En la vida hay que intentar ser bueno, y también parecerlo. Es una máxima que se puede extender a casi todos los ámbitos y por supuesto el fútbol no escapa a ella. De parecer solvente se olvidó el Real Madrid, que se clasificó para los cuartos de final de la Champions League tras ganar sin brillo a la Roma y dejando muchas dudas en defensa y en ataque ante un equipo, el de Spalletti, que acabó extenuado de perdonar.
Fueron siete, pero pudieron ser quince. Fue un partido de fútbol, pero perfectamente habría encajado en el campo de las películas para adultos. Con el mejor fútbol de la temporada, el Barcelona pulverizó al Valencia en la ida de las semifinales de Copa del Rey, torneo en el que los de Luis Enrique están virtualmente en la final. Solo un milagro de proporciones bíblicas lo evitaría.
El Celta de Vigo tenía un plan para los cuartos de Copa. Lo dejó ver en la ida en Balaídos, lo mostró directamente sin tapujos en Liga ante el Rayo y se dedicó a ejecutarlo con eficacia profesional en el Vicente Calderón, que asistió aturdido a la eliminación de su equipo, desdibujado en defensa y tendente a caer en el vicio del microondas: calentar las jugadas, pero sin poner el plato en la mesa, y ni mucho menos comérselo. Si el domingo ante el Sevilla la consecuencia fue perder el liderato de la Liga, esta noche significó el adiós en el torneo del K.O.
No fue bonito, pero sí intenso, y promete algo mejor para dentro de una semana. Celta y Atlético empataron en Balaídos y lo dejaron todo para la vuelta en el Vicente Calderón, después de magullarse las rodillas y enseñarse los dientes sin llegar a morder. No fue cuestión de la lluvia: la pólvora venía ya mojada de casa.
La FIFA ha convertido en realidad el mal presagio que poco a poco se iba cerniendo (a menudo, olvidado entre la ingente cantidad de información mayoritariamente inocua) sobre el Atlético de Madrid. La sanción, junto al Real Madrid, de dos ventanas de fichajes sin poder inscribir a ningún jugador supone un desafío sin igual para un equipo acostumbrado a la reconstrucción anual.
De todos los momentos bochornosos que ha dado la eliminatoria de octavos de Copa del Rey entre Espanyol y Barcelona, uno de ellos ha resultado ser el más patético, deleznable y ruin. En un fondo del estadio de Cornellá, una pancarta aparecía durante el partido de vuelta: "Shakira es de todos".
"Qué puta basura que son", ha escrito Dani Alves sobre los periodistas deportivos en su perfil de Instagram. La reacción fue instantánea y casi generalizada por parte del gremio: la de la persecución al autor de unas palabras que, al margen de ser altisonantes, contienen mucha más verdad de la que nos queremos negar a admitir.
Se comentaba en los corrillos de las inmediaciones, casi fluía entre cerveza y cerveza en los bares cercanos al Paseo de los Melancólicos. Incluso algunos periodistas se sobresaltaban con la buena nueva: "Ya lo adelantamos en verano", decían. Tras meses y meses de larga espera y rumores sin confirmar, llegó el día que todos esperaban: Reus aterrizaba en el Vicente Calderón. El Atlético de Madrid agradeció la anhelada visita con una victoria y el pase a octavos de la Copa del Rey. Tal y como estaba previsto, lo hizo con un marcador con anemia. Siguen los problemas de gol en el Manzanares, dónde la portería se ve como un gua. Solo Thomas fue capaz de abrir la lata en un partido que fue un merecido homenaje para un equipo, el catalán, que en ninguno de los 180 minutos de la eliminatoria perdió la dignidad.
El mayor síntoma del declive de una persona es que se le apague la llama del orgullo, que se le averíe el resorte que le empuja a levantarse ante cualquier caída. En un mundo tan tendente a la personificación como es el del fútbol, el Atlético de Madrid sabía hasta hace muy poco qué significaba vivir sin orgullo. Lo relataban los medios, lo sufrían los hinchas, lo disfrutaban los rivales.
El Barcelona cerró la fase de grupos de la Champions League con un sufrido empate en campo del Leverkusen después de un partido extraño para los de Luis Enrique, siempre dominados por el empuje alemán y el oxígeno de un equipo que angustió a la medular blaugrana durante los 90 minutos y que hizo de Ter Stegen la figura del partido. El portero amargó la vida a sus compatriotas una y otra vez. Salvo en el gol, completamente vendido, se hizo gigante en uno y otro fondo del Bay Arena para obligar a los locales a quedarse con el premio de consolación de la Europa League.