
Chips por todas partes. Esa será la realidad en un futuro no muy lejano que se conoce ya como el Internet de las Cosas o el Internet del Todo (o Internet of Everything). En 2020, en solo cinco años, habrá 50.000 millones de objetos conectados de una u otra forma. Descárguese aquí la revista elEconomista Tecnología.
Nos referimos a una industria que, para entonces, para dentro de solo un lustro, se calcula que generará un negocio equivalente al PIB de Estados Unidos (previsiones del World Economic Forum). En otro informe, Accenture indica que, de aquí al año 2030, podría generar hasta 142.000 millones de dólares en todo el mundo.
Una posible definición de esa realidad sería la que nos ofrece Roger Bou: "Dotamos a las cosas de sensores para que se conecten entre sí, envíen información a la nube y esos datos permitan tomar decisiones de forma rápida y más eficiente, muchas veces sin intermediación de las personas". Bou dirige el I Congreso Mundial de las Soluciones del Internet de las Cosas (IOTSWC, por sus siglas en inglés), que se celebra estos días en Barcelona, entre el 16 y el 18 de septiembre.
A él acuden 2.000 expertos de la economía digital para debatir las nuevas soluciones y negocios que genera lo que se conoce como el Internet Industrial de las cosas. Intel, General Electric, Accenture o Amazon son solo algunas de las firmas que apadrinan el evento.
Ejemplos de esta nueva realidad los encontramos de todo tipo: boyas colocadas en alta mar cuyos sensores miden la altura de las olas en tiempo real y alertan de posibles tsunamis; los sensores colocados en un molino que redirigen el cabezal automáticamente según la dirección del viento; vehículos que son capaces de conducir solos y que van escaneando cuanto encuentran a su paso; todos los dispositivos de llevar puesto o wearables que miden nuestro estado físico y hasta emocional; los contadores inteligentes que las compañías de gas, agua y luz van colocando en nuestros domicilios y que les permite saber absolutamente todo de nosotros a partir del electrodoméstico que encendemos en cada momento...
Esta lista podría continuar sin límite. Un pozo petrolífero puede llegar a tener hasta 30.000 sensores que van monitorizando la actividad. También cualquier fábrica que esté a la última y que quiera ahorrar costes y lograr una mayor eficiencia utiliza el Internet de las Cosas para monitorizar cada punto de la cadena de producción para prevenir fallos y también de paso sospechar qué operarios rinden más. O lo mismo con una gran flota de transporte (ya sean camiones o autobuses...) desde cuya central pueden saber dónde se encuentra en cada momento cada vehículo, incluso si se ha sentado alguien en el asiento del copiloto, si ha parado en una zona peligrosa...
Rizando el rizo anterior, los ingenieros de General Electric son capaces de alertar -y de hecho ya lo hacen- a los pilotos de aviones comerciales de posibles errores en alguno de sus motores del aparato, cuyos chips transmiten información de todo tipo desde cualquier lugar del mundo. En la ciudad, farolas inteligentes dotadas de cámaras grabarán y alertarán a las fuerzas del orden de cualquier incidente que detecten... Otros chips, esta vez colocados en el pavimento de una autopista, darán cuenta de cualquier deterioro.
Vivimos ya rodeados de chivatos. Y la cosa irá en aumento. Basta recordar que desde 2008 hay en la Tierra más objetos conectados a Internet que habitantes. Si echamos la vista atrás, hace tiempo que el ahora llamado Internet de las Cosas es una realidad. De hecho, el ejemplo más rudimentario -y quizá temible- que podamos recordar es el radar fijo de las carreteras: ellos solitos capturan la información y toman la decisión de hacer la foto y mandarla a nuestra casa con el apoyo de una gran base de datos.
Una revolución en ciernes
"El Internet de las Cosas es una revolución similar a la que supuso la aparición de la electricidad". Así lo vaticina por ejemplo el profesor de la Universidad de Oxford Ian Goldin. De la misma opinión es el director del I Congreso del Internet de las Cosas: "Estamos ante la cuarta revolución industrial, que va a transformar todos los sectores. Como hizo la electricidad o Internet en su día, va a provocar un aumento exponencial de la productividad y la eficiencia en todos los negocios". Y avisa: "Las empresas de cualquier sector que sean las primeras en tomar posiciones saldrán más reforzadas".
Para Eloy Fustero, director de desarrollo y negocio en Qualcomm España, se trata más bien de una "evolución natural consecuencia del éxito de la experiencia de usuario que estamos teniendo con nuestro smartphone". "Digamos que nos ha dotado de un sexto sentido que nos conecta con el mundo próximo y con el mundo lejano y, ante esa experiencia satisfactoria de conectividad, lo que hacemos es abrir las puertas a estar conectado con todo lo demás".
Los fabricantes de procesadores se frotan las manos ante este nuevo escenario en el que cada elemento de la ciudad (semáforo, plaza de aparcamiento, vehículo, farola) o del hogar (cualquier electrodoméstico...) lleve sensores y chips incorporados.