Turismo y Viajes

El rayo de Ramsés

  • Es un espectáculo para vivirlo, describirlo es algo que le corresponde a la cámara oscura de nuestro interior. El rayo de Ramsés se queda grabado como un instante que apenas dura un minuto.

Las efigies de Ramsés esculpidas en piedra, que guardan Abu Simbel, se cubren de un baño de oro sobre el que reverbera el sol. Mirar el rostro del faraón ciega. Todo el valle se vuelve un resplandor.

Momentos antes había sido una fiesta con chirimías y tambores, nutrida de danzarines con túnicas de colores que brillan más a la luz de las fogatas. Todo es algarabía con dulces y té. Una fiesta que durará desde las 3 de la madrugada que nos dejó el barco hasta poco antes de las 6, que se cierra el recinto para los que hemos podido acceder a ese momento en que la piedra se convierte en oro, el silencio en metal y uno se mira las manos de reojo para comprobar si fuimos también consecuencia del embrujo.

Cuando todo vuelve a ser y los tambores se van debajo del brazo y las hogueras duermen en una almohada de arena, algunos quedamos retenidos en ese espacio, repleto de ecos, que abarca el jet lag de ese periquete de sortilegio.

El viajero avisado debería encaminar sus pasos al Sheraton, donde Agatha Christie gustaba de tomar el té, y contemplar los colosos a distancia con un Dry Martini delante.

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