
Twitter -o X- estaba llamado a convertirse en la red social de la reflexión, del intercambio de opiniones, de las conversaciones libres. Durante un tiempo, fue el canal de comunicación directa entre políticos, líderes y artistas y sus diferentes públicos. Pero con la misma rapidez se convirtió en el lugar perfecto para difundir noticias falsas (las famosas fake news) y en el hogar perfecto para odiadores profesionales. Vamos, el ejemplo perfecto de una herramienta usada a la vez para lo mejor y para lo peor que pudiera concebir el ser humano.
Kurt Wagner narra en su libro 'Twitter. El pájaro de la discordia' los entresijos y devenir de esta empresa. Publicado antes de la reciente victoria de Donald Trump, que ha motivado una caída aún mayor de la red social en cuanto a prestigio y seguidores, lo escrito por Wagner ayuda a entender esa caída. "La historia de Twitter es una historia de engaños, malas decisiones y una confianza mal informada. Es una historia de soberbia, resentimiento e ingenuidad. Pero, por encima de todo, es la historia de una empresa y un producto que nunca estuvieron a la altura de sus expectativas y de los dos hombres que llevaron a Twitter por una senda que desembocó en el acuerdo comercial más disparatado que el mundo empresarial estadounidense haya visto jamás", explica en sus páginas.
Desde su fundación a la compra por Elon Musk y sus últimos planes para reanimarla, el libro destapa las claves de una compañía que se jactaba de no contar con un plan de negocio. Y así le ha ido. "En el verano de 2007, Ev Williams nombró a Jack Dorsey, de 32 años, primer director ejecutivo de la compañía.
Dorsey no solo había sido fundamental para dar con la idea, sino que se había encargado de crear Twitter desde el principio y estaba perdidamente enamorado del producto. El problema, claro está, era que Dorsey nunca había sido director ejecutivo de nada: apenas había dirigido a un grupo de otros ingenieros. Como creador e inventor, su rendimiento había sido excelente. Como director ejecutivo, no tanto", cuenta Wagner.Hasta una década después de arrancar no vieron claro el objetivo del invento.
Fue entonces cuando sus responsables lanzaron una campaña de marketing en la que se destacaba que "Twitter era el lugar al que ibas para descubrir qué estaba ocurriendo en el mundo a tu alrededor". "Era una fuente gratuita de noticias internacionales que llevabas en el bolsillo. La campaña recibió críticas positivas. Quizás por primera vez en la historia de la compañía, Twitter por fin había determinado para qué servía realmente la plataforma", recuerda ahora Kurt Wagner.
Twitter también ha sido usado por los políticos para lanzar sus mensajes directamente a sus seguidores, sin necesidad de pasar siquiera por asesores que les recomendaran qué tenían que contar en cada momento. El mejor ejemplo es el del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. "La noche de las elecciones, Trump tenía 13 millones de seguidores en Twitter, más de cuatro veces los que tenía al empezar la campaña. Demostró la desagradable realidad de que la polémica y el conflicto eran un instrumento fantástico para tener éxito en Twitter", corrobora el autor del libro. Con la cancelación de su cuenta, la red social del pajarito quiso demostrar que sabía poner orden cuando la cosa se le iba de las manos, pero la verdad es que no sirvió para mucho. Sobre el candidato republicano a la Casa Blanca, el autor del libro escribe que "lo complicaba todo".
"Nunca un dirigente internacional legítimo había sido un trol tan ruidoso en público, y los fans de Trump seguían su ejemplo. Dominaba la habilidad de acercarse al límite sin llegar a cruzarlo; por lo menos si nos fijamos en el reglamento de Twitter".Y así fue como acabaron por eliminarle la cuenta. Una compañía intentaba callar a la –en teoría– persona más poderosa del mundo en esos momentos. "La suspensión de Trump había confirmado una de las convicciones que Dorsey albergaba desde hacía tiempo: que las empresas de internet, incluida la suya, tenían demasiado poder. Costaba creerlo teniendo en cuenta de dónde había partido la plataforma. La evolución de Twitter –desde aquellas actualizaciones breves de estado hasta convertirse en un foro de primer orden para la política internacional– había llevado a que de repente Dorsey tuviera la responsabilidad de decidir lo que el mundo podía o no podía decir. Era un poder que él no quería ejercer, y nunca aceptó del todo su preeminente rol en la nueva realidad de Twitter".
En las páginas de este libro también encontramos algunas explicaciones a la desastrosa operación llevada a cabo por Elon Musk (Tesla, SpaceX…) para tomar las riendas de la polémica red social. Con marcha atrás incluida. Al menos en lo económico, fue un gran fiasco. "Cuando Musk cambió el nombre de la plataforma, la compañía tenía un valor de solo 20.000 millones de dólares, menos de la mitad de los 44.000 millones que había pagado en el otoño anterior".
Tras una rápida encuesta, Musk decidió readmitir a Trump, que al fin y al cabo era el que conseguía caldear el ambiente día tras día, polémica tras polémica. De hecho, cuando preguntaron a Elon Musk por la moderación de contenido en las redes sociales, dejó clara su postura apoyando la libertad de expresión sin censuras: "La gente debería poder decir cosas bastante horribles". Para Kurt Wagner, "la influencia social y cultural de Twitter ha sido lo bastante destacada durante años para que se la incluya en el mismo grupo que los demás gigantes tecnológicos". El autor del libro acaba sus más de 500 páginas preguntándose si ha llegado el fin del negocio para la red social X, antes Twitter.
"Todas las excentricidades de Musk hicieron desplomar el negocio de X. (...) Es posible que Musk consiga dar la vuelta a la situación. Lo hizo en Tesla, lo hizo en SpaceX y desde luego tiene el dinero para volver a hacerlo en X. El primer año fue un desastre, pero Musk no piensa a un año vista. Quizás este sea solo el comienzo de su próxima gran transformación radical. Sin embargo, la mayor parte de los días parece que la única persona que obstaculiza este resultado es el propio Musk", concluye Wagner.