
Una de las noticias en clave internacional de la semana ha sido el nombramiento del sultán Ibrahim Iskandar como nuevo rey de Malasia. Un nombramiento que bien podría ser obedecer al fallecimiento o abdicación de su predecesor, pero nada más lejos de la realidad: se debe a que el anterior monacra ha agotado su mandato.
Porque, aunque en casi todo el mundo suene a algo de otro planeta, en Malasia la monarquía no funciona como en otros lugares: en este país del Sudeste Asiático la monarquía es rotativa y cada cinco años se elige a un nuevo rey que procede de alguno de los nueve sultanatos (Johor, Kedah, Kelantan, Negeri Sembilan, Pahang, Perak, Perlis, Selangor y Terengganu) que forman el país.
La forma de gobierno de Malasia es una monarquía parlamentaria, pero esa monarquía se rige por normas muy distintas a las que estamos acostumbrados, por ejemplo, en las familias reales europeas. Así, cada cinco años se reúne una Conferencia de Gobernantes que selecciona a un nuevo monarca que procede de uno de los nueve sultanatos del país.
Eso sí, esta diferente naturaleza del monarca y su modo de elección no elimina las características propias a una monarquía parlamentaria: en Malasia el poder ejecutivo recae en el primer ministro (Anwar Ibrahim) y su equipo de Gobierno.
Quién es el nuevo rey de Malasia
A finales del pasado mes de octubre la Conferencia de Gobernantes de la que forman parte los miembros de las familias reales decidieron elegir a Ibrahim Iskandar como sucesor de Abudlá Ahmed, que sucedió a su vez a Muhamad V de Kelantan, que abdicó tras tres años de mandato por razones de salud.
Iskandar es el decimoséptimo rey de Malasia en tan solo 61 años de vida de este país. Es el segundo jefe de Estado del sultanato de Johor (de hecho, el primero fue su padre, de 1984 a 1989), y llega a su cargo en un momento en el que la condición de monarca es más influyente que nunca en el país malayo, que sufre una gran inestabilidad política por la fragmentación de sus cámaras y las débiles alianzas que sostienen a sus Gobiernos.
Caracterizado por su inmensa fortuna (Bloomberg la cifra en 5.700 millones de dólares) y su amor a los vehículos (es un conocido conductor de Ferraris y de motocicletas), la principal duda que suscita la figura de Iskandar es la de si sabrá mantener la neutralidad que le exige su cargo. Los antecedentes de las últimas semanas alimentan las sospechas.
El discurso de Iskandar desde que fue elegido rey hasta que ha sido proclamado como tal se ha plagado de avisos contra la corrupción de la clase política malaya.
Tal y como recoge el diario singapurense The Straits Times, al que el nuevo monarca dio una entrevista en la que reconoció su intención de no plegarse a ser un convidado de piedra, Iskandar aboga por que la agencia anticorrupción y Petronas, la petrolera del país y una de las más importantes del mundo, le reporten a él directamente antes que al primer ministro y por que los nombramientos del poder judicial se hagan al margen del poder ejecutivo.