
La gran recesión de 2008 fue un golpe comparable a la de los años 29 del siglo pasado. La población y los países aprendieron la importancia de la austeridad, miles de empresas desaparecieron por el exceso de endeudamiento. Una década después, cuando el mundo se había zambullido nuevamente en la globalización y el precio barato del dinero volvió a poner en el límite tanto el gasto público como el privado, llegó la pandemia. Nos dimos cuenta de que las lecciones de 2008 no sirvieron para mucho. La solidaridad entre países desapareció. La falta de materiales tan simples como una mascarilla o un paracetamol nos alertó de que quizá habíamos dibujado un mundo imaginario, que se hizo añicos en mil pedazos de la noche a la mañana.
Durante las últimas décadas, China fue acaparando poder económico, hasta convertirse en la segunda potencial mundial, sólo por detrás de Estados Unidos. Pekín es la fábrica del mundo. Cualquier utensilio que utilizamos en nuestra vida diaria, por sencillo que sea, se produce en este país. Pero no sólo eso, cada vez más productos y herramientas sofisticadas proceden del gigante amarillo.
La Covid-19 puso de manifiesto que las cadenas de suministros para importar productos baratos no sirven para nada en momentos de excepción. Mascarillas, cuyo precio en el mercado ronda los diez céntimos se pagaron a 25 euros, e instrumentos imprescindibles para evitar la muerte de miles de ciudadanos como los respiradores se agotaron.
Aprendimos otra lección: a desconfiar de todo lo que no se produzca en casa, en Occidente. El amigo americano, que ya nos salvó de la pobreza después de la Segunda Guerra mundial, fue clave en el desarrollo de vacunas en tiempo récord, que han permitido controlar la enfermedad hasta reducirla a un simple constipado. ¿Qué hubiera sido sin las vacunas de Pfizer, Moderna o Janssen?, ¿Acaso China o Rusia nos habrían salvado de la pandemia?
Los gobiernos y los ciudadanos han comprendido que no se puede dejar en manos de China la producción de elementos de primera necesidad ni de empresas estratégicas para la seguridad nacional o el desarrollo futuro. La guerra de Ucrania, declarada hace unos meses por Vladimir Putin, ha ratificado la impresión que ya teníamos. El primer ministro chino, Xi Jinping mostró su solidaridad con Putin, al que calificó de "el gran amigo" durante la visita del presidente ruso a Pekín pocos días antes de lanzar su ofensiva sobre Ucrania.
La pandemia y la guerra de Ucrania revivirán la política de bloques de la guerra fría, con dos grupos de naciones (Occidente frente a China, Rusia y los países satélites) con intereses contrapuestos. Los países occidentales buscan la manera de bloquear las importaciones de petróleo y de gas rusos para dejar de financiar la contiende de Putin, y han comenzado una lenta repatriación de productos fabricados en China. Pekín dejará en la próxima década de ser la fábrica del mundo. El éxodo de empresas occidentales ya ha comenzado en búsqueda de alternativas en el sureste asiático o en sus países de origen.
El nuevo mundo bipolar, favorecerá el proteccionismo frente al liberalismo y la globalización precedentes. La inflación producida por la escasez de materias primas o los cuellos de botella en la importación de artículos imprescindibles como los microchips se afianzará en los próximos años, porque los costes de fabricación y los proveedores se encarecerán.
The World Economic Fórum, reunido estos días en la localidad suiza de Davos, confirma que el mundo que viene acrecentará las desigualdades entre países y entre ciudadanos, a la par que se incrementan las incertidumbres de todo tipo. A principios de 2022, mientras el mundo occidental gozaba de pleno acceso a las vacunas de la Covid-19, en los 50 países más pobres del planeta, donde vive el 20% de población mundial, sólo el 6% de su población estaba vacunada.
A finales de 2024, según este organismo, la economía mundial será el 2,3% más pequeña que lo era antes de la pandemia. El causante de este frenazo son los países en desarrollo (excluida China), cuya economía habrá decrecido el 5,5%, mientras que la de los países desarrollados habrá mejorado en medio punto.
La encuesta de The World Economic Forum, desarrollada con la opinión de 12.000 personas líderes en sus sectores perteneciente a 124 países, arroja un panorama preocupante. Sólo el 11% considera que la recuperación se acelerará. La gran mayoría espera que los próximos tres años se caractericen por una gran volatilidad y por múltiples sorpresas y trayectorias rotas, que agrandarán las diferencias entre países ricos y pobres.
Cuando se mira más a largo plazo, en la próxima década, la primera preocupación es el cambio climático. Los encuestados esperan temperaturas extremas y una pérdida de la biodiversidad. En segundo lugar, están los riesgos tecnológicos, como la brecha digital o un fallo en la ciberseguridad. Otras inquietudes son las confrontaciones geoeconómicas entre bloques o una posible crisis de la deuda. Como se ve, el panorama pinta poco halagüeño.
The World Economic Forum concluye que sólo incrementando la cooperación entre países de un mismo bloque, y regenerando confianza se mitigan los efectos adversos de estos acontecimientos y se superarán los retos.