
Pocos caminos son tan cinematográficos como el que atraviesa la cordillera del Atlas en dirección a la ciudad fortificada de Aït Benhaddou y a Ouarzazate, la meca africana del cine.
Partimos de la bulliciosa Plaza Djemaa El Fna de Marrakech a primeras horas de la mañana. Tras un intenso regateo, y después de bebernos un barato y reponedor zumo de naranja, nos subimos a una furgoneta plagada de turistas. Nos dirigimos a Ouarzazate, la meca africana del cine.
"La prisa mata", reza un proverbio marroquí. No se nota. El conductor va a todo lo que da la furgoneta. En cada curva, los alegres turistas nos vamos de lado a lado. La pronunciada carretera que asciende por la cordillera de El Atlas no tiene fin. De vez en cuando paramos a tomar un café a precio europeo, a comprar unos minerales o a echar un vistazo en una cooperativa de aceite de argán. A pesar de la latitud en la que nos encontramos la nieve hace acto de presencia.
Los bereberes son los habitantes autóctonos de estos lugares desérticos.
De repente el conductor, Mohammed, para la furgoneta. Sale humo de una ventanilla. En un 'plis plas' Mohamed desmonta la puerta y apaga el incendio. Le hago una foto, se enfada. Me quiere echar de la excursión y me dice que me vuelva a Marrakech haciendo dedo. No le hago demasiado caso.
Continuamos el viaje a toda velocidad. Juego a ser el fotorreportero de las velocidades de obturación muy altas. Enfocar algo coherente es complicado. Por el camino aparecen niños jugando a fútbol en un pedregoso desierto, fallas geológicas de colores inexistentes, pastores de cabras, comerciantes montados en sus burros y miles de mercedes descoloridamente antiguos que hacen de taxis.
Aït Benhaddou
30 kilómetros antes de Ouarzazate llegamos al Ksar de Aït Benhaddou, una espectacular ciudad fortificada de barro declarada Patrimonio de Humanidad por la Unesco. En este seco paraje de ensueño se han grabado decenas de películas, incluyendo grandes producciones como Lawrence de Arabia, Gladiator, La Momia y la Joya del Nilo.
En Aït Benhaddou, declarada Patrimonio de la Humanidad, se han grabado innumerables películas.
Una vez más alucino con Mohammed, nuestro conductor. Una pareja de daneses quiere recorrer Aït Benhaddou por su cuenta. Nuestro amigo dice que no se puede, que sólo es posible hacer la visita en grupo, con un guía, y previo pago de 30 dirhams. Como los daneses se niegan a ir con guía, Mohammed los encierra en la furgoneta y les dice que en una hora, después de comer en el restaurante más caro del ksar, continuaremos nuestro viaje hacia Ouarzazate.
El adobe rojizo de Aït Benhaddou y el paraje estepario me recuerda, en parte, a los pueblos mudéjares aragoneses. Por la ciudad fortificada, parcialmente reconstruida para las producciones cinematográficas, caminan artistas, turistas y niños pidiendo moneditas. Durante unas pocas semanas al año el río Ounila lleva agua procedente de las montañas. El resto del tiempo el líquido elemento se saca de pozos a 50 metros de profundidad.
Ouarzazate
Tras varias horas de viaje por fin llegamos a Ouarzazate, situada sobre un altiplano desértico a 200 kilómetros de Marrakech. En 1928 los franceses establecieron una guarnición militar en la ciudad, convirtiéndola en la capital de la zona del Drâa. Con casi 60.000 habitantes, y a 1.200 metros de altitud sobre el nivel del mar, es el cruce de caminos mas grande de la zona centro-sur de Marruecos.
Ouarzazate es conocida como 'El Hollywood de África' o 'La Puerta del Desierto'. En esta tranquila ciudad sin ruido ('war-zazat' en bereber) hay varios estudios de cine. Entre ellos se encuentran alguno de los más grandes del mundo, como Cla Studios, Kazaman Studios y el archiconocido Atlas Studios.
Frente a la imponente Kasbah Taourirt, una de la mejor conservadas de Marruecos, se encuentra el Museo del Cine, un gran plató inaugurado en 2007, con los restos de decenas de reportajes, documentales, spots publicitarios y películas como la Joya del Nilo, Asterix y Cleopatra o Los Diez Mandamientos.
Decenas de decorados de películas se conservan en el Museo del Cine de Ouarzazate.
A pocos metros del museo se encuentra Chez Dimitri, un hotel-restaurante fundado a principios del siglo XX por un griego. El establecimiento era frecuentado en la década de los años 30 por los aviadores y mecánicos de Aeropostale, una línea aérea que unía San Louis, en Senegal, con Casablanca, y entre los que estaba Antoine Saint Exupery, el autor de 'El Principito'.
Empieza a oscurecer y los habitantes de esta ciudad moderna se apostan junto a los decorados de cine para tomar la fresca. Debemos regresar. Sólo nos queda atravesar de nuevo El Atlas a 'matacaballo', entre arena, rocas y estrellas, con nuestro amigo Mohammed. Por el camino a Marrakech paramos para tomar un verdadero té a la menta berebere. Hace frío.