
En noviembre de 2022 en el mundo había 8.000 millones de personas. Según la ONU, se estima que en 2050 la población mundial será de 9.700 millones, pudiendo llegar a cerca de 10.400 millones para mediados de 2080. El aumento de la población impulsa la demanda de alimentos que, además, tiene una relación directa con el planeta. La producción de alimentos impacta en el medio ambiente, en el agua y en las emisiones de gases de efecto invernadero. De hecho, más de un tercio de todas las emisiones de dichos gases producidas por el hombre se relaciona con los alimentos.
A su vez, los efectos del cambio climático afectan gravemente al acceso a los alimentos, a su disponibilidad, su estabilidad y los hábitos alimentarios. En este sentido, el clima extremo dispara un 55% el precio de los desayunos en un solo año. Así lo indica el Índice de Materias Primas para el Desayuno de eToro. Los precios del cacao han experimentado la mayor subida de todos los productos relacionados con el desayuno, con un encarecimiento del 270% en el último año. La grave sequía que afecta a África Occidental, región que produce el 80% del cacao mundial, ha contribuido significativamente a la escasez de oferta y al aumento de los precios.
El clima extremo dispara un 55% el precio de los desayunos en un solo año, según eToro
Pero, ¿y si algunos ingredientes fuesen saludables para el planeta? Es el caso de la dieta mediterránea. Verduras, frutas, cereales integrales, frutos secos, aceite de oliva... Es la base que sostiene este tipo de alimentación. El aceite de oliva se utiliza como grasa principal; consumir cinco raciones de fruta y verdura cada día; tomar a diario pan y alimentos procedentes de cereales; comer carne roja con moderación; el pescado azul se recomienda como mínimo una o dos veces a la semana; mientras que el consumo de huevos, por sus proteínas, se aconseja tres o cuatro veces a la semana como alternativa a la carne y el pescado.
La dieta mediterránea va más allá de una pauta nutricional, rica y saludable, ya que se trata de un estilo de vida equilibrado. Los alimentos frescos y de temporada son los más adecuados para el consumo, se debe garantizar una correcta hidratación y un nivel de actividad física acorde a la situación personal y las condiciones climáticas.
Una dieta con más proteínas de origen vegetal que animal tiene un menor impacto medioambiental
De este modo, una dieta con más proteínas vegetales, con la consiguiente reducción de alimentos de origen animal y menos grasas saturadas tienen un menor impacto medioambiental, ya que puede llevar a una importante reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Estos patrones alimentarios se corresponden con la dieta mediterránea.
Esta alimentación favorece a la sostenibilidad ambiental. Así lo refleja el estudio Efecto de una intervención nutricional basada en una dieta mediterránea hipocalórica sobre el impacto ambiental, publicado por la revista Science of The Total Environment. El ensayo se realizó sobre dos grupos: el de control, al que se ofrecieron consejos básicos sobre dieta mediterránea tradicional, y el grupo de intervención nutricional intensiva, en el que se aplicó dicha dieta pero hipocalórica, acompañada de actividad física y terapia conductual. Al año, aunque ambos grupos redujeron el impacto ambiental, en el de intervención los cinco indicadores analizados disminuyeron en mayor medida, destacando la acidificación, la eutrofización y el uso del suelo.
La mejora del impacto ambiental viene, en parte, por una mayor adherencia a la dieta mediterránea y una reducción calórica en la alimentación de los participantes. "Por tanto, una intervención nutricional intensiva basada en el consumo de una dieta mediterránea hipocalórica se asocia a la mejora de diferentes parámetros de calidad ambiental, lo que se traduce en una dieta más sostenible", resalta el informe.
Cristina López, médico y nutricionista, directora del Departamento de Farmacia y Nutrición de la Universidad Europea de Madrid y miembro del Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de la Comunidad de Madrid (CODINMA), destaca, en este sentido, que "la dieta mediterránea se basa en gran medida en el consumo de productos frescos, locales y de temporada, lo que favorece la biodiversidad local y la preservación de variedades tradicionales de cultivos. Esto también reduce la necesidad de transporte a largas distancias, disminuyendo las emisiones de carbono asociadas".
Además, López resalta que "la cocina mediterránea suele hacer un uso completo de los ingredientes, minimizando el desperdicio de alimentos. Los platos tradicionales a menudo utilizan partes de los alimentos que en otras culturas podrían desecharse. La dieta mediterránea promueve un estilo de vida más consciente y sostenible, donde se valora la calidad y la procedencia de los alimentos y se evitan los productos ultraprocesados".
Previene la diabetes y disminuye el riesgo de sufrir algunos tipos de cáncer
La dieta mediterránea, además, favorece una buena salud y protege frente a algunas enfermedades. Y es que, debido a las cantidades y los alimentos que se consumen, existe una relación entre dicha dieta y una baja frecuencia de enfermedades cardiovasculares, así como la prevención de sus factores de riesgo asociados, como el colesterol elevado en la sangre y la hipertensión arterial. "Diversos estudios han demostrado que la dieta mediterránea puede reducir el riesgo de enfermedad cardíaca y accidente cerebrovascular. Esto se atribuye a su alto contenido en ácidos grasos monoinsaturados (principalmente del aceite de oliva) y ácidos grasos omega-3 (presentes en el pescado)", explica la miembro de CODINMA.
Además, previene la diabetes y disminuye el riesgo de sufrir algunos tipos de cáncer. Protege frente al envejecimiento celular y el deterioro cognitivo, debido a la cantidad de antioxidantes que aporta, y previene enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer o el Parkinson. López añade, además, que "siendo rica en alimentos naturales y mínimamente procesados, puede ayudar en la gestión del peso y en la prevención de la obesidad".
Reducir el desperdicio
Más allá del crecimiento de la población y el tipo de dieta, la reducción de los desechos de los alimentos también es clave para luchar contra el cambio climático, además de suponer una preocupación social o humanitaria. Según la FAO, casi 1.000 millones de toneladas de alimentos acaban en la basura cada año, lo que supone un 17% de todos los alimentos disponibles para los consumidores de todo el mundo.
Al tirar comida también malgastamos la energía y el agua que se requieren para cultivar, cosechar, transportar y empaquetar. La producción de alimentos, su traslado y dejar que se deterioren contribuyen a más del 8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Tanto es así que, si los desechos de alimentos se produjeran en un único país, este sería el tercero con más emisiones a nivel mundial. Solo en Estados Unidos, la producción de alimentos perdidos o desperdiciados genera el equivalente en emisiones de gases de efecto invernadero a 43 millones de automóviles, según apuntan desde WWF.
El desperdicio total de alimentos y bebidas por parte de los españoles se ha reducido un 6,2%
El Informe del Desperdicio Alimentario en España 2022, elaborado por el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, indica que el desperdicio total de alimentos y bebidas por parte de los españoles se ha reducido un 6,2% respecto a 2021, hasta los 1.202 millones de kilos de alimentos, la cifra más baja desde que se tienen registros.
Comprar solo lo necesario y aquello que se vaya a consumir; intentar adquirir los alimentos a granel y al corte; evitar raciones excesivas para no desperdiciar; fijarse en la fecha de consumo preferente; aprender a almacenar y conservar de forma adecuada la comida y educar hacia un consumo responsable son algunas claves para evitar o reducir el desecho y desperdicio. Se trata de acciones que pueden ayudar al planeta y también al bolsillo.