
No hay duda, el desarrollo económico nos ha llevado a mejoras sustanciales en el bienestar de muchos seres humanos a nivel mundial, pero a menudo a expensas de los ecosistemas, de un medio ambiente saludable y el bienestar de los animales.
Demasiadas veces vemos como asuntos de Estado son reducidos a batallas ideológicas que impiden que se hagan políticas a largo plazo para responder a los verdaderos retos del presente y del futuro. La Sanidad es un claro ejemplo. La política sanitaria repercute directamente en la calidad de vida de los ciudadanos y no puede depender de intereses electorales o partidistas. Los desafíos del Sistema Nacional de Salud son la falta de profesionales sanitarios, la situación de la atención primaria, los problemas de salud mental, el envejecimiento, la escasez de medicamentos, la demora en el acceso a innovaciones terapéuticas o la amenaza de los ciberataques a hospitales, entre otros.
Lamentablemente, Pedro Sánchez ha convertido el Ministerio de Sanidad en un escaparate político para impulsar a candidatos, con cinco ministros diferentes, sometiéndolo a una inestabilidad incompatible con hacer una política planificada y consensuada. Nuestro SNS, uno de los mejores del mundo, atraviesa ahora las que probablemente son las circunstancias más difíciles de su historia. Una situación que no puede abordarse desde el sectarismo, que es lo que hace este Gobierno, que ataca a las Comunidades Autónomas del PP a pesar de que los desafíos y las respuestas son globales.
El principal reto para la UE es conseguir autonomía estratégica sanitaria, pues nunca más podemos depender de terceros países para tener material de protección para nuestros sanitarios o principios activos de medicamentos esenciales, como ocurrió en la pandemia. La UE ha puesto sobre la mesa los fondos de recuperación, no sólo para garantizar la recuperación económica, también para preparar nuestros sistemas sanitarios para futuras amenazas. Por eso es una vergüenza que España pierda esta oportunidad, pues Sánchez sólo prevé destinar el 1,5% de los 70.000 millones de euros a la Sanidad, a pesar de que es la máxima prioridad para los europeos. Estos fondos deben servir para fortalecer y modernizar el sistema sanitario y para invertir en investigación e innovación sanitaria, garantizando el acceso rápido a los mejores tratamientos y, al mismo tiempo, generando riqueza y empleo de calidad en el sector sanitario y farmacéutico y atrayendo los mejores talentos.
Estos grandes retos sanitarios han de abordarse desde el diálogo y la búsqueda de acuerdo con todos los sectores implicados en la salud, una premisa que hemos de aplicar en España, como hizo el último Gobierno del PP, y en Europa, donde estamos construyendo juntos la Unión Europea para la Salud, sentando sus pilares: la apuesta por la digitalización de la salud, la tecnología y el Espacio Europeo de Datos Sanitarios; una política farmacéutica que pone a los pacientes en el centro y se centra en las necesidades no cubiertas, como las enfermedades neurodegenerativas, las enfermedades raras y las resistencias antimicrobianas; la preparación para futuras pandemias; o la lucha contra el cáncer como prioridad absoluta gracias al plan europeo.
Merecemos un Gobierno que no desdeñe la sanidad ni la utilice para abrir guerras ideológicas. Lo tenemos en las Comunidades gobernadas por el PP, que protegen la salud de sus ciudadanos, y lo tendremos en España, presidido por Alberto Núñez Feijóo, un gran conocedor del Sistema Nacional de Salud que sin duda tendrá como prioridad hacer de la Sanidad una política de Estado.