
La guerra de los robots contra los humanos, el ascenso de la inteligencia artificial y la rebelión contra sus creadores es uno de los temas favoritos y más prolíficos en la producción de ciencia ficción desde principios del siglo XX. En la actualidad, lejos de haberse convertido en una trama aburrida y reventada hasta la saciedad, las historias de autómatas que logran dominar y destruir al hombre consiguen concitar la atención de las personas añadiendo una dosis de ansiedad desconocida hace 50 años e imposible de desarrollar por la más ingeniosa campaña de marketing.
Los grandes avances tecnológicos con los que saludó a la Humanidad el siglo XXI y la realidad moldeada por sus aplicaciones han provocado que los individuos revisiten con una mirada diferente películas como Blade runner, Terminator, Matrix o 2001, una odisea en el espacio. La voz del superordenador Hal 9000 saboteando la misión del Discovery 1 nunca había sonado tan aterradora, ni los centinelas que patrullan Matrix en busca de errores del sistema habían resultado así de angustiosos. La inteligencia artificial ha ido ocupando espacio en nuestras vidas poco a poco, casi sin ser percibida, como un gen defectuoso que es ignorado hasta que no colapsa el organismo con su primer golpe.
Ese despertar ha venido en efecto dominó, catalizado por la crisis económica mundial que sigue golpeando una década después, la imparable evolución tecnológica en relación a la inteligencia informatizada y el miedo a que el empleo no sea suficiente para que se mantengan todos los hombres que habitan el planeta. Las antiguas fantasías de que los robots pudieran ser inteligentes y realizar el mismo trabajo que llevan a cabo los humanos ya no es coto de la imaginación, sino una realidad aplastante. ¿Podrá un robot quitarme el trabajo? Rotundamente, sí. ¿Será ese robot más inteligente que yo y podrá decidir exterminarme o esclavizarme como especie ante mi inutilidad? La duda, a pesar del catastrofismo que encierra, ya no será tomada a risa si es planteada en la barra de un bar. O en una reunión de directivos. Ni en la Comisión Europea.

El miedo de las personas a perder su puesto de trabajo ante el perfeccionamiento de las máquinas compone un factor antes desconocido en las proyecciones a futuro próximo del mercado laboral. El escenario que se dibuja con una demanda menor de trabajadores que llegará con una extensión en el uso de robots ya se tiene en cuenta en la formulación de soluciones por parte de economistas y gurús de los gigantes tecnológicos, que reclaman a los gobiernos que se preparen para neutralizar una crisis ampliamente anunciada. La implantación de la renta básica universal o un impuesto específico por el uso de robots han sonado como posibles soluciones, levantando un encendido debate.
Pero además de esta situación, los robots han aparecido mayoritariamente en el imaginario colectivo como entes de potencial peligrosidad, volubles y con un destino inequívoco y final de matar al padre. El asesino Terminator o los androides rebeldes de Blade runner, el autómata utilizado en Metrópolis para urdir una gran venganza o la seductora inteligencia artificial con rostro de Alicia Vikander en Ex machina dejaron grabada a fuego la relación sangrienta y de nula convivencia pacífica entre máquinas y humanos.
El éxito de estas historias y el impacto emocional de sus imágenes ha sido tal, que será difícil dejarse convencer por una nueva idea del robot amigo que tratan de difundir científicos, ingenieros y corporaciones para paliar el pánico reinante. Sin ir más lejos, en otoño de 2016, Google, Facebook, IBM y Microsoft fundaron la organización 'Partnership on AI to benefit people and society', cuyo objetivo gira en torno a formular y estudiar prácticas adecuadas y éticas en relación a la inteligencia artificial, y divulgar su auténtica naturaleza para garantizar que la gente entienda su sentido. "Será nefasto si la gente alberga más miedo que entusiasmo sobre lo que la innovación traerá consigo, eso significa que no verán las cosas positivas que vendrán", expresó Bill Gates, fundador de Microsoft, en una entrevista reciente.
Porque, en realidad, y según los grandes cerebros del mundo contemporáneo, los robots han venido para ayudarnos. ¿Cómo lo harán?

