Fernando Guanarteme, tenía su corte en la denominada Cueva Pintada de Gáldar, museo abierto al público y que permite hacer un recorrido por la historia de un acuerdo entre Canarias y Castilla.
Fernando Guanarteme no llegó a usar mascarilla a su regreso a Canarias aunque tampoco supo mantener las distancias en lo político y eso le costó la vida en Tenerife. Fue a Córdoba para establecer un acuerdo con los Reyes Católicos en 1483 (donde se bautiza y adopta ese nombre) y regresó sin enfermedad alguna. El nivel de conocimientos de la química por parte de los antiguos canarios era bueno: en 1496 Fernando Guanarteme moriría envenenado en Tenerife intentado que los tinerfeños se sumasen a Castilla y depusiesen las armas antes que llegase la neumonía vírica y la encefalitis.
Los datos apuntan que el origen de la primera pandemia de Canarias vino por unos monjes mallorquines afectados de peste sobre 1494, es decir, cuando Guanarteme va a Tenerife sabe perfectamente que hay una enfermedad contagiosa. Los 'funcionarios' guanches tenían establecido un perímetro que impedía a las tropas castellanas adentrarse en el norte de Gran Canaria a partir de Bañaderos, costa de Arucas.
A Tenerife la peste llegaría con tropas procedentes de suelo grancanario que invadieron la isla para sumarla a la Corona de Castilla. En aquella época Canarias no se paralizó como ocurre en 2020. La sociedad no fue cerrada y se mantuvo el mismo nivel de libertades tras los acuerdos entre Guanarteme y los Reyes Católicos bajo el control y supervisión de religiosos, que serían los primeros portadores de la peste. Mercedes Martín y Conrado Rodríguez, del Instituto Canario de Bioantropología, señalan que la esperanza de vida de los antiguos canarios es de entre 30 y 40 años, una media superior a la de muchas poblaciones europeas de aquel periodo.
El primer brote serio fue sobre 1505. La peste en Tenerife se ubica en 1506, según los datos del Instituto Canario de Bioantropología (ICB) de Museos de Tenerife. Llegó por vía marítima desde Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. A esas tres islas la peste llegó "traída por barcos procedentes de la Península que se encontraba asolada por la enfermedad, y duró dos años", según el libro 'Epidemias históricas y su repercusión en Tenerife' que se puede consultar en el Museo de la Naturaleza y el Hombre (MHN).
La peste, después, arrasó en Anaga porque "los guanches que aún residían allí por su desconocimiento inmunológico de la enfermedad", de acuerdo con el MNH de Tenerife. Después del fin de la Conquista, unos tapices procedentes de Flandes en 1572 con una potente carga viral produjo miles de fallecidos. Sucesos que se repiten entre 1582 y 1583 entre Santa Cruz de Tenerife y La Laguna pasando por Tacoronte. Hubo entre 5.000 y 9.000 muertos en Tenerife cuando su población era de menos de 20.000 habitantes y Santa Cruz capital pasó de 600 habitantes censados a poco más 200 almas. Todos estas epidemias, hasta 1648.
En plena conquista de Tenerife, a finales del siglo XV, los guanches padecieron una terrible epidemia con síntomas similares a la gripe que se cebó con su población y que allanó la toma de la isla. La llamaron la modorra y mató a 5.000 aborígenes, uno de cada cuatro. Antes, una epidemia azotó desde el otoño de 1494 al invierno de 1495, sobre todo, a los menceyatos de Taoro, Tegueste, Tacoronte y Anaga, aunque también llegó a otras zonas más aisladas de la isla. Las fuentes etnohistóricas, que han ayudado a los investigadores a reconstruir la vida de los aborígenes, también aportan datos sobre la epidemia a la que se refiere el historiador José de Viera y Clavijo en el siglo XVIII, asegurando que esta, "de la que murieron tantos guanches, consistía en fiebres malignas o agudas pleuresías, que terminan en una letargia o sueño venenoso que llamamos modorra".
