
Hace dieciocho años, una madre se presentó en la Empresa Municipal de Transportes de Madrid (EMT) con una petición urgente: no podía acompañar a su hijo con discapacidad intelectual al colegio y necesitaba ayuda. Aquella demanda puntual desencadenó la creación de un servicio pionero, que hoy permite a decenas de personas aprender a usar el autobús por sí mismas, integrarse en la ciudad con mayor autonomía y, en muchos casos, acceder a oportunidades de formación o empleo.
Desde su creación, más de 200 personas han completado con éxito este programa de entrenamiento personalizado para el uso autónomo del autobús. Un servicio que EMT ofrece sin coste alguno para las familias, desarrollado por trabajadores voluntarios de la propia compañía, y que se ha convertido en un modelo de referencia para la inclusión desde el transporte público.
En sus primeros años, el programa apenas realizaba tres o cuatro formaciones anuales. Hoy, sin embargo, EMT se acerca a las 40 intervenciones al año. El aumento de la demanda se ha producido al mismo ritmo que el reconocimiento de su eficacia, tanto por parte de las familias como de las entidades sociales, colegios y centros ocupacionales que colaboran en la detección de casos.
El servicio parte de una premisa clara: con el tiempo y los apoyos adecuados, las personas con discapacidad intelectual pueden aprender a moverse por sí mismas en la red de autobuses. La única diferencia con otros usuarios está en el ritmo de aprendizaje. "Algunos tardan dos días, otros veinte o cuarenta, pero todos lo han conseguido", explica Miguel Ángel Escudero jefe de departamento del Servicio de Coordinación y Gestión de Atención a Colectivos de EMT Madrid.
El proceso comienza con un recorrido concreto, que el usuario necesita realizar a diario —ir al trabajo, a un curso o al centro ocupacional—. A partir de ahí, se establece un entrenamiento práctico y personalizado, que se desarrolla íntegramente en contexto real: en el mismo autobús, con las paradas reales, los conductores habituales y las herramientas que la persona utilizará en su vida cotidiana.
La primera etapa del proceso es construir una relación de confianza con la familia. "Nos están confiando a la persona más importante de su vida", señala Escudero. A continuación, el entrenador asignado establece un vínculo con el usuario, y juntos comienzan una rutina diaria de aprendizaje. Se repiten las rutas, se enseñan normas de seguridad, se simulan imprevistos —como pasarse de parada— y se refuerzan conductas clave como identificar al conductor como única figura de referencia en caso de duda.
Una vez que la persona completa el entrenamiento —que puede durar entre dos semanas y un mes, dependiendo del caso—, el proceso no termina. Durante aproximadamente ocho días adicionales, el usuario es seguido de forma discreta por monitores incógnitos que observan su desempeño sin intervenir. Mientras tanto, su formador de referencia le sigue de cerca en coche, preparado para intervenir en caso de necesidad. Esta fase final garantiza que la autonomía lograda es real y segura.
Durante la formación se incorporan herramientas tecnológicas como la app de EMT, Google Maps o el sistema NaviLens, que permite una lectura accesible de la información en las paradas. No obstante, los profesionales subrayan que, en el caso de la discapacidad intelectual, las tecnologías son un complemento útil, pero nunca sustituyen al apoyo personal directo.
"El simple hecho de que un entrenador viaje con ellos ya sensibiliza al resto de los pasajeros y al conductor", explica Sandra Reis formadora del servicio. "Además, muchas de las personas a las que entrenamos también tienen discapacidad física, y no todas las redes son igualmente accesibles. En EMT, el acceso al autobús está muy trabajado: plataformas, inclinación del vehículo, visibilidad. Y eso marca una diferencia".
En paralelo, se han realizado esfuerzos en otros frentes de la accesibilidad: desde el rediseño de paradas y entornos urbanos hasta el despliegue del sistema NaviLens en toda la red y la inclusión de contenidos en lectura fácil. Todo ello forma parte de una estrategia más amplia de EMT que entiende la accesibilidad no como una cuestión exclusivamente física, sino también cognitiva y emocional.
