Turismo y Viajes

Laos, refinamiento místico

Monjes budistas en Laos. // Fotografías: Laura Crawford.

Cuenta la leyenda que Buda se detuvo para descansar en Luang Prabang. Para el que se crea el cuento... aquello debió de ocurrir mucho antes de que aquella zona selvática de Indochina perteneciera al imperio colonial francés, y (naturalmente) antes también, de que el actual gobierno comunista pusiera en práctica su peculiar economía liberal, y tratara de condenar al ostracismo cualquier tipo de práctica religiosa.

Pero el tiempo pasa... y hoy en día el régimen se ha dado cuenta de que no puede hacer nada contra el budismo y tolera la diaria salida matutina de los bonzos de los monasterios, que irrumpen en la ciudad para buscarse el sustento, deambulando en hilera por las calles del centro; un espectáculo que cada amanecer congrega a muchos turistas curiosos que esperan pacientemente el pasacalles de los monjes ataviados con su clásica túnica naranja para hacerles la foto. Por otra parte, el pueblo, piadoso él, cree que introduciendo en las tarteras de latón que portan los monjes, un puñadito de arroz, plátanos, chocolatinas -y (a veces) dinero- les permite 'comprar' un poco de nirvana... Allá ellos. A los monjes se les volverá a ver al anochecer paseando por el mercado nocturno de la ciudad, quizá ávidos de consumismo o interesados en practicar inglés con algún extranjero, porque no hay que olvidar que 'ser monje' en Laos es una etapa de la vida; después, cuando se harte de plegarias y de llevar el cráneo rasurado, puede -por ejemplo- convertirse en guía de turismo.

En contraste con el ajetreo propio de las modernas ciudades del Sureste Asiático, el espíritu de la indolencia y la tranquilidad (que ahora se llama relax) acoge al viajero con sobrecogedora paz nada más poner el pie en el aeropuerto de Luang Prabang, la antigua capital del país, que hasta el siglo XVI se hacía llamar 'El Reino del Millón de Elefantes y el Parasol Blanco'. La capital administrativa de Laos es Vientiane, pero Luang Prabang es la joya artística del país. Incluida, desde 1995, en el catálogo del Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, conserva muchos de sus templos ancestrales en perfecto estado operativo; pero, por destacar alguno, nos centramos en Wat Xieng Thong, que data de 1560, el más conocido y el más impresionante. Su santuario principal, un edificio que chisporrotea destellos por mor de sus miles de coloridos espejitos y protegido por dragones dorados, invita a sentarse en el quicio de la puerta (como Buda cualquiera), apagar el móvil, y olvidarse del tiempo... y quizá ¡también del espacio!

Claro que para descartar cualquier pensamiento sobre el dilema tempo-espacial lo mejor es dejarse mecer por las aguas del río Mekong, apoltronados cómodamente en la barcaza -que allí llaman dokkeow- de la empresa Luxury On The Mekong (www.luxuryonthemekong.com). Se trata de un viaje privado por la Madre Río (Me Kong), en el que podemos cenar opíparamente y pasar la noche a bordo. Es uno de los mejores viajes románticos que haya pensado en su vida -¡y de la mía!- Inolvidable.

En la ciudad, las noches son apacibles, los vendedores de souvenirs no acosan, las velas de los restaurantes tintinean lo justo... como en el 3 Nagas, donde podemos degustar uno de los platos típicos del país: pescado con lemongrass y demás hierbas locales (rarísimas y sanísimas).

Otro día, incluso tendremos tiempo para aprender a cocinar, ya que el restaurante Tamarind (www.tamarindlaos.com) organiza talleres de cocina para extranjeros. Todo sin prisa, todo a cámara lenta y todo en un escenario natural rodeado de palmeras y el sonido del agua que corre.

Otro paseo en barca ineludible es navegar hasta la confluencia del Mekong con la curva de su afluente, el Nam Ou. Allí hay una gran herida en la inmensa roca caliza. Es la gruta de Pak Ou. Está repleta de imágenes de Buda de diferentes épocas, materiales y tamaños. Hay miles, algunas protegidas por el polvo secular y otras envueltas en telarañas de solo una noche. Nadie molesta cuando se atraviesan los grupos de estatuas... ni siquiera los dioses. Nadie vende nada, sólo el olor que percibimos de las varitas de sándalo interfiere en nuestra pituitaria. No hace falta ni saber rezar. El misterio está servido.

Cueva de Pak-Ou.

Frente a la cueva algunos turistas montan en elefante ¡hay gente pa tó! Yo preferí seguir en la barca hasta la cercana aldea de Ban Xang para ver cómo se elabora el laolao (licor de arroz), probarlo y comprar una botella con una mini cobra dentro. Todo muy exótico... e instructivo. Y de vuelta al hotel.

Y el hotel -'con mayúsculas'- se llamal Luang Say Residence (www.luangsayresidence.com), sin duda otra de las estrellas del viaje. Un palacio rodeado por un verdadero jardín botánico. Para no olvidarse nunca de su desayuno: eggs benedict.

Laos es tan tranquilo que dicen que en sus campos se oye crecer el arroz. Pues eso: escuche su respiración en la hamaca de la terraza de su habitación... y relájese.

Haga sus cuentas, ahorre... pero tenga claro que todos nos merecemos unas vacaciones en Laos. Sueñe.

CÓMO IR
Vietnam Airlines (www.vietnamairlines.com) es la aerolínea de bandera del Sureste Asiático, y tiene vuelos combinados a Laos.

Lo mejor en ponerse en manos de una agencia local. Phoenix Voyages son especialistas en viajes a toda Indochina, y como tienen representante en España, pueden gestionar todos los desplazamientos, desde la llegada al aeropuerto hasta el viaje en barco por el río Mekong. www.phoenixvoyages.com - phoenixspain@phoenixvoyages.com