La 'resiliencia' a los desastres climáticos se lleva el grueso de los fondos invertidos globalmente en reducir las emisiones de efecto invernadero y en la adaptación al calentamiento global.
En octubre de 1999, un ciclón de categoría cinco devastó la región de Andhra Pradesh, en India. Murieron 10.000 personas y se quedaron sin hogar 1,7 millones más; las pérdidas estimadas ascendieron a 4.500 millones de dólares. Catorce años después, en octubre de 2013, otro ciclón de categoría cuatro también impactó allí, pero sólo murieron 40 personas y las pérdidas se quedaron en 700 millones.
Tras el azote de la primera tempestad, se prepararon las infraestructuras para prevenir un desastre similar, y funcionó. Hoy en día, India mantiene un acuerdo con el Banco Mundial para que sigan llegando fondos con los que mejorar su resistencia a las inclemencias extremas; en virtud del acuerdo, desde 2011 se han invertido más de 250 millones de euros sólo para tal fin.
La literatura técnica utiliza el término resiliencia para referirse a la resistencia y flexibilidad que permiten sobreponerse a los desastres causados por el clima.
Entre 1980 y 2012, según los datos de la aseguradora Munich Re, las pérdidas económicas provocadas por los desastres siguen una línea ascendente y casi suman cuatro billones de dólares.
De esa astronómica cantidad, nada menos que un 87 por ciento se debe a los fenómenos climáticos extremos, como los huracanes. No es raro, por lo tanto, que los países expuestos se preparen; así hace Filipinas: con un 60 por ciento del territorio amenazado por los tifones, dedica un 0,7 por ciento del PIB anual a mitigar los daños sufridos y por sufrir.
La ONU y las agencias de cooperación internacional enfatizan estas prácticas. Según sus cálculos, la mitigación de los desastres recibe el grueso de los 350.000 millones de dólares anuales que se dedican globalmente en reducir las emisiones de efecto invernadero y en adaptación al cambio climático.
Hasta hay un Programa para la Resiliencia al Clima, encabezado por el Banco Mundial, que ha canalizado 1.300 millones de dólares a 18 estados vulnerables -la mayoría del Pacífico y el Caribe- desde su fundación en el año 2008.
En muchos países expuestos, la resiliencia ya está ligada al desarrollo: en Etiopía -donde las terroríficas sequías producen hambrunas y guerras generación tras generación- hay un programa especial para proteger a los misérrimos frente a las raquíticas cosechas; México tiene un fondo para los desastres naturales dotado con el 0,4 por ciento del Presupuesto nacional; en Samoa la planificación urbanística atiende prioritariamente a los riesgos de inundación?
Ser resistente a las inclemencias no sale gratis
La conversión de la economía de un país en resiliente no es gratis. Preparar sistemas de alerta temprana y dispositivos de actuación durante las crisis puede ser relativamente barato, pero adaptar las infraestructuras suele exigir entre un 10 y un 50 por ciento más que la mera reconstrucción, y todavía más si las redes de transporte o de canalización y tratamiento de aguas deben reubicarse.
Sin embargo, no aplicar políticas de resiliencia lleva directamente a que inclemencias recurrentes de menor poder destructivo que los grandes desastres causen un perjuicio cada vez mayor.
Ahora la ONU, a la vista del éxito de las políticas de mitigación en los países en situación de riesgo, ha empezado a recomendar su aplicación en la prevención de los efectos del calentamiento global a largo plazo, con una filosofía tan sencilla como convincente: "El primer paso para adaptarse a los cambios climáticos futuros es reducir la vulnerabilidad a la situación presente", tal y como reza el último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, conocido como IPCC por sus siglas inglesas.
El IPCC afirma que el cambio climático ya está aquí, perfectamente mensurable: las especies animales y vegetales cambian su comportamiento, se modifican los ciclos hidrológicos, las olas de calor son más fuertes y frecuentes? "El mundo no está preparado para los episodios extremos", afirma José Manuel Moreno, vicepresidente del Grupo de Trabajo II del IPCC.
Los expertos han analizado los riesgos climáticos a los que están expuestos las diferentes regiones del planeta. "Hay menos información de África y Sudamérica en comparación con el resto -dice Moreno-, pero hay numerosos cambios documentados; en España nos afectarán mucho los cambios en la escorrentía global".
Sur de Europa
En general, el sur de Europa sufre erosión en las costas, por lo que hay que mejorar los diques y defensas contra el oleaje; el régimen de lluvias está bajando y lo hará hasta un 40 por ciento más, exigiendo eficiencia en el uso del agua; los incendios aumentan... "Por inercia, los escenarios futuros son casi iguales en los próximos 20 o 30 años, pero luego cambian mucho, en función de lo que hagamos ahora", aclara Moreno.
Los peores vaticinios sobre los efectos del cambio climático incluyen la desaparición de grandes franjas de terreno por la subida del nivel del mar -Greenpeace acaba de advertir que afectará gravemente a enclaves costeros como Marbella o Benidorm-, la reducción del rendimiento de las cosechas, grandes migraciones, el incremento de conflictos por el control de infraestructuras imprescindibles, y, en general, un importante aumento de la pobreza, sobre todo en los entornos urbanos degradados donde la población es consumidora neta de alimentos.
La ONU, el gran bombero internacional, ha comprobado sobre el terreno que las políticas de resiliencia funcionan y recomienda aplicarlas para reducir el riesgo. En España -tenemos desde 2006 un Plan Nacional de Adaptación-, la dotación presupuestaria de 2014 para la prevención de la contaminación y el cambio climático es de 42,2 millones de euros.