Casos reales:
Uno de los casos que mejor ilustra el impacto del programa es el de Noemí Ledesma, una joven con síndrome de Down que ahora viaja sola para acudir a un curso de formación en Laguna. Este aprendizaje le ha permitido acceder a un trabajo remunerado a través del Ayuntamiento de Madrid, y la autonomía en sus desplazamientos ha transformado su rutina diaria.
"Gracias por entrenarme en el autobús y el metro", cuenta Noemi. "Estoy haciendo el curso de Laguna y me pagan por estar en ese trabajo. Me ha abierto las puertas a trabajar sola y a tener mi independencia".
Durante el tiempo que dura el entrenamiento, Noemi aprendió a orientarse, a consultar apps, a identificar paradas y a resolver imprevistos. Hoy, dice con seguridad: "Soy autónoma de verdad. Con ayudas, pero sola. Si me paso de parada, sé qué hacer. Sé pedir ayuda".
La hermana de Noemi lo resume con perspectiva familiar: "Antes no quería salir de casa. Estaba más encerrada. Ahora es ella la que dice que no quiere quedarse en el sofá. Cuando ves que es capaz de moverse sola, de escribirte si se ha pasado de parada, te da una tranquilidad enorme".
Este proyecto no tiene un presupuesto asignado, ni se ha calculado su coste económico. EMT lo asume con medios propios. "Nos financiamos con los impuestos de los madrileños y lo asumimos como parte de nuestra misión como empresa pública", explican. "No todo se mide en rentabilidad económica. El transporte tiene un impacto directo en la vida de las personas, y eso es lo que importa".
El impacto se percibe también en otros niveles, en términos cognitivos, se potencia la actividad mental. "El simple hecho de estar pendiente de si me paso de parada o de cuándo bajarme ya es un ejercicio cognitivo en sí mismo", explica Jonatan Arroyo Ballesteros director de Círvite, uno de los centros adscritos al programa.
La popularidad del programa ha generado una lista de espera de unos tres meses. Desde EMT explican que podría reducirse si se aprovecharan los meses de verano, cuando la demanda baja, para realizar el entrenamiento.
El equipo insiste también en el papel de los centros educativos y ocupacionales, que deben ser parte activa del proceso. Son ellos quienes valoran si un usuario está preparado para entrenarse y quienes refuerzan, desde el aula, las competencias que se trabajan en la calle.
El éxito del programa de EMT ha llamado la atención de otros operadores. Metro de Madrid puso en marcha el proyecto LARA, inspirado en este modelo, y se han realizado entrenamientos conjuntos para usuarios que necesitan combinar autobús y metro en sus desplazamientos. La colaboración con Cercanías y otras empresas sigue pendiente, aunque desde EMT han ofrecido su experiencia para extender este modelo a todo el ámbito del Consorcio Regional de Transportes.
Tarjeta azul única:
La futura tarjeta única permitirá moverse por todo el territorio sin barreras administrativas, y con una sola recarga mensual. Aunque aún no tiene fecha oficial, ya ha sido aprobada por el Consorcio Regional de Transportes, gracias a la presión organizada de usuarios y entidades representativas del colectivo.
Para EMT, el acompañamiento a personas con discapacidad intelectual es parte de una visión más amplia de ciudad. En paralelo al programa de entrenamiento, se están ultimando proyectos similares destinados a otros colectivos vulnerables. También se trabaja en la formación continua de los conductores, no solo en mecánica o tecnología, sino también en accesibilidad y trato adecuado.
El programa, además, genera un efecto colateral positivo: sensibiliza al conjunto de los usuarios. "Cuando una persona con discapacidad viaja en un autobús lleno, está haciendo visible su derecho a la ciudad. Y el resto aprende, se adapta, normaliza", explican desde EMT.
Al final, este servicio no consiste solo en enseñar a subir a un autobús. Se trata de facilitar que cada persona, independientemente de sus capacidades, pueda moverse con libertad por su ciudad. Y eso, en una urbe compleja como Madrid, sigue siendo una forma de inclusión con impacto real.