Turismo y Viajes

Venganzas de "La Malinche"

Una forma de estudiar la cultura maya es bajar a un cenote. Una boca de la naturaleza como un gran pozo, que se abre a galerías subterráneas que pueden descender a varios niveles. Aquí los mayas se proveían de agua y los sacerdotes se ponían en contacto con el inframundo y sus dioses. Eran sus dominios.

En 1997 una beca me permitió investigar el mundo de los mayas sobre el terreno. Me instalé en San Felipe de Bacalar, Territorio de Quintana Roo (México). Allí cerca se encuentra la "capilla sixtina" de la pintura maya: las cuevas de Bonanpak.

Llegar al inframundo no es fácil. Mi guía Gabriel me anunció 6 ó 7 horas de camino hasta llegar a un cenote y una pirámide no registrados en los mapas de arqueólogos. Emplazamientos sin tocar o sólo saqueados abundan. La selva ha recobrado lo que el pueblo maya le quitó. Gabriel fue delante con un machete abriendo calle y un saco de sisal con fruta y bebida. Yo detrás con una maroma atada a la cintura de varios metros de largo: única forma de no perder el norte en la selva. A continuación vino un desierto repleto de zarzas que mordían en la lona del pantalón. El calor y la humedad apretaban la corbata que no se debe llevar a estos sitios.

Bajamos al cenote que sólo podía alojar murciélagos, alimañas y la letal coralillo. Gabriel mató una a la entrada. Arriba pasábamos de los 40ºC. Abajo las linternas nos asomaron a un mundo guardado en el silencio. En el inframundo sólo los que permanecen mudos son bienvenidos. Una especie de altar de piedra en medio de una sala abovedada lo explicaba todo. Cuando salimos el sol nos trató a patadas por habernos escondido. Y "La Malinche" me castigó como a intruso gachupin (como nos tildan en México) en las tripas del pasado: mis dos últimos cigarrillos estaban empapados de sudor.

"La malinche" me negó el fruto de su tierra.

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