Los beneficios de los androides
Los androides podrán darnos la alegría de no tener que acudir a la oficina a trabajar. Un robot personal será capaz de realizar tareas que llevaban una jornada completa, y así liberar tiempo del humano para que este se dedique a actividades de mayor creatividad y que fomenten el bienestar.
Los trabajos de alto riesgo o en zonas peligrosas, como en el espacio exterior, en minería, alta mar y otros lugares de condiciones extremas ya no se cobrarán vidas humanas. Serán desarrollados por máquinas especializadas para servir el fin programado. De este mismo modo se llegará a tener un mejor conocimiento del planeta, explorándolo en todas sus dimensiones sin sufrir grandes riesgos.
Desde una óptica española, el ingeniero y doctor en Robótica Ramón González, investigador en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), asegura que los robots colaboran en trabajos "que no podemos realizar, bien porque son peligrosos, arriesgados o porque son muy monótonos y tediosos". Este ingeniero informático enumera áreas en las que los robots permitirán grandes avances para los hombres, como la cirugía o el transporte, donde se espera que la inteligencia artificial reduzca radicalmente el riesgo de accidentes de tráfico. También la agricultura o la asistencia a discapacitados se nutrirá de los beneficios de los androides.

La visión humanista de Bill Gates
Bill Gates confiere al 'reinado' de los robots un halo claramente humanista y romántico, alejado de los tópicos de la ciencia ficción. "Tenemos que aprovechar esta oportunidad para mantener todos los bienes y servicios que poseemos en la actualidad, y liberarnos del trabajo de su producción, para realizar un mejor trabajo de atención a los mayores, en la enseñanza, y con los niños con necesidades especiales. Se trata de actividades en las que la empatía humana y la comprensión requeridas son aún muy únicas, y nos enfrentamos a una inmensa cantidad de personas a las que hay que ayudar ahí fuera", argumentó, para apoyar sin reservas posteriormente la medida de que los robots pagaran impuestos.
La teoría de Elon Musk, presidente de Tesla y SpaceX no difiere mucho de la de Gates: "La gente tendrá tiempo para hacer otras cosas, las cosas más complejas, las cosas más interesantes".
Pese a estos esfuerzos, no ayudan mucho a calmar los nervios -aunque algunos expertos las estimen necesarias- iniciativas como la carta firmada por un millar de científicos y técnicos especializados alertando contra el peligro de la creación de máquinas asesinas, es decir, que la inteligencia artificial sea puesta a disposición de robots guiados únicamente por el fin de la destrucción. Los actuales drones bélicos, aviones monitorizados para bombardear sin arriesgar la vida de pilotos ni militares, suponen el embrión de esta estrategia que ha provocado el rechazo de auténticos genios como el astrofísico Stephen Hawking.
La naturaleza asesina de los robots y su posibilidad de que actúen más allá del control humano golpea de nuevo en los rincones del cerebro de cada uno, rescatando en un instante aquella imagen de Terminator cumpliendo su misión sin pestañear.
A los 'cerebros' de Google, sin embargo, les tuvo que rondar con mayor insistencia la rebelión de Hal 9000, la inteligencia artificial de la nave de 2001, una odisea en el espacio, por lo que se remangaron para adelantarse a una posible crisis nerviosa de su Deep Mind en el futuro. Desde 2016 la compañía trabaja en la configuración de un protocolo denominado 'Safely Interruptible Agents', que tomaría el control de todo el sistema ante una situación de conflicto con su inteligencia artificial. Solo por si acaso, claro.

Robots con mala imagen
Ramón González señala directamente la mala imagen que ha difundido la industria audiovisual sobre los robots como "máquinas mortíferas". Él se suma a la corriente más romántica y humanista en defensa de los seres con esqueleto de hierro: "La sociedad del futuro no va a ir contra los robots, sino junto a estos. Son nuestros compañeros, no hay que verlos como rivales".
En la idea de compañerismo también coincide otro de los grandes gurús del mundo tecnológico, Steve Wozniak. El cofundador de Apple no cree que la inteligencia artificial logre cubrir habilidades únicamente humanas como la intuición y la capacidad de predicción aunque sí vaticina que las máquinas llegarán a pensar por sí solas. "Incluso entonces, se mantendrán como simples compañeros de los ser humanos", considera Wozniak.
Quizá haya llegado el momento de desterrar la filmografía que tantas noches de angustia y emoción nos ha brindado y devolverla a las estanterías del salón o a los discos duros como lo que son, películas. En su lugar, se abre un espacio para dejar volar la imaginación a atmósferas menos oscuras, en las que, como dictaron las leyes de la robótica de Asimov, los robots nunca dañarán a las personas.