El autor critica la propuesta de Bill Gates de solucionar los problemas sanitarios y de abastecimiento del tercer mundo con una máquina carísima que produce un agua que se prohíbe beber en el primer mundo.
Nada tan frustrante para los que trabajamos en el sector como comprobar que, salvo excepciones, el agua sólo es noticia cuando algo sale mal: ya sea una inundación por aquí, un corte de suministro por allá, una subida del coste del servicio o un vertido dramático por acullá. Casi imposible que una noticia positiva o tecnológica de nuestro sector trascienda y sea recogida por los medios.
Una de las pocas que lo han conseguido últimamente ha sido la del Janicki Omniprocessor, que ha sido noticia, no tanto por el fondo de la cuestión, sino por el personaje asociado a la misma, Bill Gates; por la posibilidad de utilizar el término caca sin faltar a la verdad; y por permitir asociar Gates y caca -deseo que todos hemos sentido al enfrentarnos a la pantalla azul de error del Windows-.
La noticia podría resumirse así: Gates invierte en una máquina que es capaz de generar agua potable a partir de excrementos, a la vez que produce energía, en tan sólo cinco minutos, con el objetivo de reducir los problemas planetarios asociados a malas condiciones higiénicas.
Algunas cifras: se calcula que 2.000 millones de personas viven en condiciones sanitarias inadecuadas, siendo ésta la causa principal de 2,2 millones de muertes anuales. Una unidad del Janicki Omniprocessor, con un coste inicial estimado de 1,5 millones de dólares, podría tratar los desechos de una ciudad de 100.000 habitantes, produciendo 80.000 litros de agua y 250 kW de electricidad sobrante diarios.
¿Interesante? Sin duda. Cualquier actividad con potencial de mejorar las condiciones sanitarias lo es, pero la forma de centrar la noticia en la producción de agua potable para su uso directo me invita a reflexionar.
El hombre más rico del mundo, cuya fortuna personal permitiría, por si sola, solucionar casi todos los problemas sanitarios y de abastecimiento de agua del mundo, propone, para paliar estos problemas, la construcción de unas máquinas, posiblemente patentadas, que producen un agua que él, como la mayoría de sus conciudadanos del primer e incluso del segundo mundo, no aceptarían -el propio Gates compara el agua producida por la máquina con las mejores aguas embotelladas, lo que da a entender que el agua normal del grifo ni siquiera es su referencia-, pero que sí considera apropiada para el tercer mundo.
Aunque es cierto que todos, en cierta medida, bebemos agua reutilizada y que la tecnología para transformar nuestras aguas residuales en agua potable existe y ha demostrado su eficiencia desde hace ya mucho tiempo (Windhoek, Namibia, 1968; Denver, 1994), e incluso podemos admitir, con reticencias, la reutilización indirecta, llegando en casos extremos (Big Spring y Wichita Falls en Texas, o San Diego en California) a aceptar mezclar directamente agua regenerada con agua natural para el abastecimiento, la reutilización directa del agua está prohibida o es cuando menos inaceptable socialmente en el primer mundo.
Sin embargo, Gates plantea la reutilización directa como parte de la solución para el tercer mundo, pero eso sí, con su garantía personal, ya que en su propio blog afirma que "habiendo estudiado la ingeniería del proceso, bebería felizmente este agua todos los días. Así de segura es". Palabra de Gates, quien, como es sabido por todos, tiene amplios conocimientos de ingeniería del agua -aunque su único articulo técnico publicado trate sobre un algoritmo para ordenar una pila de tortitas, no sobre ingeniería del agua u otra ingeniería o similar-. Su palabra, por si sola, justifica técnicamente la reutilización directa, pero por si acaso, y por pequeños matices legales, harán las primeras pruebas en Senegal y luego ya veremos, tal vez, la India; el primer mundo puede esperar.
Podríamos también reflexionar sobre en qué medida esta máquina solventa los problemas sanitarios de no contar con saneamiento y defecar in situ, ya que, al fin y al cabo, está pensada para que los excrementos lleguen en camión procedentes de las letrinas o fosas sépticas existentes. Es decir, que mantendría el problema de la falta de saneamiento y las enfermedades asociadas por infiltración de estos residuos hacia los abastecimientos, e incluso se mantendrían los problemas asociados a la ausencia de letrinas y a la práctica de los baños volantes o flying toilets (meter las heces en bolsas y lanzarlas lo más lejos posible), utilizada por las dos terceras partes de la población de los suburbios de Nairobi.
Incluso podríamos reflexionar sobre el distinto significado que 1,5 millones de dólares tienen para Gates y para la población a la que se dirige su Janicki Omniprocessor, la cual subsiste con una media inferior a los dos dólares diarios. Pero ¿de qué serviría calcular que sólo el coste de compra de la máquina sería equivalente a una semana de subsistencia de las cien mil almas a las que podría dar servicio?
Quizá alguna mente empresarial reflexione sobre el mercado que esto generaría y calcule el número de máquinas a producir para que se implante en las zonas con déficit -digamos unas 20.000-, así como el volumen de negocio estimado (30.000 millones de euros sólo en fabricación). ¿Se arruinaría Gates si las comprara todas de golpe para regalarlas al mundo en un gesto filantrópico sin precedentes? No, seguramente le quedaría más de la mitad de su fortuna.
Finalmente, también podríamos reflexionar sobre si no hay tecnologías que tengan un mayor derecho a ser noticia, por su mayor potencial para resolver alguno de estos problemas, como el Reinvent the toilet challenge de la propia fundación de Gates -y señora-, o las WarkaWaterTowers, que obtienen agua del aire en zonas áridas acercándonos a las futuras granjas de humedad de la familia Skywalker.
O podríamos reflexionar que, pese a las escasas noticias del sector, siempre podemos reflexionar sobre él.