Aquellos que conviven con un gato saben perfectamente que este es dueño y señor de la casa. Evitar que se suban a “su” sofá, se metan en “su” cama o se escondan en “su” armario, tirando la ropa de ese humano al que le están haciendo un favor con total indiferencia, es algo que uno debe aceptar cuando decide ser el inquilino de un gato. También el hecho de ver cómo sus pelos caen y se reparten por la casa, algo incomprensiblemente molesto para esa persona que vive con ello