El director del Museo Arqueológico de Tenerife, Conrado Rodríguez-Maffiotte, es, junto al profesor de Historia de la Medicina de la Universidad de La Laguna, Justo Hernández, autor del libro 'El enigma de la modorra: la epidemia de los guanches'. Rodríguez-Maffiotte explica que esta patología se manifestaba por cuadros respiratorios muy agudos, era una "epidemia en suelo virgen o terreno virgen", un escenario que se produce cuando "un patógeno, virus o bacteria, llega a una población que no tiene ningún tipo de defensa". La modorra acabaría con la vida de alrededor de 5.000 guanches, una cuarta parte de su población total. Rodríguez-Maffiotte, director del Instituto Canario de Bioantropología señala que lo que ocurrió con la propagación de la modorra entre los guanches es "un poco similar a lo que está pasando con el coronavirus Covid 19, contra el que nadie está inmunizado porque no hay una inmunidad, en concreto, para ese virus". "Cuando esa epidemia llega a un territorio insular como este, donde no hay una inmunidad poblacional, se producen, inmediatamente, unas tasas de ataque terribles", apunta este médico que, junto a Justo Hernández, llegó a la conclusión de que era gripe por el cuadro clínico, la velocidad de expansión y el número de afectados.
El responsable del Museo Arqueológico de Tenerife apunta que la patología producía tos, secreción nasal abundante y las "dos complicaciones más frecuentes y típicas de la gripe o de cualquier cuadro respiratorio: la neumonía y la encefalitis, de ahí que se le llamara modorra". Sin respiradores, ventiladores mecánicos ni antigripales para curar el contagio no es de extrañar que se disparara la morbilidad y que las tasas de mortalidad superaran el 50% de los afectados. En su 'Historia General de las Islas Canarias', Viera y Clavijo apunta como posible causa "la corrupción de los cadáveres de los muertos en la batalla de La Laguna que, alterando el aire, le cargaron de miasmas venenosas. Porque como los guanches no enterraban los difuntos, sino que los secaban al calor del sol, después de haberles extraído las entrañas, era natural que todos estos hábitos introducidos en los vivientes por medio de la respiración causasen una enfermedad pestilente".
Conrado Rodríguez-Maffiotte aclara que el insigne ilustrado tinerfeño se equivocaba: "En aquella época, no existía la teoría del germen, por lo que Viera lo achacó a la putrefacción de los cadáveres de la batalla de La Laguna, pero su teoría carece de fundamento científico alguno". Además, eran tiempos de guerra en los que, sin haber un hacinamiento total de personas, sí había agrupaciones, por lo que "ese contacto favorecía la propagación mucho más rápido" y las muertes, unas 5.000 en una población de unos 20.000 habitantes. La mayoría de los historiadores coinciden en que la modorra fue uno de los condicionantes finales de la derrota de los guanches ante los castellanos, que vieron en la propagación de esta epidemia "un acto milagroso enviado por Dios, que se había puesto de su parte para vencer a los aborígenes", explica Rodríguez Maffiotte.
Tras el episodio de la modorra, a los aborígenes de Tenerife aún les quedaba otra epidemia a la que hacer frente: la peste de principios del siglo XVI que produjo decenas de muertes entre los guanches que aún vivían en los montes de Anaga. En Gran Canaria, hacia el siglo XIV, también se produjo otra epidemia. La escasa descripción que hacen las fuentes etnohistóricas impide precisar si fue algún tipo de peste o una gripe, "pero parece ser que su contagio estuvo relacionado con la llegada de los monjes mallorquines que visitaron la isla en esas fechas", apunta. Los aborígenes grancanarios interpretaron la muerte de sus paisanos de Tenerife como un castigo divino impuesto a los habitantes de la isla por los infanticidios femeninos que llevaban a cabo para contener el aumento de la población.