
La directora del FMI, Christine Lagarde, llevaba semanas anticipándolo y ayer se confirmó: la institución rebajó su previsión de crecimiento sobre el PIB mundial para 2015 hasta el 3,1%, dos décimas menos de lo que estimaba a pincipios de año.
Se trata del avance más lento de la economía global en 6 años, pero conviene llevar el análisis de los pronósticos del FMI más allá de ese dato. No en vano la institución ayuda a aclarar cuáles son exactamente las fuerzas que actúan tras esa desaceleración.
Sin restar importancia al enfriamiento de China y las convulsiones que generó en el verano, el Fondo no duda a la hora de mantener sus previsiones para el PIB del gigante, que hablan de avances de envergadura tanto en 2015 como 2016 (6,8 y 6,3% respectivamente).
Más que de un problema chino, el FMI anima a hablar de incertidumbres en el mundo emergente que en absoluto son nuevas, ya que sus integrantes "acumulan cinco años de crecimiento declinante", según el informe. China sólo ha contribuido a ahondar una tendencia que, por culpa de los mínimos de las materias primas, golpeará en especial a América Latina. Uno de sus motores, Brasil, se contraerá un 3%.
A las dificultades de los emergentes, se suma otro viejo conocido: la atonía de las economías desarrolladas, que apenas les permite elevar su velocidad de avance (2% frente al 1,8 de 2014), con notables excepciones como España y su alza de 3,1 puntos. La confluencia de estas fuerzas, de ya largo recorrido, es lo que explica la reducción de las expectativas sobre el PIB mundial, una rebaja que, pese a todo, no llega a situar su avance por debajo del 3 por ciento y, por tanto, no permite hablar de una recesión.