
No tomar hidratos minimiza el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares y revierte la diabetes; sin embargo, su ingesta es necesaria para el correcto funcionamiento del cerebro, que se alimenta de glucosa.
Las dietas que prescinden de los hidratos de carbono, como por ejemplo la cetógena o keto, que reduce los alimentos ricos en glúcidos (consumiendo alimentos ricos en proteínas o en grasas), goza actualmente de un gran predicamento entre muchos famosos y también entre el público en general. Está de moda, sí, pero no hay evidencias científicas de sus beneficios a largo plazo.
Esta reducción drástica de los hidratos de carbono, que en la dieta cetógena proceden de verduras y hortalizas, aguacates, aceite de oliva o frutos secos, provoca que el cuerpo entre en cetosis, un estado natural por el que la células extraen energía de las grasas. Seguirla tiene sus pros y su contras, como explica un estudio elaborado por los responsables del restaurante madrileño Tenderete, especializado en cocina fusión y creativa.
Control del apetito
Entre las bondades de una dieta rica en carbohidratos cabe citar que favorece el control del apetito, puesto que uno de los motivos por los que el peso cae en picado al seguir esta dieta es la saciedad. Al reducir los carbohidratos, se ingieren más grasas y proteínas, con lo que se reduce el apetito y se toman menos calorías al día. También consigue evitar el mal humor que padecen algunas personas que siguen dietas bajas en grasa.
Una dieta baja en carbohidratos es de dos a tres veces más efectiva a la hora de perder peso que una baja en grasas y, además, facilita el mantener este propósito en el tiempo. Asimismo, con esta clase de alimentación el cuerpo está menos hinchado. Esto se debe a que los carbohidratos refinados presentes en platos como la pizza carecen de fibra.
Pérdida de grasa
No tomar hidratos de carbono conduce a una mayor pérdida de grasa. Existen dos tipos de grasa: la subcutánea, que es la que se ve a simple vista y que produce el efecto de flacidez en el cuerpo; y la visceral, la más peligrosa porque se acumula alrededor de los órganos internos. La dietas bajas en hidratos facilitan la pérdida de mayor proporción de grasa, especialmente en el abdomen.
Finalmente, las personas que siguen este tipo de alimentación tienen un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, ya que mejora el perfil del colesterol y baja los triglicéridos y la presión arterial. También mejora la sensibilidad a la insulina y revierte la diabetes tipo 2. Además, las dietas cetógenas se han utilizado con éxito en el tratamiento de la epilepsia infantil, el Parkinson y el Alzheimer, puesto que los cuerpos cetónicos poseen efectos neuroprotectores.
Por el contrario, prescindir del consumo de hidratos de carbono tiene riesgos, porque son necesarios para el buen funcionamiento del cerebro. Este órgano se alimenta y funciona con glucosa, por lo que si no le suministramos los niveles mínimos que necesita podemos llegar a desarrollar trastornos de la personalidad o afectaciones motoras, así como problemas funcionales, motores y físicos.
Evitar este grupo de alimentos también puede desencadenar debilidad y calambres. Podemos sentir falta de estabilidad debido a una falta de azúcar o calambres, porque no le estamos aportando los suficientes minerales al cuerpo. Igualmente, es frecuente sentir mareos, cansancio, fatiga y diarrea.
Otra consecuencia negativa de la dieta cetógena es la pérdida de músculo. Al conseguir el estado de cetosis, el cuerpo lo primero que consume es grasa, pero cuando esta va bajando se empieza a degradar el músculo para utilizar sus aminoácidos como combustible.
Otras desventajas derivadas de la ausencia de carbohidratos son el estreñimiento o la halitosis, dada la elevada producción de cuerpos cetónicos que se forma por restricción de hidratos de carbono. Esta dieta tampoco es aconsejable en personas con patologías hepáticas o cardiacas, ya que propicia el desarrollo de arritmias.
Aportan energía
En la Fundación Española del Corazón, recuerdan que los hidratos de carbono aportan la energía, ahorran proteínas, evitan la creación de cuerpos cetóniocos y forman parte del tejido conectivo y el nervioso.
Recomiendan una ingesta de entre 200 gramos y 300 gramos al día, lo que se puede conseguir consumiendo diariamente entre tres y cinco raciones de alimentos con carbohidratos (cereales, azúcares, tubérculos, legumbres, frutas y verduras), los cuales tienen que aportar el 50% del total de calorías diarias.